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—Estoy segura que una visita sorpresa no solucionará nada.

Miré de reojo a mi amiga, diciendo:

—¿Alguna vez te he dicho que suenas igual a mamá?

—Sí, claro. Gracias por el cumplido.

—Hablo en serio. Parece como si tuvieran el mismo tono de voz.

El rostro cuadrado de Hanna y sus ojos verdes se torcieron en una mueca misericordiosa.

—Bueno, entonces ¿qué harás?

—Ir a casa de Hunter —respondí.

Cliff se unió a nosotras, aunque estaba al pendiente de nuestra conversación durante nuestro horario de descanso. Estábamos en el jardín del colegio, refaccionando bajo la sombra del muro, contemplando a los otros estudiantes deambular tranquilamente.

—¿Tus padres saben que te volviste muy rebelde? —preguntó Cliff, mientras bebía su gaseosa enlatada.

Hice un ruido impaciente.

—¿Rebelde? ¡Es más preocupación que otra cosa! —hice una pausa para suspirar—. Ustedes no escucharon sus gritos, yo sí, y me gustaría saber qué está pasando.

Guardé las galletas saldas que estaba comiendo en ese instante, ya que sentía la boca entumecida y la punta de la lengua me picaba. Le di un trago a mi jugo y reflexioné en el comentario de Cliff.

—Eso es un rotundo «sí» —repuso él, encogiendo los hombros.

Torcí el gesto en una mueca indignada.

—Como ya mencioné, si no tienen pensado venir, lo entenderé. Pero, quiero que sepan que me vendría bien su compañía. Más ahora porque tengo que elegir un regalo para llevarle a Hunter.

—¿Un regalo? —repitió Cliff.

Cliff es un chico de mente abierta, sutil e inteligente, y sabía que usaría las señales adecuadas y se comportaría como un hermano mayor, tanto como lo haría también Hanna. Yo, sin embargo, quería saber si era correcto o no, que estuviera dando comienzo a un tipo de relación a distancia con Hunter.

Quería saber, además, si contaba con el apoyo de ambos y estar segura de sí misma para lo que sea que estuviera a punto de ocurrir.

—¿Qué tiene? Yo lo veo como una manera de presentación más agradable.

Cliff parecía enfurecido.

Hanna, en cambio, palideció y entró en pánico al escuchar aquellas palabras, las cuales ya no hubo nadie quien protestara o me contradijera. Después de una semana, recordaba con exactitud qué había sucedido con Hunter.

—Es tu dinero, al final de cuentas —finalizó Cliff, apartando la mirada.

—Exactamente —respondí.

—¿Qué tienes en mente, Miranda? —cuestionó Hanna.

—No tengo la menor idea.

Cliff soltó una risita.

—Son novios hace más de dos años, ¿en serio no sabes qué comprarle? Tú más que nadie conoce cómo es él, qué le gusta o le apasiona.

Le di la razón a Cliff, pero la circunstancia no me permitía tener muy en claro el obsequio que pretendía llevarle a Hunter.

—Se siente muy presionada, es normal que le cueste pensar —intervino Hanna, masticando tranquilamente la dona con sabor a vainilla, cubierta de chocolate y chispitas de colores que había comprado en la cafetería.

—¿Vamos por unas hamburguesas? —propuso Cliff.

—Yo paso —murmuró Hanna.

—Sí, también yo —dije.

A esa hora del día, nada excepto eso me apetecía hacer que cualquier otra cosa.

Levanté la vista y aprecié el complejo donde estaba estudiando: era un edificio pintado de blanco con franjas celestes de dos niveles, con más de quince secciones, ubicados en dos puntos convergentes en forma de L, pero cada una de ellas con pocos estudiantes. Nosotros, por ejemplo, no pasábamos de veinte aspirantes a convertirnos en profesionales de distintas ramas. Tenía entendido que las otras carreras estaban iguales.

Las ventanas absorbían el brillo intenso del sol y se introducía como un huésped amigable, que hacía el trabajo eventual de los focos eléctricos. Me fijé que una ventana estaba abierta y alguien nos observaba en lo alto, luego se apartó y se perdió entre las cortinas.

Suspiré, sin darle mucha importancia.

El jardín era una excepción, pues era un campo travieso de metros cuadrados cubiertos de árboles de lento crecimiento y hierba de un verde alucinante. Había flores de distintos colores ubicados entre sí, formando un camino sublime y hermoso.

El aire, por otra parte, mejoraba el ambiente.

Todo el colegio estaba amurallado, como un fuerte hecho por los mismos que construyeron los antiguos templos al norte del continente. En el espacio libre y cercado donde nos encontrábamos, nos generaba cierto alivio luego de la primera jornada del colegio.

—¿Qué piensan estudiar después del Bachillerato? —nos cuestionó Cliff.

Hanna rio al escucharlo.

—¿En serio quieres saber eso? ¿Ahora?

Cliff hizo un gesto indiferente.

—Pronto nos vamos a graduar, es buen momento de pensar la universidad que se ajuste a nuestro coeficiente intelectual.

—Y de nuestra economía, también —repuso Hanna.

—Yo pienso trabajar y estudiar al mismo tiempo —explicó Cliff, muy animado—. Algún día quiero ser profesor.

—Bien por ti, cariño —dijo Hanna con una sonrisa—. Sé que lo lograrás, pues tu pasión y esfuerzo rinden fruto siempre que te propones hacer algo.

Cliff esbozó una sonrisa.

—Yo quiero ser artista —respondí en voz baja—, y Hunter creo que quiere graduarse de Trabajo Social, no estoy completamente segura.

Antes de que mis amigos respondieran, sonó el timbre; tuvimos que recoger el desastre que hicimos con nuestra refacción, depositar la basura donde correspondía y luego retomar nuestras clases.

Sin embargo, ya en clase, me quedé pensando en la pregunta que había hecho Cliff.

¿Qué sería de Hunter, si no lograra recuperase? Además de eso, ¿qué tan delicada era su situación? ¿Sería internado en una clínica o algo así? Rogaba que no fuese así, pues él era un chico que merecía estar en la cima del mundo y hacer las cosas que más amaba. Viajar, por ejemplo, o conocer más personas y dejar huella positiva donde quiera que estuviera.

¿Realmente tenía un futuro por delante?

No tenía las respuestas a mi alcance.

Mientras esperaba que la clase terminara, hice varios dibujos en las últimas páginas de mi libreta. Gasté mucha tinta y no me importaba, en absoluto. No obstante, no podía ignorar mis propias preguntas y respuestas.

—¿Qué fue de este territorio, luego del Primer Enfrentamiento? —preguntó la profesora Sophie a la clase.

Hubo un murmullo reducido a silencio vertiginoso.

Algunos meditaron la pregunta durante unos segundos, formulando una pronta idea, otros ignoraron la presencia de la profesora y el resto de nosotros se miraba entre sí, esperando al primero que se atreviera a hablar y dar a conocer su respuesta.

Sentí una punzada de pena y compasión por la profesora, que estaba al frente, señalándonos con la mirada inquisitiva.

La asíntota del mal [#1] - ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora