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No supe cuánto tiempo estuve dormida, supuse que fueron horas, ya que unas manos me sacudieron con sutileza y una voz me instaba a abrir los ojos.

Me sobresalté al advertir que era un hombre, no mayor de cuarenta años.

—¿Se encuentra bien, señorita? —su tono era amable y mientras retrocedía, guardando distancia, me enderecé de inmediato—. Me preocupó verla sola por aquí. ¿Le ha pasado algo malo?

Negué varias veces.

Traía consigo un ramo de rosas rojas y usaba ropa elegante, el mismo que se usaba al asistir a un evento importante. Además, sus lentes oscuros ocultaban parte de la cicatriz que le cubría el lado izquierdo del rostro.

La puesta de sol me alarmó y me regañé por ser demasiado imprudente.

—¿Quién es usted? —le pregunté, sujetando mi mochila alrededor de mi pecho, asustada.

—Soy Arthur Grace. Y no tenga miedo, no le haré daño —afirmó—. ¿Puedo saber qué hacía aquí?

Tragué saliva con fuerza.

—Este... yo...

—¿Es su familia?

—Sí, algo así.

—No es fácil afrontar una pérdida, ¿verdad? —bajó la vista y suspiró con pesar—. Marinneth murió hace muchos años. Vengo a visitarla todas las tardes y a dejarle estas hermosas flores —señaló con mirada aquello que sujetaba—. Aun así, recordarla me hace vivir y apreciar la vida.

Torcí el gesto de solo pensarlo.

¿Por qué me estaba contando aquello, si no nos conocíamos?

El hombre miró a los lados y luego me preguntó:

—¿Quieres saber algo?

—Tengo que irme —contesté, retrocediendo.

—Dicen que hay una manera de recuperar lo perdido.

Me paré de golpe.

—¿De qué está hablando?

—Aquellos que nos han dejado, pueden regresar.

Lo miré por encima del hombro.

—Usted está loco —repliqué.

—¿Loco, por traer de vuelta mi felicidad que se me fue arrebatada injustamente?

—Sí, así es. Ahora, si me permite, debo irme.

—Espera...

Sentí un tirón en mi espalda, como si algo se aferrara a mí sin mi consentimiento.

Le resté importancia, cruzando algunas tumbas y siguiendo una ruta distinta que había tomado originalmente. No había nadie en el cementerio y el miedo se apoderó de mí. Saqué mi teléfono y advertí que tenía varias llamadas perdidas de mamá, de papá y mis amigos.

Oh, sí. Estaba metida en serios problemas.

—Sé lo que sientes, lo que estás sufriendo. Sé sobre la desesperación que te consume y la idea de vivir en soledad el resto de tu vida...

Grité al ver a Arthur aparecer en la siguiente hilera de tumbas.

¿Me estaba siguiendo como un pervertido?

O era peor que eso.

—Aléjese de mí o llamaré a la policía —le advertí.

—No te haré daño, lo juro —respondió el hombre.

La asíntota del mal [#1] - ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora