Vio como la lluvia comenzaba a caer copiosamente por la ciudad. Era un día terriblemente frío, que helaba hasta los huesos.
Agradeció estar viendo las gotas por la ventana y no afuera empapándose.
Dejó su paraguas a un lado. Comenzó a sacarse las zapatillas en la alfombra del pasillo ya que, Kunikida podría regañarlo de por vida si ensuciaba o dejaba marcado su hogar.Tocó el timbre y aguardó pacientemente.
Cuando Chuuya le dijo que Kunikida había vuelto, sintió como florecía en su pecho aquella sensación de alegría. Había pasado mucho desde la última vez. Y a veces le hacían falta sus consejos, tanto como sus regaños o, simplemente verlo enfurecer como ya era de costumbre.
Aquel hombre alto y de lentes estuvo en sus peores momentos, los había ayudado en todo lo que pudo, hasta para encontrar la salida de ese infierno. Le debían mucho, más de lo que alguna vez podrían pagarle.
Atsushi lo quería y estimaba demasiado. Ya que, junto con Chuuya, formaban parte de su pequeña familia.
La puerta comenzó a abrirse de manera lenta, como si estuvieran espiando del otro lado.
—Ah, Kunikida soy yo.— dijo, esperando a que se asomara.
La luz blanca comenzó a llegar a sus ojos, junto con un abundante olor a desinfectante.
—Hasta que al fin te acuerdas de mí, mocoso menor.
Atsushi amplió su sonrisa. Kunikida intentó mantenerse sereno y parecer molesto por sus palabras, pero no aguantó y soltó una pequeña risa junto con las comisuras de sus labios que se elevaron en una mueca de felicidad.
—Pasa de una vez, haces que me entre el frío.— le dijo y abrió más la puerta.
El departamento de Kunikida estaba impecable, no había nada desordenado, ni siquiera algo pequeño tirado. Parecía relucir por si mismo.
Contrastando con el de Chuuya y Atsushi, que por más limpio que estuviera, siempre tenían algún que otro desorden. Como ropa en los sillones, hojas desparramadas, platos sin lavar, siempre había algo que acababa con el orden y la armonía.—Siempre me sorprende que todo esté tan limpio.— habló, colgando su bolso y el paraguas, también dejando las zapatillas que se había sacado con anterioridad.
—Ustedes deberían seguir mis pasos.— le dijo en forma recriminadora. Atsushi sonrió y negó con la cabeza. Kunikida era muy minucioso con la limpieza y el orden.—¿Quieres té o algo caliente para beber? Así calientas tus huesos.— preguntó con una voz más suave, casi paternal.
—Oh, claro. Té estaría bien, gracias.
Kunikida acomodó sus lentes por encima de su cabeza y asintió, encaminándose a preparar las bebidas calientes. Un té verde para su visitante y uno negro para él.
Atsushi se sentó en los pequeños sillones individuales que rodeaban la mesa ratona.
Las cortinas del gran ventanal estaban corridas y podía verse como las gotas de lluvia caían mucho más fuerte, acompañadas de algunos relámpagos que decoraban el cielo.
Se dejó llevar por sus pensamientos. Pensando, pensando y... pensando en que ya era sumamente raro no tener a Akutagawa pisando sus talones.
Ya eran dos días enteros en los que no lo veía y ni sentía su presencia deambulando.
No era que echara de menos su extraña compañía. Pero...
Se había acostumbrado a tenerlo cerca.
Además, él fielmente creía que estaban formando una rara amistad, al menos para su persona. Una rara amistad basada en Akutagawa amenazándolo de diferentes maneras y él comprándole dulces, tratando de entablar conversaciones de cualquier tipo, mientras era ignorado.
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BLACK BOOK (soukoku/shin soukoku)
Mistero / ThrillerTodo comenzó con la inocencia y curiosidad de Atsushi. Cuando un hombre de traje negro, ojos rojos y aspecto cansado se sienta junto a él en la banca del parque, comenzando a murmurar lo harto que está del mundo, lo triste que es, como esperaba cru...