💜. Día 7 .💜

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Masturbación y felación al pasivo

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El cielo brillaba en tonos verdes, turquesa y agua marina. La aurora boreal imitaba un camino en el cielo que parecía estar confeccionado por miles de dominicas luciérnagas y trozos de hielo que reflejaban la luz de las estrellas. Era una vista hermosa.

Muy diferente de lo que ocurría debajo.

Qué era pura catástrofe, muerte y sangre.

Las olas del mar se elevaban metros sobre la superficie del agua, como murallas inquebrantables de titanes; la espuma blanca se agitaba en sus crestas, efervescente por la tormenta que se desataba sobre las aguas de alta mar.

Un monstruo marino, añil y escamoso, muy parecido a un dragón, se elevó desde las profundidades de un remolino hasta los cielos, acariciando las nubes con sus dos bigotes, tan largos que parecían no tener fin.

La atmósfera, si ya estaba tensa pareció comprimirse dos o tres unidades más.

Un relámpago cayó, chisporroteos violetas y blancos se extendieron sobre el océano. Un retumbe se escuchó a millas de distancia.

En medio de todo esto, había un chico de pie sobre un islote de menos de cinco metros de área. Su cabello revoloteaba a ningún lado en específico, azotado por el fuerte vendaval que provenía del oeste, como un presagio de mala suerte. Miró con detenimiento lo que ocurría, un poco de miedo se filtraba a través de sus orbes dorados y violetas, algo oscuros por la poca luminosidad del mundo. Llevó su mano al corazón y apretó la tela sobre su pecho con fuerza, tratando de reunir fuerzas para batallar contra aquello.

Un suspiro escapó de sus labios, junto con el vaho blanco de la condensación de su respiración. Su ceño fruncido y su mirada decidida, era momento de hacerle frente.

Una luz incandescente salió del lugar donde tenía la mano sobre el pecho, como si su corazón resplandeciera luz propia. Una esfera brillante se formó a su alrededor y música sonó desde todos los lugares.

La intensidad de la luz fue en incremento hasta casi ser insoportable. El mar pareció un lienzo en blanco por un segundo. Al otro momento, ya no estaba ahí el chico de aspecto normal, con ropas de instituto; sino un muchacho apuesto, de hermosos cabellos blancos adornados con una diadema de oro y perlas rosas. Un vestido corto de volantes enmarcaba su cuerpo, resaltando su estrecha cintura y sus caderas, un par de redondas y llenas nalgas se asomaban en el dobladillo, demasiado corto para ocultarlas. Las medias de encaje llegaban hasta los muslos y las botas de tacón daban un aire elegante a sus largas piernas.

Pero la cerveza del pastel se la llevan sus labios —irómicamente, también de color y tan apetecibles como las cervezas—; llevaban pintalabios rosa intenso, haciéndolos ver apetitosos y provocadores. Dignos de una boca pecaminosa como la suya.

La transformación terminó, dentro de la burbuja brillante y flotante, el chico sostuvo un micrófono frente a sus labios y señaló con una de sus enguantadas manos al monstruo marino. Sonrió, seguro y dijo, dispuesto a vencer el mal:

—¡Canto de sirena! ¡Arriba el telón!

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—¡¡¡Que alguien despierte a ese muchacho!!!

Las ondas acústicas repercutieron entre las paredes de la pequeña aula abarrotada de estudiantes que hasta el momento se habían mantenido concentrados y retraídos de toda condición social. Todos giraron a ver al receptor del grito dado por el profesor de anteojos redondos que se encontraba cuidando el examen frente a ellos: un muchacho de cabellos negros temblaba incontrolablemente sobre su pupitre, como si el suelo bajo él estuviese siendo movido por un fuerte terremoto.

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