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Tuve tiempo suficiente para ordenar las sábanas, también acomodar las almohadas y, cuando terminé, barrí y recogí el resto de basura que sobraba en mi habitación. No era mucha, así que no tardé nada.

Antes de irse al trabajo, mamá se apresuró a decirme:

—Tu padre habló con el director Sanders. Él informará a los profesores de tu ausencia el día de hoy.

—¡Estupendo!

—Que no se repita, ¿quedó claro?

Afirmé con la cabeza.

—Ya que no tienes pensado ir al colegio, ¿podrías regar mis plantas, por favor?

—Seguro, será fácil —respondí.

—Gracias. Nos vemos más tarde.

Me dio un beso en la frente y abandonó la cocina.

—¡Hasta pronto, mamá! —exclamé, mientras se iba y cerraba la puerta.

Terminado el desayuno, lavé los platos y vasos sucios. También limpié y barrí la cocina, entre tanto, conecté mi teléfono con las bocinas de papá y reproduje las músicas clásicas que tanto nos gusta a papá y a mí.

El suave murmullo el piano, de las teclas y las cuerdas de los otros instrumentos me tenía cautivada. Podía sentir que estaba en otro lugar, abierto al aire libre, rodeada de flores silvestres y árboles tupidos que me invitaban a recostarme entre sus raíces enterradas y hacer a un lado mi propia existencia.

Al terminar, regué las plantas de mamá.

No tenía prisa, de modo que lo hice con mucha calma, mientras sostenía el recipiente y dejaba caer el agua, recordé que mamá solía hablarle a sus macetas, no sabía si sus palabras causaban algún efecto en ellas, sin embargo, asumí que lo hacía para entretenerse.

Pero, como no me sentía entusiasmada de recitar un poema, frase inspiradora o algo por el estilo, eludí esa idea en mis pensamientos.

Mirar noticias por la televisión no ayudó a despejar mi mente, en lugar de eso, aumentó la necesidad de buscar más información acerca de incidentes causados por el eclipse. Pasaba los canales frenéticamente y me detenía solo cuando la nota informativa me parecía decente o interesante.

Sin embargo, las voces chillonas de los presentadores me resultó molesta y pronto el aburrimiento se instaló a mi lado. Por ese motivo busqué una película que me atrapara e hiciera pasar las horas en un parpadeo.

No funcionó.

Intenté dormir, pero no podía conciliar el sueño. No sabía con certeza qué me pasaba, porque la sensación de ser vigilada por un par de ojos rojos o caer a cierta altura me despertaba abruptamente. Sospeché que prepararme un té de manzanilla tampoco me ayudaría.

Faltaba poco para que mamá y papá estuvieran de vuelta.

«Deja de pensar. Deja de pensar. Deja de pensar…», me repetía en la cabeza, sufriendo una punzada en el cráneo. 

Estuve dando vueltas en la sala, mirando mi teléfono, revisando mensajes, llamadas, fotografías de Hunter y también pensando que hoy estaríamos celebrando otro año más, juntos y felices.

«Todo estará bien. Todo estará bien. Todo estará bien. …», las palabras brotaban como una chispa inocente, expandiéndose hasta alcanzar una dimensión parecida a un incendio que dejaba únicamente devastación a su paso.

Entonces, en un empuje de furia incontrolable, arrojé mi teléfono encima del sofá y subí a mi habitación.

Supuse que tal vez una ducha me relajaría.

Mientras me bañaba, el agua caliente se deslizaba en mi piel y me daba aquella energía que me faltaba. Enjugaba mi cabello con la espuma creada por el shampoo, aunque lo hacía más para quitar los restos de mis pensamientos que limpiar mi cabeza de la grasa y otros residuos en mi cuero cabelludo.

Antes de darme cuenta, estaba llorando y mis lágrimas se mezclaban con el agua y era una combinación que se repetía constantemente para mí y a veces recurría a esto para que nadie pudiera presenciar mi agonía.

Al salir de la ducha, me planté frente al espejo y observé mi aspecto.

Tenía los ojos enrojecidos, desde luego, y mi cabello era una maraña que, sin lugar a dudas, estaba pensando seriamente en cortármelo. Por suerte, mi piel estaba recuperando color y mi rostro estaba lejos de parecerse a un zombi.

Entonces, acomodando mi cabello húmedo, noté algo perturbador en el espejo.

Tenía entendido que el vapor del agua caliente quedaba atrapado en el cristal reflector, lo había visto un par de veces, sí, y tiempo atrás, Hanna me había contado que los espejos tenían la capacidad de mostrar otra realidad frente a nuestros ojos.

Sin embargo, lo que estaba viendo precisamente en ese instante…

La huella de una mano, claramente era una huella, estaba plasmada en la parte superior del espejo. La palma estaba extendida y los dedos largos y delgados parecían haber dejado una marca reciente. Mi boca se secó y retrocedí varios pasos, temiendo que algo malo me estaba acechando.

—¿Hunter? ¿Hunter, de verdad eres tú? —pregunté, mirando a mi alrededor.

No sé si era cierto que la negatividad atraía malos espíritus u otras entidades, pero francamente eso era aterrador.

A medida que me acercaba, no podía dejar de vista aquel estampado hecho con algo de precisión. ¿Quién lo habrá hecho? ¿Será el fantasma de Hunter, el que vino de visita y trató de dejarme un mensaje?

No podía asegurarlo.

—¿Dónde estás, Hunter? —cuestioné, aparentemente enloquecida.

Por un instante creí que el espejo emitía un ruido vibrante y su superficie ondeaba por el sonido. La hoja delegada ondulaba, en serio ondulaba frente a mis ojos y, mientras buscaba una explicación que fuese más o menos lógica para la situación, me paré frente al cristal y lo toqué.

—Hunter… —susurré.

Primero, la ondulación se detuvo y el baño entero se vio inmerso en un silencio.

Segundo, parpadeando, noté que el espejo se oscurecía con lentitud y dos puntos rojos me devolvían la mirada con un interés inquietante; escuché un gruñido y finalmente el cristal explotó de forma violenta.

Restos destrozados salieron volando, algunos lograron herirme.

Tercero, la cabeza enorme de un perro emergió del agujero oscuro y trató de morderme; sus dientes afilados se cerraron, cortando el aire. Grité por la impresión y caí de espaldas, golpeando mi cabeza en el suelo para después gemir de dolor y perder el conocimiento.

La asíntota del mal [#1] - ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora