Capítulo 13: El mundo de los sueños

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El taller de vidrio soplado se encontraba en completo silencio. No había el sonido del crepitar de las llamas en los hornos, las piezas de vidrio rompiéndose, el siseo al exponerlas al agua, el choque de las herramientas de metal entre sí, los pasos corriendo de un lado al otro para llevar las piezas a los templadores, los gritos con órdenes e instrucciones que seguir, los jadeos de cansancio o el constante repiqueteo de las gotas de sudor al caer en picada y estrellarse contra el piso de concreto.

Nada.

Silencio absoluto.

Enzo no se atrevió a perturbarlo y cuidó que su respiración no se alzará a un volumen tan alto como para romper el encanto. Realmente había pocas ocasiones en las que un taller tan atareado se viera en tales condiciones.

El calor de los hornos tampoco estaba presente. Las puertas que permitían la entrada se encontraban abiertas de par en par y una fresca corriente de aire se colaba al interior del edificio. También era extraño poder experimentar algo así y encontrarse en ese lugar sin luchar contra el sofocante sentimiento de las altas temperaturas. Enzo no supo si le agradaba la sensación o no, pues parte de él extrañaba el calor que emanaban los hornos.

Se había quedado inmóvil en el sitio en el que se encontraba por miedo a que al empezar a caminar sus pisadas causaran un estruendo enorme. Pero algo no estaba bien. Algo no se sentía bien. Tanta calma y tanto silencio, tanto orden y tanta falta de movimiento en un lugar tan apresurado, atareado, vivo. Enzo tuvo el presentimiento de que por algún motivo que su mente no alcanzaba a comprender el tiempo se había detenido en ese momento preciso. Y dentro de sus entrañas había un impulso que le decía que en ese lugar había algo que necesitaba encontrar.

Dejándose guiar por esa sensación, Enzo se adentró más en el taller de vidrio soplado. Le sorprendió la ligereza de sus pasos y lo suave que era el impacto contra el suelo, como si se tratara de una pluma. O como si se hubiera desprendido de la cáscara corpórea y fuera capaz de moverse adoptando la forma de su espíritu.

Enzo pasó casi flotando frente al armario de los cero desperdicios. La madera de la que había sido construido estaba pulida y brillaba ante la luz que se colaba. Su aspecto le indicaba que era nuevo o que había sido remodelado por enésima vez para poder abarcar todas las futuras piezas.

Se detuvo un momento para mirar al interior del armario y le pareció un poco extraño que no hubiera nada dentro. Tal vez su padre había decidido volver a usar todas las piezas para crear una escultura. Tal vez simplemente las había tirado, pues no había visto a Adamo Doganieri en años y no tenía la obligación de seguir cumpliendo con la condición de mantener los trozos de vidrio rotos. De igual forma, no importaba. El cristal de las puertas no tenía ni un solo rayón o mancha y su superficie era tan clara que Enzo ni siquiera pudo distinguir su reflejo. Era completamente transparente.

Sin dedicar más tiempo a pensar en el asunto, siguió su recorrido. No se detuvo en los hornos, los templadores, los espacios para guardar los colores o el lugar donde se encontraban todas las herramientas. Los conocía demasiado bien y el impulso en su estómago le indicaba claramente que lo que buscaba no se encontraba ahí. Así que continuó caminando hasta que llegó al pasillo que llevaba a la bodega.

El camino de concreto se hizo más estrecho para desembocar en una habitación rectangular lo suficientemente grande para abarcar una gran cantidad de piezas que llevaban años guardadas pero aun así con espacio reducido como para que las mismas estuvieran amontonadas una sobre otra. Enzo tuvo que sortear los sitios en los que era posible pisar sin terminar rompiendo nada. No recordaba que se hubiera llenado tanto y casi llegara a su máxima capacidad.

Caminó entre las piezas con mucho más cuidado que cuando era un niño. Había varias que no lograba reconocer: un mundo y helados de vidrio, una taza extraña y copos de nieve. Su padre definitivamente todavía no le había contado la historia de esas esculturas y Enzo hizo una nota mental para preguntarle más tarde.

El Soplador de VidrioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora