Capítulo 3: Primeros años

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—¡Papá!

No se escuchó respuesta en el taller de vidrio soplado.

—¡Papá, necesito ayuda!

Nada.

—¿Papá?

Sabino Segreti finalmente apareció de entre el pasillo que llevaba al lugar que ocupaba el armario de los cero desperdicios. Al emerger, Sabino miró fijamente al adolescente que le dedicaba una mirada apremiante para luego señalar la caña de soplar que aún se le hacía demasiado pesada. Sabino corrió a ayudarle por miedo a que el peso terminara lastimando al niño. Su forma humana encubría su verdadera naturaleza: la fragilidad del vidrio.

Sus ojos eran del color de los canales de Venecia.

Sabino Segreti nunca había estado en Venecia, pero estaba seguro de que los ojos de Enzo eran del mismo color de los canales de aquella carismática ciudad.

Agnese tenía razón y con cada muestra de afecto que el bebé recibió su figura adquirió más y más color. Apenas unas semanas después de su nacimiento, sus ojos habían sido de un color grisáceo, como si las nubes los hubieran invadido, pero luego del desfile el color se definió claramente y dejó entrever unos iris color azul pálido.

Después de su conversación con Adamo Doganieri, hacía años, Sabino había hablado con Agnese y ambos habían decidido que no tenía caso que el niño viviera escondido; al fin y al cabo su existencia se trataba de una bendición y debía de ser celebrada como tal. Así que comenzaron a hacer apariciones públicas con el bebé: Agnese salía a pasear al parque con su carreola, Sabino se lo llevaba de vez en cuando al taller de vidrio soplado y entre los tres salían a hacer la compra para la comida. La gente al principio los miraba desde lejos, asombrados con el repentino cambio de la pareja, pero con el tiempo comenzaron a acercarse cada vez un poco más como animales desconfiados adentrándose en un mundo civilizado. Todos los habitantes del pueblo eran parte de un acuerdo tácito en el que intentaban mantener la distancia con Agnese y Sabino para que ellos no se alejaran y escondieran al bebé de nuevo.

El pueblo se notaba mucho más alegre que de costumbre. De por sí era un lugar bastante tranquilo, pero en ese momento en específico no había fuerza alguna que lograra remover el gran sentimiento de felicidad que inundaba a todos los habitantes, sin excepción alguna. La gente estaba tan dichosa que sentían que en cualquier momento podrían explotar. Y no es como que esto fuera posible, pero hasta hacía unos días de eso tampoco habrían considerado posible que un bebé naciera del vidrio caliente y sin embargo así había sido. Es por eso que a la población comenzó a preocuparse que de verdad pudieran explotar de la felicidad y entre todos decidieron que debían de hacer algo al respecto para externar esa emoción que amenazaba con roerlos hasta la médula.

¿Y cuál era la mayor expresión de la felicidad?

Después de consultarlo con Agnese y Sabino, el pueblo decidió unánimemente que se llevaría a cabo un desfile para celebrar el especial e inusual acontecimiento. Los preparativos exigieron gran parte de su tiempo y esfuerzo, pero no hubo queja alguna y todos trabajaron día y noche para llevar a cabo la ilusión. Se movían a tal velocidad que en menos de una semana y media lograron tener todo listo, desde las coreografías, vestuarios y carros alegóricos hasta las rutas que recorrerían, el horario, la comida y las fiestas con las que continuarían al terminar el desfile.

Durante el tiempo de los preparativos, Sabino Segreti no asistió a trabajar. La gente del pueblo había querido elaborar esculturas de vidrio soplado porque, claro, conmemoraba perfectamente la ocasión. Pero se negaron rotundamente a que Sabino hiciera el trabajo porque querían hacerle un regalo. Un regalo para que al final él terminaría financiando con el material, el espacio y las herramientas, pero un regalo a final de cuentas. Los empleados del taller reclutaron más personas para que los ayudaran a hacer las múltiples esculturas que tenían planeadas. La gente formó filas larguísimas para poder incorporarse en el grupo de trabajo y ayudar a la ocasión. Sí, todos querían ser de ayuda, pero la mayoría de los voluntarios tenían motivos ocultos: la curiosidad de conocer el mítico y legendario espacio en el que había ocurrido el Milagro de un Abril de Cristal.

El Soplador de VidrioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora