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Los temas impartidos por la profesora Freeman eran buenos, sin embargo, yo no apuntaba nada importante. Lo mismo me pasó con el profesor Bowie. Juraría que la siguiente clase antes del receso acabaría por hundirme más en la marea.

Pero, sobreviví.

Además, mentiría si dijera que no paraba de mirar de reojo a Hunter, ya que con los profesores sí respondía y por un instante, creí que volvería a ser el chico extrovertido, bromista y atento de la clase.

Hubo un destello de alegría dentro de mí, que pronto sería sofocado si él no me dirigía una palabra desde que llegué.

—Chicos, faltan unos minutos para finalizar la clase —anunció el profesor Parrish, desde su cátedra—. Los que hagan falta de entregarme la hoja de ejercicio, tendrán que hacerlo ya, los demás, pueden salir.

Algunos aplaudieron de júbilo y otros gruñeron en señal de desaprobación.

Hunter no había terminado; él seguía resolviendo los ejercicios a su propio ritmo.

La mayoría se apresuraba en salir, y los que no habían terminado aún, no dejaban de mirar a los otros clamando las respuestas a través de miradas suplicantes. Quise apiadarme de ellos, más de alguno lo había hecho conmigo en el pasado, pero el profesor Parrish podía darse cuenta y no quería arriesgar mi calificación en un acto altruista.

Hanna y Cliff se aceraron a mí.

—Miranda, ¿nos acompañas?

Asentí varias veces.

—Hunter… ¿él también vendrá?

—No creo. Todavía no ha completado los ejercicios —les expliqué.

Los tres miramos a Hunter disimuladamente.

—Deberíamos ayudarlo.

—Nos pueden restar puntos por hacer eso —aclaró Cliff, cruzándose de brazos—. Y no creo que el profesor Parrish tenga consideración con nosotros.

—Pues debería —dijo Hanna, sin apartar la vista de Hunter.

Yo, en cambio, miraba el suelo sin saber qué decir o qué hacer.

Entonces sentí un empujón en la cadera; era Hanna, la que llamaba mi atención. Señaló a Hunter con la mirada, apenas para darme cuenta que hablaba con el profesor y este asentía varias veces.

Le había entregado la hoja y salía sin mirarnos siquiera.

—¿Adónde crees que va?

—No lo sé —respondí en un susurro.

—Será mejor darnos prisa —comentó Cliff—, o no llegaremos a tiempo.

Así pues, nos dirigimos a la cafetería.

Estábamos a punto de hacer nuestro pedido, cuando Fred, un compañero de clase, se acercó a nuestra mesa, con la expresión asustada.

—¡Miranda, al fin te encuentro!

—¿Qué sucede, Fred? —preguntó Hanna, enarcando una ceja.

—Es Hunter —respondió, tratando de recuperar el aliento. Me levanté de golpe al escuchar su nombre—. Está en el baño y no sé lo que le pasa, ya llamaron a su madre, pero será mejor que lo vean —repuso, más sereno ahora—. Son sus amigos, tal vez pueda ayudarlo. Lo intentamos, pero se resiste. Vamos, ¡rápido!

Dejamos nuestras cosas sobre la mesa y lo seguimos.

Nos costaba trabajo abrirnos paso entre los otros estudiantes y, cuando logramos a travesar el pasillo que conducía al lugar donde se encontraba Hunter, sentí que el piso estaba muy resbaladizo, el aire se volvía más pesado y hacía calor, demasiado calor.

—Estaba llorando en el suelo cuando lo encontraron los chicos de primer año —anunció Fred, que iba más adelante—. Le hablaron y él los ignoró.

—¿Cómo supiste que estaba ahí? —pregunté.

—Max, Anderson y yo estábamos por entrar, entonces ellos nos advirtieron que había un loco ahí dentro y que tuviéramos cuidado. Salieron corriendo después de eso —Fred ya casi corría y nos dejaba rezagados.

