Capítulo 5 "Te diré jinko"

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—¡Chuuya! ¡estoy muy feliz! ¿No estás feliz también? —un animado Atsushi de doce años se acercaba a su amigo. La sonrisa que sostenía sus labios era tan radiante, inquebrantable, sumamente inigualable. Hacía tanto que no se lo veía brillar de esa manera.

Chuuya sonrió, realmente Atsushi se llevaba gran parte de sus más genuinas sonrisas. Si el pequeño estaba feliz, él estaba feliz.
Dejó de empacar y abrió sus brazos, el contrario aterrizó en ellos con fuerza y ambos cayeron en la cama vieja, la cual rechinó, recibiéndolos.

—Lo estoy, Atsushi.

El peliblanco levantó un poco su mirada hasta observar con atención el rostro de Chuuya, asegurándose de que no mentía.

Su cabello anaranjado caía en mechones alborotados por su frente, sus ojos azules expuestos y vibrando en emoción. Tenía una curita en la nariz, otra en la mejilla derecha y algunos raspones recientes en su rostro.
Amaba hacer deportes con los otros niños del orfanato, aunque, también se metía en varias peleas con los mayores.
La hermana superior le había dicho que tendría que cambiar sus costumbres si quería durar en su nuevo hogar, y aquello lo ponía aún más nervioso. Intentaba disimularlo; pero temía, temía cometer algún error y que lo devolvieran a ese lugar oscuro, aquél al que nunca pudo llamar hogar. Debía impedirlo, por ningún motivo quería dejar al pequeño de cabellos blancos solo.

—Nos adoptarán juntos. No vamos a separarnos, como prometimos.— lo miró. La felicidad que poseían sus ojos hipnotizaba. Chuuya le devolvió la mirada, sintiéndose dichoso. A sus catorce años había logrado algo realmente valioso, cumplirle la promesa al pequeño Ángel que siempre estaba con él.

—¡Al fin no iremos de este basurero!

—¡Chuuya! —le recriminó.

El mayor rió, abrazando con más fuerzas al pequeño, lo adoraba, como si realmente fuera su verdadero hermano.

Atsushi no lo sabía, pero Chuuya ya lo había adoptado como su familia desde hace mucho tiempo.

La risa contagió al animado Atsushi. Ambos se quedaron mirando el techo de madera, anhelando, soñando despiertos con su nueva vida, con un hogar.
Con su nueva familia...

Lo que aquellos pequeños jóvenes no sabían era que desde ese día comenzarían los peligros que los seguirían día y noche.

No habría refugio, ni tampoco momentos dichosos.

La felicidad nunca se prolongaba por tanto tiempo..
Y ese fue el problema.
Apenas salieron del orfanato...
el caos comenzó.

Y la vida anhelada se convirtió en un infierno.

(...)

La iglesia se sumía en un silencio sepulcral y lo único que hacía eco entre las penumbras solitarias era el zapateo constante de un nervioso Chuuya.

Tenía esa mala costumbre de mover su pierna de arriba hacía abajo cuando estaba nervioso, hasta había veces que lo hacía tan inconscientemente que solo se daba cuenta cuando alguien le avisaba de aquel continúo movimiento.

—Chuuya.

Posó su mirada en Nakahara. Se había cansado de mirar los cuadros de Santos, hasta creyó haberse grabado todos aquellos rostros en la memoria.

BLACK BOOK (soukoku/shin soukoku)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora