💜. Día 2. 💜

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Beso

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El suave olor a mañana y desayuno llegó hasta lo más profundo de su sueño, despertándolo. Se mantuvo unos minutos más acostado boca abajo en la cama, con la pereza susurrándole que aún era muy temprano para levantarse. Cuando, en realidad, debía ser casi el mediodía.

Tenía el fin de semana libre como recompensa por el trabajo del que había vuelto esa madrugada. En la piel de su cuello aún podía sentir el tacto cálido de los delgados brazos de Atsushi mientras lo abrazaban con cariño.

Se sentó en la cama y se pasó la mano por la cara, alejando la somnolencia. Miró el lado izquierdo de la cama perfectamente acomodado. No sabía cómo el albino lograba arreglar su lado de la cama mientras él dormía a pierna suelta junto a él. Pasó una mano por la tela, acariciándola; el calor corporal aún se podía sentir en la fibra, pese a que hacía tiempo que se había ido a preparar el desayuno.

Aprovechó que estaba solo y sonrió.

Un ruido proveniente de la cocina lo alertó y fue corriendo hacia el lugar sin zapatos y con el cabello despeinado. Una cacerola con estofado estaba volteada en el suelo, junto a ella estaba Atsushi sentado con los ojos cerrados, quejándose.

Akutagawa respiró tranquilo. No era ningún ataque, era solo Atsushi siendo Atsushi.

—¿Qué pasó? —preguntó el pelinegro hincándose frente al albino para recoger la olla y agarrar un trapo de la mesa para limpiar la comida tirada.

—Estaba cortando unos higos para ti cuando el cuchillo me agredió sin ningún motivo. —lloriqueó Atsushi apretándose la mano izquierda.

El mafioso prestó mayor atención a sus manos y vio un hilillo de sangre descender del dedo índice izquierda de Nakajima hasta caer en el suelo en pequeñas gotas carmesí.

No era una herida grande y mucho menos peligrosa, sin embargo, deseó coger el cuchillo causante y hacerlo chatarra.

Tomó con una de sus manos la de Atsushi para ver mejor la herida. Debido a un leve estremecimiento por su parte, hizo que le dirigiera una mirada que decía «No seas cobarde, es un simple arañazo».

—¿Cómo, por un simple corte, terminaste haciendo semejante estropicio? —habló Akutagawa levantando una de sus cejas. Por mucho que lo pensara, era casi imposible tirar una cacerola entera que debía de estar al fuego, por solo un corte en el dedo. Claro, imposible a menos que seas Atsushi.

—No lo sé. —respondió este con los ojos brillantes por las lágrimas. Sufría más por haber desperdiciado comida que por el dolor.

—No tienes remedio, Jinko.

Entreabrió ligeramente los labios y se llevó la herida a ellos succionando la punta del dedo. Con su lengua, lamió la sangre y la hendidura. Pequeñas cosquillas fueron desde el lugar hasta el estómago del albino, provocándole pequeñas risas.

—¿A qué sabe mi sangre? —se sacó el dedo de la boca y miró al que le había hecho semejante pregunta estúpida con los ojos entrecerrados.

—¿Nunca has probado la sangre? —rebatió Akutagawa.

Nakajima pareció pensar. Tenía las mejillas ruborizadas. El pelinegro río en su interior, al parecer, con la situación de hace un momento había logrado que Atsushi imaginase una escena obscena.

—Solo cuando me muerdo la lengua. —respondió algo triste.

—Pues sabe así.

—¿A lengua masticada?

—No, Jinko idiota; a sangre. —a veces sentía la necesidad de apuñalarlo por sus idioteces.

Eso no pareció convencerle, pues el puchero infantil que hizo lo delató. Akutagawa suspiró y lo acercó a él con un jalón en el brazo. Con la otra mano sostuvo su cintura y la que había usado para empujarlo la llevó hasta su barbilla para levantarla un poco.

—Te daré a probar entonces. —dijo antes de besarlo.

Movió los labios con suaves movimientos para que Atsushi pudiese seguir el ritmo pese a la sorpresa. Una vez supo que ya estaba en sintonía, mordió su labio hasta hacerlo sangrar. Atsushi gimió del dolor, la sorpresa y el placer, dejándole oportunidad para invadir su cavidad bucal con su lengua.
Es sabor ferroso y dulzón invadió sus papilas gustativas, creando un extraño sabor mezclado de pasta dental, saliva y sangre. Extraño y a la vez excitante.

Se separaron unos minutos después y Akutagawa observó al albino, que estaba colorado hasta las orejas. Atsushi se llevó los dedos a los labios y se tocó allí, como si aún estuviesen los labios del pelinegro sobre los suyos. Lo miró con sus ojos dorados y violetas.

—Eso fue... extraño. —dijo pasándose la lengua por la reciente herida en su labio.

Akutagawa no dijo nada, solo asintió con la cabeza y se dio media vuelta para internarse en su habitación otra vez con el objetivo de leer hasta que el desayuno -o el almuerzo- estuviese completamente listo; esperando que el albino no se cortase la cabeza en el intento.

Cuando estuvo en el marco de la puerta se detuvo y se giró.

—Jinko, tengo algo que decirte.

—¿El qué? —ladeó la cabeza con curiosidad.

—No me he cepillado los dientes.

¿Les dije que Atsushi odiaba que Akutagawa lo besase acabado de levantar?

—¿¡Ehhh!?

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