Capítulo 12: Reencuentros primaverales

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Primavera.

Específicamente a mediados de la estación. En algunas partes alejadas del mundo sería el momento en que los cerezos florecieran y las calles de las ciudades se tiñeran de rosa. En el pueblo donde vivía Enzo, sin embargo, simplemente se podían ver muchos más brotes verdes saliendo por diferentes partes, como si la primavera quisiera apoderarse hasta de los resquicios más recónditos.

La playa estaba tranquila a primeras horas de la mañana. Durante los meses anteriores Enzo había adquirido el hábito de salir a correr todos los días y ni siquiera las bajas temperaturas del invierno lo hicieron desistir de su rutina. Al fin y al cabo, tenía demasiada energía y necesitaba volcarla en algún lado si no quería volverse loco. Pero ahora era primavera y poco a poco el sol comenzaba a calentar más mientras que las brisas y ventiscas se retiraban a descansar antes de volver a ser llamadas dentro de un año.

Pasó toda la mañana en la playa, sentado en la misma roca sobre la que se encontraba cuando Genevive se le acercó por primera vez, desencadenando una serie de acciones que lo habían llevado a estar en la situación en la que se encontraba en esos momentos. La roca, sin embargo, no había cambiado casi nada. Su textura rugosa era la misma, el color grisáceo oscuro seguía envolviéndola como un manto y su tamaño todavía obligaba a Enzo a tener que trepar para poder llegar a sentarse.

El vaivén de las olas se escuchaba a lo lejos como una canción de cuna. Enzo consideró la posibilidad de regresar a su casa para descansar unas horas más, o incluso quedarse dormido ahí mismo, pero al final se decidió por mantenerse despierto. Para no sucumbir ante la melodía del mar, bajó de un salto de la cima de la roca y empezó a caminar por la arena. Se había descalzado para permitir que el agua lamiera su piel, y sus pies dejaban huellas húmedas en la arena que desaparecían tan pronto como las olas llegaban a la orilla.

Sin darse cuenta terminó caminando de regreso al centro del pueblo, pero todavía no quería volver a casa. No tenía nada más que hacer, solo aburrirse. Las últimas semanas se las había pasado deambulando sin rumbo como un cachorro perdido buscando alguien que lo acogiera, pero sin dar con ningún resultado.

El único recurso que le quedaba cuando se veía en ese tipo de situación, lo cual ocurría muy frecuentemente, era ir a la gelatería del señor Loreto. Normalmente le compraba el clásico helado de vainilla y se quedaba platicando con el simpático dueño hasta que llegara el tiempo de cerrar el local. A veces sentía que su presencia resultaba un tanto molesta para él, pero el señor Loreto se veía tan feliz de tenerlo cerca que cada vez comenzó a ir a visitarlo con más regularidad y terminó por desechar el pensamiento intrusivo que lo acechaba.

Aquel día todavía era demasiado temprano para ir, así que Enzo decidió hacer un poco de tiempo antes de que abriera la gelatería. Recorrió por milésima vez en su vida las calles del pueblo, buscando ávidamente algún callejón, escondrijo o detalle que antes se le hubiera pasado por alto. Se fijaba particularmente en los negocios que había con la intención de descubrir si había abierto alguno nuevo recientemente, pero todo seguía siendo lo mismo.

Vivir en un lugar así, tan estático y seguro, era una bendición, aunque durante el último año se había sentido como una causa más para generarle conflicto interno. ¿Cómo podía ser que todo se mantuviera igual desde que tenía uso de la razón? Todo seguía siendo lo mismo, y entre tanta certeza Enzo tendía a sentirse como una pieza que no encajaba. Él definitivamente no era el mismo de antes, al menos no completamente. Si él, que había cambiado, notaba el estancamiento de la ciudad, ¿significaba que las demás personas que vivían ahí seguían, como su hogar, siendo los mismos?

Enzo sacudió la cabeza y apartó aquellos pensamientos de su mente. Sin darse cuenta él solo terminaba metiéndose en embrollos mentales y, si no tenía cuidado, las dudas y cavilaciones podían llegar a consumir gran parte de su tiempo.

El Soplador de VidrioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora