Parte 3. Omar

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Sus dedos jugaban con el cigarrillo que estaba fumando. Habían pasado algunos minutos desde que la mesera tomó nuestra orden y Ángela no había dicho ni una palabra para responder lo que le pregunté. Sabía que lo que iba a hacer era jugar sucio pero bien dicen que en la guerra y en el amor todo se vale. Así que tomé su barbilla con mis dedos y la hice mirarme. Sabía lo mucho que le gustaba que le hicieran eso y me gustó mucho ver cómo se sonrojó ante mi toque y ver como se le dilataron sus ojos al encontrarse con los míos. Tomé entre mis manos la mano de ella, la que no sostenía el cigarro.

― ¿Por qué te fuiste? ―Volví a preguntarle.

―No sé, no estaba preparada para lo que pudiera pasar después ―suavemente quitó mis dedos de su barbilla y bajó la mirada al cigarro. ―Tenía miedo de que despertaras, me vieras en tu cama, dijeras que lo que pasó fue un error ―así como ella lo había dicho hace un momento ―y me volvieras a sacar de tu vida.

― ¿En serio crees que lo que pasó entre nosotros fue un error?

La mesera regresó con nuestras bebidas y se fue ―no, no fue un error, no sé lo que fue, pero sé que no debe de volver a suceder ―solté su mano y ella me miró antes de darle una calada al cigarro voltear al jardín que teníamos ante el ventanal de la cafetería y dijo con fría calma ―estás comprometido.

Jessica.

Unos días antes de volver a ver a Ángela, Jessica y su familia se fueron de vacaciones a Los Cabos, por supuesto que me invitaron pero  por algunas cosas pendientes que tenía que hacer en mi trabajo, decliné la invitación. Aún así, Jessica me llamaba o me mandaba mensajes diario. Hacía poco más de medio año que le había dado el anillo de compromiso mientras cenábamos en el San Ángel Inn y ahora que ya teníamos casi todo previsto para la gran fecha, el novio le había hecho el amor a otra mujer y empezaba a albergar dudas sobre el proyecto del matrimonio. Pero si Ángela podía jugar a la culpa, ese juego se puede hacer con dos.

―Y tú tienes al tipo ese con el que estabas el día que bailaste.

―Entonces no tenemos nada que hacer aquí ―dijo mientras apagaba lo poco que le quedaba a su cigarro. Estaba listo para  detenerla si es que intentaba irse pero no se levantó de su asiento y sorbió lentamente de su frappé de chocochispas.

Nos quedamos en silencio un momento.

―Pensé que te ya te ibas― le dije.

―Por supuesto que no, este es mí lado de la ciudad, estoy muy a gusto tomándome mi frappé ―le dio un sorbo bastante sonoro al popote y me vio con una chispa de diversión en los ojos ― te vas tú.

Me reí y ella se rió conmigo, puso el vaso en la mesa, prendió otro cigarro y volvió a poner la mano que le quedó libre entre las mías ―contéstame algo ―otra calada y me miró seductoramente por debajo de sus largas pestañas ―¿por qué entraste mientras me estaba bañando?

Me reí y sentí como se me subía la sangre a las mejillas ―Citando tus propias palabras: no sé, empecé a pensar en ti, en la niña que conocí y en la mujer que vi entre velos. De pronto, la idea vino a mi cabeza y me arriesgué a que me gritaras que soy un pervertido o a que termináramos haciendo el amor. Y me alegra que haya pasado la segunda opción.

―Estuve a punto de gritarte, de agarrar mis cosas e irme, aunque fuera caminando, y tuve miedo. Cuando te dije "ven", por un segundo temí que recapacitaras y que te salieras volando del baño.

―No chiquita ―usé el apodo cariñoso que le decía cuando estábamos en la prepa ―ya estaba más allá de la cordura cuando vi tu silueta a través de la cortina del baño.

―Y ¿qué te ha dicho Lorena?

―Creo que está un poco enojada conmigo.

Se rió ― ¿por qué?

