La primera vez que Genevive sintió mariposas en el estómago creyó que se trataba de una rara enfermedad y convenció a su madre de que la llevara a ver a un doctor. Fueron al consultorio que estaba dos locales al lado de la gelatería del señor Loreto. Tardaron más en llegar que en la consulta en sí, pues el doctor se apresuró a aclararles que no había nada de qué preocuparse. Cuando Genevive le preguntó si se pondría bien, él simplemente le guiñó un ojo y la dejó más confundida que nunca.
Aprovechando el viaje que habían hecho, y como una pequeña celebración de alivio al ver que su hija se encontraba bien, la señora Giuliani accedió a comprarle un helado. Casi le dio un ataque cuando vio a Genevive zamparse el cucurucho con colorante azul sabor a chicle.
—Con razón te duele la panza —espetó.
Genevive siguió con su vida normal, pero el malestar seguía dentro de ella. En una ocasión lo discutió con Enzo, pues se sentía peor cuando pasaba tiempo con él.
—Oye, ¿no será que tú estás enfermo y me contagiaste?
—Yo nunca me he enfermado —contestaba altanero Enzo, orgulloso de su buena salud.
—Pues qué raro.
Genevive estaba al tanto del efecto rejuvenecedor que Enzo tenía en las personas, pero ella nunca lo había experimentado. Probablemente porque eran de la misma edad y no había nada que rejuvenecer. Aquel verano, sin embargo, se sentía como una niña a pesar de que cumpliría 15 en unos cuantos meses. Como si volviera a tener nueve años y pudiera oler claramente la sal marina, escuchar el sonido de las olas al romper contra las rocas y volverse espuma, y ver a Enzo a la distancia, transportada al primer contacto que tuvo con él.
"No", se corregía a sí misma. "Es más como estar en un jardín rodeada de miles de flores rosas en pleno florecer. Con tallos que crecen por doquier y me abrazan, con el perfume trepando hasta mi nariz. Pero no es sofocante: es fresco. Como Enzo."
La pobre pelirroja no entendía qué le estaba pasando o por qué súbitamente se encontraba soltando suspiros al vacío y perdiéndose entre las conversaciones que tenía con su mejor amigo porque no podía concentrarse en ninguna palabra que saliera de esa boca. Solo tenía ojos para, vaya, sus ojos. Aquellos ojos que Sabino no se cansaba de decir que reflejaban el color de los canales venecianos.
Enzo, por su parte, estaba completamente frustrado. Ya tenía suficiente con que sus padres le hubieran prohibido la entrada al taller de vidrio soplado después del incidente en el festival de primavera como una medida preventiva que consideraron "para su propio bien". El plan de mejorar su habilidad durante el verano se había caído a pedazos. "Como yo", solía agregar a ese pensamiento y cuando estaba solo dejaba escapar una pequeña carcajada agridulce por considerarse sumamente ocurrente.
Había tenido que ajustarse y, al no poder centrarse en lo que más le gustaba en el mundo, se decidió por mejorar otra de sus habilidades: la narración y creación de historias. Visitaba a Genevive durante el día, llevando consigo algunas de sus esculturas primerizas, con la intención de contarle sus más recientes relatos así como bombardearla con ideas para cuando pudiera regresar al taller a perfeccionar sus obras.
Lo que había considerado ser una gran idea terminó fallándole también porque su amiga no lograba concentrarse en nada de lo que le contaba. No le prestaba atención, no le hacía el más mínimo caso y siempre contestaba con palabras o frases hechas.
—¿Me escuchaste?
—Ajá.
—¿Y qué te pareció?
—Claro, bien.
—Ah, pues vaya. Menuda retroalimentación.
—De nada.
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El Soplador de Vidrio
Cerita PendekSabino Segreti trabaja en un taller de vidrio soplado donde no puede desperdiciar ninguna de las piezas que no salen bien. Tiene un armario donde ha acumulado los trozos de vidrio rotos por años, esperando el momento adecuado para usarlos. Su ilusi...