Lo primero que vi al despertar fue el rostro dormido de Fay. Estábamos acostados de lado el uno frente al otro. Acerqué su cuerpo desnudo al mío y cerré los ojos de nuevo. Luego, en un arrebato, giré sin soltarla y me quedé de espaldas sobre la cama con ella encima de mí. Fay suspiró somnolienta y abrió los ojos.
-¿Te has despertado? -quise saber.
-Sí -afirmó-. Es que "algo" contundente me golpeó la entrepierna.
Me reí con ganas.
-No es tan grande -dije.
-Es lo maravillosamente necesario para mí -me susurró al oído, poniéndome a cien.
-¿Te apetece uno mañanero? Así terminas de despertarte y te activas.
-Valiente excusa. Anoche usaste de excusa que después dormiría mejor.
-No era una excusa. No necesitamos excusas. Sólo era una afirmación -expliqué y le mordí suavemente la oreja.
Ella se echó a reír.
-Bueno, pues ponte a ello ya que con tanta dulzura me va a dar diabetes.
Reí, y le hice caso.
-Hasta luego -me despedí con palabras, después de haberme despedido un buen rato con "hechos"-. Te veo por la noche.
Me marchaba desde la casa de Fay casi cada mañana hacia mi trabajo de verano. Más tarde, después de pasar un par de horas en casa, me marchaba a la suya o ella venía a cenar a la mía. Atravesaba el bosque acompañada de sus animales cual señora de las bestias, haciendo las delicias de mi hermano. Mi padre se había convertido en el "hombre feliz", como yo le llamaba, y todo le parecía bien.
-Hasta luego -dijo ella, tras un último beso.
La había notado algo rara, pero con aquel beso me tranquilizó.
Tras un verano en el que, entre otras cosas nos dedicamos a contemplar las escasas habilidades de Prince en el arte del cortejo, pasamos un curso tranquilo. Vivimos alguna que otra aventura, pero nada comparado con monstruos chupa-vidas o brujas asesinas.
John y Patrick permanecieron en el hospital, ya que cada vez que se recuperaban de una enfermedad contraían otra. Evidentemente esto no se debía a causas naturales, pero yo nunca me quejé.
El "negocio" de Fay como bruja iba viento en popa, ya que se había corrido la voz de lo buena que era. Así que, incluso sin contar con su huerto, no tenía problemas para conseguir comida ni cubrir otras necesidades. No contaba con nuestra ayuda, aunque la tenía.
Ese último año nos habíamos dedicado a estudiar brujería, aunque yo en menor medida al no poder practicarla, y a entrenar con el shillelagh y la espada que Fay había encontrado en el lago, después de que Goibniu la arreglase.
Y también nos amábamos. Pasábamos tiempo en familia y tiempo como amantes. Nos queríamos y nos deseábamos por igual el uno al otro. Aunque Fay era más fría y torpe con las palabras y las muestras de cariño, poco a poco se había ido soltando. Pero yo sabía que no era del todo feliz. De vez en cuando notaba su intranquilidad en sus miradas y en todo lo que no decía, como un silencioso recordatorio de que Maeve no dejaría las cosas como estaban...
Una tarde de nuestro último verano antes de convertirnos en universitarios, fui a buscar a Fay cruzando el bosque. En cuanto la vi desde lejos me alegré, ya que su sola presencia, aunque fuera de espaldas, causaba ese efecto en mí. Aceleré el paso, hasta que me di cuenta de que estaba demasiado quieta. Oí un ruido, como un zumbido de abeja, y corrí. Antes de llegar vi a una mujer frente a ella. Era pelirroja y vestía un traje largo de color lavanda.
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Los Monstruos me llaman. 2ª parte de Pídele ayuda a la bruja.
FantasyEvan y Fay están aprovechando el hecho de que su vida, por lo pronto, se desarrolla como la de cualquier otra pareja de su edad, disfrutando del verano antes de ir a la universidad, entre otras cosas tales como hablar del fastidio que es Woody o de...