―Porque no le he querido decir si nos hemos visto o no. En parte puedo decir que sí es mi culpa porque cuando me di cuenta de que ya no estabas en mi casa, le hablé para que me pasara tu número, sonaba un poco apresurado ―me reí y me rasqué la cabeza, nervioso ―creo que ni siquiera la saludé. ¿A ti no te ha hablado?

―Sí, obviamente me ha preguntado si te he visto o si me has llamado, pero yo me he hecho la loca.

―Cosa que te sale natural ―bromeé y ella me dio un manazo en el muslo, bastante cerca de mis áreas sensibles. Al notarlo se sonrojó, tomé su mano y la dejé justo donde me pegó ―el que pega soba ―le dije con voz grave y le guiñé el ojo.

No sabía qué tanto efecto podía seguir teniendo sobre Ángela y afortunadamente ella no sabía el efecto que había recuperado en mí. El calor se esparció desde el muslo que ella acariciaba hacia todo mi cuerpo y di un pequeño respingo cuando sentí que sus uñas rozaron la erección que empezaba a sentir.

―Si sigues haciendo eso vamos a continuar lo que dejamos pendiente en mi casa.

Con una media sonrisa recorrió mi cuerpo con su mirada, le dio un sugerente apretón a mi pierna y se rió ―OK, OK, seré buena niña.

―Y ¿quién es el tipo con el que te vi en ese evento de baile?

Ángela intentó quitar su mano de mi pierna pero yo no la dejé.

―Se llama Ulises y es mi novio. Y ¿tú cuándo te casas?

Aunque ya esperaba una parte de esa respuesta, sentí como si tuviera un vacío en la boca del estómago. Pensé en el daño que le estábamos haciendo a ambos. Dos personas que podrían salir lastimadas solamente porque dos exnovios de la prepa no se pudieron aguantar las ganas.

―Cuatro meses ―otra calada al cigarro. Me dio un ligero apretón en la pierna y me soltó para darle otro sorbo a su frappé.

― ¿Dónde está ella ahora? ¿Cómo se llama para empezar? ―Ángela intentó que su voz sonara tranquila, pero un tono de tristeza se coló entre sus palabras.

―Jessica, está en Los Cabos, regresa en 15 días.

―Entonces ¿por qué no estás allá con ella?

―Por trabajo. ¿Tú por qué no estás con tu novio?

―Porque hoy no iba a verlo, iba directo a mi ensayo cuando te cruzaste en mi camino otra vez.

―Perdóname. No pensé en nada más cuando vine a buscarte, necesitaba respuestas y tú no querías dármelas por teléfono, entonces tuve que venir a pedirlas personalmente.

―Si te hubiera contestado las llamadas, ¿me habrías dejado en paz?

 ―No lo sé. No, no creo. Seguramente te hubiera pedido que nos viéramos para hablar, pero tú no querías contestarme.

Otra calada ―pues bueno, henos aquí, creo que ya te di las respuestas que necesitabas, ya nos vimos, hablamos, coqueteamos un poco ―sonrió con algo que no supe identificar entre la coquetería y la nostalgia. ―Creo que ya no hay nada más que hablar. Digo, yo tengo a Ulises, tú tienes a tu prometida y no creo que sea lo más correcto el seguir aquí ―apagó el cigarro, se terminó su frappé y agarró su bolsa mientras se levantaba de la mesa.

― ¡No! ―Personas de las otras mesas se nos quedaron viendo cuando me levanté mientras la tomaba del brazo ―por favor, Ángela, no te vayas.

Se giró para mirarme, se acercó y me dio un beso en la mejilla ―Adiós Omar ― se soltó de mi agarre y salió de la cafetería. Tardé como 3 segundos en entender que no quería dejarla ir esta vez. Agarré mis cosas, dejé un billete de $200 en la mesa y salí corriendo atrás de ella. La encontré doblando la esquina y la abracé por la espalda.

―No te quiero dejar ir, aún no ― la giré frente a mí y la besé. Sentí lágrimas cayendo de sus ojos cuando me devolvió el beso con pasión mientras pegaba su cuerpo al mío. 








Mientras para de lloverDonde viven las historias. Descúbrelo ahora