Mi corazón dio un vuelco en mi pecho.

Estaba ocurriendo de nuevo y esta vez todos en el colegio lo verían.

No me importó que las chicas no tenían permitido entrar al baño de hombres, simplemente cruzamos la puerta todos como una manada y descubrimos que Hunter estaba de pie, frente a los lavamanos, mirándose al espejo y balbuceando en voz baja.

—¿Qué hacemos? —inquirió Fred—. No podemos dejarlo ahí.

Cliff se acercó a él lentamente.

—Hunter, ven…

Mientras me acercaba, su susurro empezó a tener sentido.

—Hunter, ven con nosotros —repitió Cliff, muy tranquilo.

—Sal de ahí —Hunter dejó caer sus gafas—. Sal de ahí, sal de ahí, sal de ahí… —repetía sin parpadear, todavía mirándose al espejo—. Sal de ahí —dijo por última vez y su puño derecho fue directo al cristal reflector y lo destrozó. Varios pedazos volaron por todas partes y otros se rompieron en tamaños más pequeños cuando fueron a dar al suelo.

Hanna y yo gritamos.

Fred y Cliff, ignorando la confusión, se lanzaron al frente y apartaron a Hunter del amplio espejo roto, ambos sosteniéndolo para que no atacara de nuevo.

—Hunter, ¿qué tienes? ¿Te sientes bien? —Fred rodeaba a Hunter con el brazo alrededor de la cintura sin usar demasiada fuerza.

—Su nudillo está sangrando —nos informó Cliff—. Hay que llevarlo a la enfermería.

No pude resistir más y me acerqué a ellos.

—Hunter, basta. Te haces daño. Eso no está bien —le dije.

Mi novio no reflejaba ninguna emoción.

De cerca, pude notar que estaba más delgado que antes. Su piel se hundía en sus huesos, como si su masa muscular hubiese sido sustituida por un material suave, ligero y carente de nutrientes y vitaminas.

Incluso sus ojos dorados eran una tonalidad más intensa.

Un momento… ¿qué había pasado con único ojo azul? ¿Acaso no lograron hallar una cura para eso? No, eso no… Sabía que nadie era capaz de algo así, a menos que haya recurrido a usar lentes de contacto, lo cual me parece una alternativa nada acertada, porque no tenía sentido que sus ojos sean del mismo color…

—Te llevaremos a la enfermería. Ellos sabrán qué hacer contigo —repuse. Acaricié su rostro, que estaba frío y muy rígido. Les hice un gesto a Cliff y Fred que lo soltaran y ellos, inseguros, accedieron—. Tu mamá…

—Mi cabeza… esas voces... Lloran. Gritan. Sufren. Y duele... duele mucho —de pronto su nariz sangraba y mucho—. Haz que se detenga, por favor, por favor, por favor…

Hunter se dejó caer de rodillas, ocultó la cabeza con ambas manos y meciéndose de un lado a otro, empezó a gritar.

No fue producto de nuestra imaginación lo siguiente que ocurrió.

Sucedió de verdad.

Los espejos y las ventanas dentro del baño, se rompieron y la lluvia de cristales tintineó durante varios segundos. Una fuerza invisible nos derribó: Cliff y Fred salieron disparados en direcciones opuestas y cayeron al suelo en un ruido seco. Hanna cayó de espaldas y gimió de dolor; yo, en cambio, di un traspié y perdí equilibrio y rodé dolorosamente.

Fred se irguió, haciendo una mueca de malestar. Una tenue mancha de sangre surcaba su sien derecha, ya que se había golpeado muy fuerte al caer. Cliff se sostenía uno de sus brazos y jadeaba.

—Pero ¿qué…? —murmuró, contemplando Hunter, que ya no estaba gritando, sus hombros se sacudían y sollozaba.

Mi reacción consistió en acurrucarme en el suelo y empezar a llorar también.

La asíntota del mal [#1] - ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora