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Las frías tardes de invierno pintaban de bellos colores el pueblo, pues aunque este se veía triste a simple vista, alguien con la mente de un artista lo encontraba sumamente bello.

Guillermo veía la belleza del invierno en la forma en la que todo se tornaba de un blanco puro, donde los colores del día se reflejaban al amanecer y al atardecer, dándole un toque mágico a aquella estación.

—Sonríe —soltó Guillermo observando a Elena, mientras la apuntaba con su cámara fotográfica.

—¿Por qué no buscas a alguien más para que sea tu musa? —se quejó sintiendo como el frío calaba sus huesos.

—Porque sólo tu eres la causa de mi inspiración —le sonrió con ternura.

—Eres muy cursi cuando te lo propones —dejó un suave beso con sus fríos labios en la mejilla del chico.

—¡Estás fría! —la chica soltó una risotada— Eres cruel.

—Sólo toma la foto y vamos por un café, Se me congela el alma —murmuró antes de soltar una risa al ver el rostro molesto de su novio.

Guillermo sonrió y tomó la fotografía, capturando en ese efímero instante la felicidad que reflejaba el rostro de Elena.

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La situación en la que se encontraba ahora era bastante surrealista y, pese a que le atribuía todo al alcohol, no podía negar que todo eso estaba pasando.

Elena, un poco consternada, cerró sus ojos y llevó sus manos a los antebrazos del muchacho, sintiéndolos a su lado. Lentamente se separó de el, observandolo a detalle.

Estaba notablemente más pálido que de costumbre, pero no perdía la belleza que lo caracterizaba. Sus ojos, pese a estar apagados, aún mantenían un poco de brillo en ellos. Sus labios, antes rojizos como el vino tinto, se encontraba morados, faltos de calor.

Aunque no lo pudiera creer, el estaba allí, sosteniendo su rostro con sus frías manos y observandola con curiosidad pintada en sus pupilas.

—¿Estas bien? —preguntó preocupado.

—¿Por qué estas aquí?

—No podía irme y dejarte sola —murmuró.

—¿Por qué te paso esto a ti? —inquirió con la voz quebrada.

—Era el destino —Se encogió de hombros.

—No quiero que te vayas —Se aferró con fuerza al cuerpo del muchacho.

—Sólo quería asegurarme de que estabas bien —colocó sus brazos en la espalda de la chica y la acarició lentamente.

—No me dejes, no de nuevo —susurró.

—Prometeme que serás feliz.

—Guillermo...

—Prometelo.

—Lo prometo.

Guillermo se separó lentamente y dejó un suave beso en la frente de Elena. La chica comenzó a llorar al sentir como lentamente, el cuerpo de su novio desaparecía.

—Te amo Elena.

Elena cayó de rodillas al suelo nuevamente. No había perdido a su novio una vez, lo había hecho dos veces.

Y su corazón no podía dejar de pesar como si de un yunque se tratase.

Y su corazón no podía dejar de pesar como si de un yunque se tratase

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Oh My GhostDonde viven las historias. Descúbrelo ahora