Capítulo 11. "Visita de la muerte"

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Era de madrugada. No sabía con exactitud la hora, pero podía imaginar que serían aproximadamente las tres o cuatro de la mañana. La neblina acompañaba a la ciudad. Las luces de las calles parecían titilar, amenazando con apagarse del todo en cualquier momento.

En el callejón, en una vieja bodega abierta, solo estaban ellos cuatro. No había más ruido que los disparos y quizás, algunos perros aullando a la luna.

Chuuya entrecerró uno de sus ojos, levantó las manos, apuntó y disparó en el blanco dibujado. Dio de lleno en el objetivo. Quiso asomar una sonrisa de satisfacción propia, mas borró cualquier rastro rápidamente, intentando no demostrar emoción alguna.

Cuando le dieron el arma por primera vez, sus manos temblaron. Nunca había sostenido, ni visto una de cerca.
Similar a su joven compañero, el cual palideció al ver que le entregaban una, el tono blanco con el que había quedado su rostro por el terror, casi podía compararse con su cabello.

Se habían resignado a hacer lo que sea para sobrevivir y, si para ello necesitaban usar armas, lo harían.

—Tienes buena puntería, Nakahara.— alabó Kunikida, el cual estaba parado a su lado. A diferencia de los dos menores, el mayor sí sabía usar armas blancas. Chuuya no preguntó cómo había aprendido y, no estaba seguro de querer saberlo, apenas estaban entrando en confianza, casi en una amistad. Prefería seguir siendo ajeno a ello.

—Ya no me tiembla tanto el pulso, supongo que es buena señal.— levantó los hombros en señal perezosa, intentando sacarse mérito.

—Para ser el segundo intento, lo hiciste muy bien.— la voz ronca lo sobresaltó.

El hombre alto, con cabellos castaños casi rojizos, lo miraba con aprobación. A pesar de que no fuera muy demostrativo con su rostro la mayor parte del tiempo, lo decía todo con la mirada.

Se acercó lento hacía su lado, y palmeó su espalda. Chuuya quiso sobresaltarse por el tacto, pero se contuvo. No estaba acostumbrado, definitivamente no.

—Gracias, sé que necesito más práctica pero...— calló, porque sinceramente no sabía qué más decir. Mentiría si no dijera que ese hombre lo intimidaba un poco y le sacaba las pocas ideas que tenía en mente. Era como algo más allá de un superior.

—Le tomarás la mano, Nakahara. Ya lo verás.— volvió a palmear su espalda y comenzó a alejarse, acercándose a Atsushi.— Sigues tú, pequeño le dijo cuando llegó a su lado.

Chuuya lo siguió con la mirada, era demasiado desconfiando con todo el mundo, más aun si se trataba de Atsushi. Se juró que lo protegiera de todo lo que pudiera. Debía tener un ojo calculador, atento a lo más mínimo, cualquier señal. Podría considerarse como sobreprotector, sí. Pero el pequeño era todo lo que tenía, lo más importante, jamás se perdonaría si algo le pasara bajo su guardia.

El hombre simplemente se paró a una pequeña distancia del más joven. Le indicó dónde debía de apuntar. Todo lo decía con paciencia, con un tono realmente amable. Y él se sentía extraño de solo escucharlo.

—No, no puedo hacerlo. No soy tan bueno como ustedes tres, yo... Lo siento.— dijo Atsushi. Su voz temblaba, al igual que sus manos.

Estaba asustado. Demasiado nervioso.

Nakahara iba a acercarse, su voz ya estaba preparándose para decirle que no tenía que disparar, que no tenía que hacerlo si no se sentía preparado... Sin embargo, el tono amable empleado lo detuvo.

BLACK BOOK (soukoku/shin soukoku)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora