Parte 4 Ángela.

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En menos tiempo del que pensé, para ser viernes, estábamos haciendo check en un hotel que tenía habitaciones con vista al Monumento de la Revolución. Habían pasado años desde que fue nuestra primera cita, tomados de las manos mientras caminamos desde la Alameda Central y terminamos comiendo helado en los barandales de piedra negra que dan al Monumento. En ese entonces, ambos éramos unos niños que se daban sus primeros besos y ahora, varios años más tarde, estábamos haciéndonos el amor salvajemente, con ansias, temiendo que cada paso del reloj nos alejara más y más.

Sus manos tocaban mi pecho mientras su boca estaba ocupada en lamer y besar mi sexo hasta que sustituyó su lengua por su miembro. Entró en mí con un solo empuje y nos miramos mientras me embestía lentamente. Recargado en un brazo, junto a mi cabeza, me besó y con su mano libre me acarició desde la cara hasta la cadera y la pierna. La suavidad con la que me estaba haciendo el amor cambió y me empezó a cogerme duro. Salía lentamente de mí y entraba rápido hasta que nuestras caderas chocaban. Mis uñas recorrieron su espalda suavemente.

― ¡Aráñame! Quiero sentirte, quiero que mi cuerpo me grite que me hiciste tuyo― me dijo con la voz grave, llena de deseo. Obedeciéndolo, arrastré fuertemente mis uñas a través de su espalda provocando que siseara de placer. Intenté darme la vuelta para cambiar la posición ―No, quiero verte― sin romper la unión de nuestros cuerpos, nos arrastró al borde de la cama, me cargó y se sentó en el sillón, conmigo a horcajadas sobre él. Volvió a besarme mientras yo tomaba el control. Poco a poco comencé a sentir que mi placer se desbordaba y el de Omar junto con el mío. Jalé su cabello y mordí su cuello mientras él me acercaba más a su cuerpo. Acelerando las embestidas mi cuerpo empezó con los espasmos del orgasmo mientras hacía mi cabeza hacia atrás y justo después de haber alcanzado mi orgasmo, Omar alcanzó el suyo y me sentí aún mas dichosa cuando gritó mi nombre. Poco a poco, nuestros cuerpos se relajaban uno en los brazos del otro.

Me volvió a cargar hasta la cama donde me dejó mientras me besaba, fue al baño y de regreso pasó por la mesita que tenía dos botellitas de agua, dándome la oportunidad de admirar por completo su cuerpo firme. Durante la prepa era un chico de constitución atlética, ahora era todo un hombre. No era absurdamente musculoso, pero habían líneas en su espalda, brazos, abdomen y piernas que denotaban la fuerza en él. Su piel seguía siendo clara y su trasero era pequeño pero no plano como el de algunos otros con los que me había acostado. 

Omar agarró una de las botellas y le dio un trago para después pasármela a mí. Se recostó a mi lado y nos acurrucamos en un abrazo lánguido. Mi cabeza reposaba entre su pecho y su hombro mientras una de mis piernas se encontraba entre sus piernas. Omar acariciaba mi espalda y yo trazaba círculos a lo largo de su torso.

―Eres una mala persona ¿sabías?

Se rió ― ¿por qué?

―Porque se supone que esto no debía de pasar otra vez ... ―Me calló con un beso y me abrazó.

― ¿Podrías, por favor, aunque fuera por este momento, no pensar en algo más que no seamos nosotros dos?

Lo abracé y suspiré mientras volvía a abrazarlo. Mi teléfono fue el encargado de romper la magia del momento. Me levanté de la cama y al tomarlo vi que tenía varios mensajes de Ulises sin contestar, pero quien me estaba llamando era mi mamá.

― ¿Dónde estás? ¿Estás bien? ―Me preguntó algo alarmada.

Era momento de inventarme una buena mentira ―bien mamá, perdóname por no avisarte pero las chicas del harén propusieron el venirnos a comer al bar que está cerca del estudio y como tenía antojo de puchero, no me pude negar.

―Ulises me marcó para saber si te habías comunicado, el pobre está preocupado por ti y la niña comiendo puchero ―genial, mamá estaba usando el tonito que prometía un gran regaño, apenas ponga un pie en la casa.

―Ya sé mamá, perdón, ahorita le hablo ―mi mamá masculló entre dientes mi respuesta y me colgó.

― ¿Todo bien? ―Voltee y vi a Omar extendido en la cama, los brazos atrás de su cabeza y una pierna flexionada, me hizo sonreír verlo así, tan despreocupado.

―Más o menos, no me di cuenta de la hora y mi mamá se puso algo loca.

―Ah, conque de ahí viene la locura... ―Le aventé uno de los cojines del sofá mientras se reía ―ya, ya, me rindo.

―Por favor, y quédate callado un momento ―mandé rápido unos mensajes mis amigas del harén. Afortunadamente Ulises no les había llamado, así que antes de que pasara otra cosa, le llamé yo ― ¿Uli? Perdón por no avisar donde estaba, mi amor, las chicas del harén quisieron salir a comer y se me olvidó todo.

― ¿Ya hablaste con tu mamá? ―Definitivamente estaba molesto. No me saludó ni me gritó, pero ese tono de aparente tranquilidad solamente me aseguraba que cuando nos viéramos me reclamaría por esto.

―Ya, ya le dije donde estaba y ya me disculpé con ella también.

―OK, ¿ya vas a irte a tu casa?

Volví a ver a Omar, que seguía atentamente mi conversación. Honestamente no quería dejarlo tan pronto pero sabía que este momento tendría un final ―no amor, en un rato más, le dije a mi mamá que me quedaría un momento más con las chicas ―Omar sonrió y palmeó la cama para que me fuera a sentar junto a él.

― ¿Quieres que vaya por ti?

Claro, y que me veas salir de un hotel del brazo de otro hombre y oliendo a jabón rosita ―no cielo, Rossy se ofreció a llevarme, recuerda que mi casa le queda de paso.

―Está bien, pero, por lo que más quieras, avísame cuando salgas de donde estén y cuando llegues a tu casa ¿vale?

―Sí amor, prometido ―colgué el teléfono y volví a acurrucarme entre los brazos de Omar.

― ¿Todo bien? ―Preguntó mientras me acariciaba el brazo.

Una parte de mí se retorcía ante la culpa, mientras que la otra solamente estaba enfocada en el momento con Omar. ―Sí, seguramente dos dragones me van a comer viva, pero todo en orden.

Sentí la risa de Omar rebotando en su pecho ―así que te fuiste a comer con tus amigas ―una chispa de diversión se notaba en su voz.

―Sí, cosa que significa que aún si llego con hambre a mi casa, me tengo que aguantar, va a ser algo raro que llegue famélica cuando según yo fui a comer.

―Pues, entonces vamos a vestirnos y a comer algo ―en ese momento nuestros estómagos protestaron audiblemente por la necesidad de alimento y nos reímos.

―Sí, por favor.

Nos dimos un baño rápido. Sujeté mi cabello con la pinza que siempre llevaba cuando iba a ensayar, para que no se mojara y procuré que el agua no me cayera en la cara. El aspecto distraído de mi mamá era engañoso, era una de las mujeres más observadoras que he conocido y no quería darle más motivos para que desconfiara de mí.

― ¿Cuándo regresa tu prometida de su viaje? ―Estábamos terminando de comer. Omar dejó sus cubiertos sobre el plato vacío y me miró con dolor en sus ojos ―perdona que lo traiga a colación así nada más, pero ahora sí tenemos que hablar de lo que pasó.

Mientras para de lloverDonde viven las historias. Descúbrelo ahora