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Dicen que el amor llega a tu vida cuando menos lo esperas... Y eso fue lo que pasó con Elena.

Conoció a Leyra la que se convertiría en su mejor amiga y Guillermo, el hermano de esta en un campamento de verano cuando tenían dieciséis años.

Desde ese momento no pudieron separarse ni un segundo, pues ma primera vez que se vieron sintieron una conexión casi inmediata.

Comenzaron como mejores a amigos, siendo Leyra la intermediaria para que si hermano dejará de lado su timidez para hablar con ella.

Gracias a su ayuda, poco a poco los corazones de estos comenzaron a tener sentimientos románticos el uno por el otro, y ya no había vuelta atrás.

Su relación se estableció cuando tenían dieciocho años y, pese a las dificultades, lograron llevar a cabo una bella relación de casi cinco años.

Pero como dice el refrán: lo bueno no dura para siempre.

Esa noche, donde el cielo estaba pintado de nubes oscuras que anticipaban lo que estaba por suceder, Elena se estaba maquillado para asistir a su cita con Guillermo, el cual le dijo que tenía que hacerle una pregunta importante.

Quince minutos antes de que el muchacho llegará por ella el caos junto con la tormenta, comenzó.

El incesante tono de llamada de su celular la hizo despegar su vista del espejo del tocador. Dejando el rubor de lado y sintiendo un fuerte pinchazo en su corazón, contestó sin mirar el remitente.

—¿Bueno?

¿Señorita Elena De la Rosa? —preguntó una voz masculina desconocida al otro lado de la línea.

—Soy yo ¿Qué sucede? —inquirió asustada.

Lamentamos informarle que su novio tuvo un accidente de tránsito y ha fallecido hace unos minutos, están trasladandolo a la morgue. Lo lamento.

—Gracias... por... avisar.

Elena cortó llamada aún consternada, pero poco a poco, cayó en la cruda realidad que la estaba abrazando. Sus rodillas temblaron, perdiendo el equilibrio y terminado en el suelo de su habitación con un golpe seco.

Guillermo estaba muerto y ya no estaría con ella.

Ya no tendría a su pareja, su sostén, su pilar, la causa de sus sonrisas y felicidad.

Las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas como si fueran gotas de lluvia y el pinchazo de su pecho, comenzó a intensificarse, causándole un agudo dolor.

Sus sollozos comenzaron a ser más audibles, casi convirtiéndose en alaridos de dolor, los cuales alertaron a sus padres, quienes ingresaron a toda velocidad a su cuarto.

—¿Hija? ¿Qué sucede? —preguntó su madre preocupada acercándose a ella.

Pero en lugar de responder, Elena sólo comenzó a negar con la cabeza, sintiendo el rimel escurrir por los costados de sus ojos. Su pecho subía y bajaba bruscamente por sus sollozos constantes y su garganta temblaba a causa de los mismos.

—¿Pasó algo malo? —inquirió su padre con suavidad.

—Guillermo está muerto —susurró.

—¿Qué? —Preguntaron sin comprender o eso parecía.

—¡Guillermo está muerto! —gritó.

Sus padres la miraron con compasión, pero eso poco le importó, pues a duras penas se colocó de pie, tomó su celular y salió corriendo de la casa en dirección a la morgue sin importarle que pudiera sufrir un resfriado a causa de la lluvia.

Al llegar al lugar, poco le importó el pedir autorización para ingresar, corrió con todas sus fuerzas hasta el final del pasillo principal, donde se encontró a su suegra, la cual lloraba desconsoladamente junto a Leyra.

—Mi niño... no puede estar muerto... —sollozó con fuerza, siendo abrazada por su hija. La fémina corrió hacia ellas y se unió al abrazó— Elena...

—Lo sé —sorbió su nariz.

Ahora que Guillermo se había ido, estaba perdida.

Completamente perdida.

Completamente perdida

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Oh My GhostDonde viven las historias. Descúbrelo ahora