Capítulo 10: Sobre sueños cumplidos y la dificultad de las despedidas

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Esa noche Enzo pudo dormir con un poco más de tranquilidad y ganar un considerable tiempo de descanso. Gran parte de eso se debió a que su pesadilla usual fue reemplazada con un sueño diferente.

Se encontraba en el taller de vidrio soplado de su padre, pero el lugar estaba completamente vacío. Los hornos habían desaparecido y al asomarse en la bodega descubrió que no había ninguna obra de vidrio guardada. Del armario de los cero desperdicios, que había ido acumulando piezas gracias a las contribuciones de Enzo en el trabajo de Sabino, no había ni rastro. Lo único ahí era el suelo de concreto gris y las altas paredes. Y Enzo.

Una libreta se materializó en su mano. Enzo la abrió en una página al azar y, a pesar de que los expertos digan que es imposible leer en sueños, pudo visualizar las palabras escritas claramente y sin mayor problema. Al hacerlo, notó que se trataba de su libreta, aquella que usaba para escribir todo lo que se le viniera a la mente. La página en la que estaba abierta revelaba un poema. Nievevive.

Había algo diferente a la libreta original, pues en los bordes de esa hoja, garabateado en diferentes estilos de letra y con distintos colores de tinta, un nombre se repetía hasta el cansancio. Genevive.

Enzo recordó repentinamente lo que le había hecho y sintió tanta vergüenza de sí mismo que el sentimiento no logró desaparecer ni cuando despertó. Dio vuelta a la hoja y en la siguiente página se encontró de frente con un espejo. Su reflejo era reconocible y soltó un suspiro de alivio. Este era él. No el otro. No ese que iba lastimando a las personas. Ese era un impostor que había tomado control de su cuerpo temporalmente.

Igual, le costaba diferenciar entre ambos y aquello lo asustaba. Eran parecidos hasta cierto punto y el otro era silencioso como una serpiente al grado de poder escabullirse sin que él lo notara, como ya había ocurrido. ¿Y si regresaba? Él no quería permitirlo, pero no sabía si sería capaz de impedirlo.

Enzo era consciente de que había un impostor. Y una duda comenzó a carcomerlo lentamente. ¿Era el fraude acaso esa persona cruel y triste? ¿O podría ser él una visualización de su verdadero ser? ¿Qué tal si el impostor era el que él creía ser la mejor versión de sí mismo? Podría ser que esa persona que tanto extrañaba ser fuera solo una representación dramática, un acto en un teatro que había llegado a su fin. Y, cuando las luces del escenario se apagaban, los actores manifestaban quiénes eran en verdad.

Regresó a la página del poema en busca de una respuesta que lo dejara satisfecho. No encontró nada.

Una pluma apareció en su mano y la usó para trazar las letras de las dos palabras que se repetían en su mente.

Nievevive.

Genevive.

Una y otra vez.

Entonces algo pasó. Sus ojos se abrieron de par en par y las lágrimas se formaron en los bordes sin esfuerzo alguno. Una brisa débil le susurró algo al oído. Una palabra oculta entre las letras de aquellas dos que tanto delirio le provocaban. Una orden. Un deseo.

Vive.

Enzo despertó justo en el momento en que daba la vuelta para intentar vislumbrar al portador del mensaje.

La primera persona que vino a su mente esa mañana fue Genevive.

Debía arreglar las cosas con ella.

"No me busques, ¿entendido? A menos que finalmente hayas resuelto tus problemas y regreses a la normalidad."

El recuerdo apuñaló sus intenciones. De seguro ella no querría verlo. Hasta cierto punto él tampoco quería encontrarse con ella después de haberla hecho pasar por tamaña grosería. Y estaba seguro de que todavía no había resuelto nada ni había vuelto a ser el de antes. Incluso dudaba de que eso fuera una posibilidad. Pero tampoco podía dejar las cosas así porque solo empeorarían.

El Soplador de VidrioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora