💜. Día 1 .💜

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Abrazo

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La puerta se abrió con un click seco en medio del silencio sepulcral que rodeaba aquel vecindario de Yokohama. Por eso lo había elegido: por tener como característica principal la privacidad de esos lares y el ambiente pacífico y jovial de sus vecinos. No es que le importase la convivencia ni mucho menos, sino que era idóneo para los gajes que conllevaba su oficio.

Al ser personas educadas, no preguntarían si lo veían salir o llegar a casa a altísimas horas de la madrugada.

Al no espiar por las ventanas, no lo verían volver completamente manchado de sangre.

Nadie se metería con el perro rabioso de la Port Mafia.

Akutagawa terminó de abrir la puerta como si le llevase un gran esfuerzo. La cerró tras él y pasó la llave. Evitó pisar la alfombra de estampado de tigre;
blanco; Atsushi lo mataría si la manchaba de sangre.

Recordó una conversación que tuvieron hace un tiempo:

«—¡AKUTAGAWA! ¡¿POR QUÉ MI ALFOMBRA ESTÁ MANCHADA DE ROJO?!

—... ketchup.

—¡COMO VUELVA A ENCONTRAR SANGRE EN ELLA, DORMIRÁS AFUERA!

—Duermo más de la mitad de la semana fuera, Jinko. Trabajo fuera. En la noche.

—... ¡NO TENDRÁS SEXO DURANTE UN MES!

—... ¡TE VIOLARÉ MIENTRAS DUERMES!»

Aunque no acostumbraba a reír, ese pensamiento le provocaba cierta gracia al recordarlo; mas, no sonrió ni le provocó ese cosquilleo agradable en su estómago. Más que otras noches, se sentía frustrado y, en parte, molesto.

Molesto consigo mismo por lo que acababa de hacer.

Frustrado con su ex superior por no haber sido capaz de reconocerlo y evitarle buscar ese reconocimiento en lo que hacía cada noche.

Pero esta era uno de esos días en los que deseaba haber muerto de frío o inanición en aquel bosque. Matar para él nunca había sido un problema, cumplía las órdenes sin rechistar ni pararse a pensar en ellas o las consecuencias que estás podrían traer consigo.

Y es que los ojos esos chicos a los que le  fue ordenado matar parecían mirarlo y culparlo a cada paso que daba dentro de su casa. Eran solo unos adolescentes; unos muchachos que, por mera necesidad de sobrevivir, habían elegido la forma inadecuada: obstruyendo la llegada de mercancía bélica a uno de los almacenes del sur de la Port Mafia. No eran niños, por lo que no podían ser perdonados. Oda no estaba, por lo que nadie podría encargarse debidamente de ellos.

Por eso lo llamaron a él; para que echase a un lado la basura.

Se sentía muy hipócrita volviendo a una casa a la que podía llamar hogar, después de haber aniquilado a vidas que carecían de uno; de ser amado por alguien, después de no permitirles conocer el amor a otros.

Era un sentimiento horrible que le hacía querer echarse a llorar en una esquina hasta que sus cuerdas vocales se desgarraran por los gritos.

«—No eres una mala persona, Akutagawa; eres lo que tu pasado te obligó a ser.»

Por mucha razón que tuvieran esas palabras que el albino le había dicho, no cambiaba el hecho de que ahora era un asesino despiadado que no creía en excepciones.

Giró a la izquierda, entrando en el espacioso salón de estar. Unos ojos dorados y violetas lo recibieron con una sonrisa que se desdibujó al ver en las condiciones precarias en las que llegaba su pareja.

Una vez más, sus ojos bañados en lágrimas antes de ser apuñalados por la tela de su abrigo negro, se superpusieron sobre los heterocromáticos.

Caminó unos pasos más y se desplomó en el suelo de rodillas. Con sus brazos rodeó la cintura de Atsushi y enterró su rostro en su estómago, aspirando y dejándose reconfortar con el aroma a vainilla que siempre le ayudaba a dormir.

Y se permitió ser vulnerable por lo menos una vez.

Mientras lo abrazaba fuertemente como si temiese que se convirtiese en polvo de un momento a otro.

Todo estaba bien; mientras que Atsushi siguiera esperándolo en casa, ninguno de sus trabajos representaría tanto. Tendría siempre una razón para volver.

Atsushi, sorprendido por la repentina actitud del mafioso, se limitó a guardar silencio y a acariciar su cabello negro con gentileza, como si fuese un niño triste después de pelearse con su mejor amigo.

Este, al sentir el tacto en su cabeza, apretó su agarre y se mordió el labio.

Eso era: Atsushi nunca lo juzgaría por ser el monstruo que era. Él no merecía si amor.

—Akutagawa, ¿estás llorando? —preguntó Atsushi con algo de diversión.

—... No. —respondió ocultando su voz quebrada en un tono de molestia fingida.

Atsushi rió con ternura y se agachó a la altura de Akutagawa, y esta vez, fue él el que pasó ambos brazos alrededor del cuello del pelinegro.

Diciéndole en un abrazo que «todo estaría bien; él estaba ahí con él.»

—Bienvenido a casa.

—... estoy de vuelta.

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