Un mundo lleno de imposibilidades

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Cuando Elaine despertó no fue capaz de abrir los ojos. Nunca en su vida se había sentido tan cansada y adolorida, a través de sus parpados entrecerrados se filtraba una luz brillante y podía escuchar el susurro de un río corriendo a la distancia.

Gruñó girando sobre sí misma y lanzó un fuerte bufido de dolor cuando la raíz de un árbol se clavó en su costado.
Lentamente logró abrí los ojos y al hacerlo lo primero que observo fueron a cientos de hojas y ramas sobre ella, con un cielo azul intenso como fondo.

Tras tomar una gran bocanada de aire, se incorporó recargándose en el tronco del árbol bajo el que había estaba recostada. No recordaba exactamente como había llegado hasta el bosque, ni cómo es que había pasado toda la noche allí, pero tenía la vaga sensación de que debía mantenerse alerta, había algo importante, algo que no debía de haber olvidado y, sin embargo, lo había hecho.

La luz del sol brillaba en lo más alto del cielo y por la posición de las sombras que proyectaba Elaine se percató que el medio día estaba cerca. ¡Cómo es que había dormido tanto tiempo! Maldijo en voz baja a Jeremy, era su culpa, seguía sin recordar el cómo, pero esta seguramente de que él era el causante.

Sin perder más tiempo se obligó a sí misma a ponerse de pie y al hacerlo un fuerte dolor martilleo su cabeza.

Estaba tan preocupada por el repentino y fuerte mareo que había experimentado, que no se percató del sonido de un par de voces y de pasos que iban acercándose lentamente hasta el lugar donde ella se encontraba. Dos personas aparecieron entre los árboles, deteniéndose de golpe al encontrarla, ambos abrieron los ojos mirándola sorprendido, pero no tanto como Elaine a ellos.

El primero era un chico un par de años más grande que ella, bastante alto, de mentón cuadrado, piel blanca y cabello oscuro. Estaba vestido con lo que parecía ser una prenda azul de manga larga aparentemente echa de cuero, llevaba muñequeras y un cinturón atravesaba su pecho de lado a lado, el cual sostenida una espada.

Pero no era la apariencia medieval del chico lo que la había dejado sin palabras. En realidad había sido su compañero, pues se trataba sin lugar a dudas de un joven fauno, con cabello rizado y barba corta.

Los tres se miraron consternados unos largos segundos.

—¿Te encuentras bien? —preguntó el chico tratando de acercársele, pero Elaine retrocedió violentamente sin dejar de mirar al fauno.  Las imágenes del día anterior, que inconscientemente había estado evitando recordar, volvieron a su memoria; Jeremy, el minotauro, el bosque susurrando, la oscuridad...

—¿Quiénes son ustedes? —jadeó apoyándose en el árbol.

Ambos compañeros guardaron silencio, intercambiando miradas entre ellos y preguntándose que debían de hacer, hasta que finalmente el chico decidió hablar.

 —Me llamó Kaled —dijo lentamente con total cortesía, haciendo una reverencia y utilizando un acento que Elaine no fue capaz de reconocer—. Mi compañero es Odell.

El fauno respondió con una leve inclinación de cabeza lo que le permitió a Elaine ver los pequeños cuernos que crecían entre su cabellera castaña.

—¿Cuál es su nombre joven dama? —intervino en ese momento Odell manteniendo la distancia, sin embargo, Elaine no respondió.

—¿Dónde estoy? —Exigió saber— ¿Dónde está Jeremy?

—Te encuentra a uno hora a pie de Cair Paravel —respondió Odell con total convicción antes de hacer una corta pausa—. Y lamento decirte que no conocemos a nadie con eso nombre.

Pero Elaine no alcanzó a escuchar la segunda respuesta pues en su cabeza resonaba sin cesar las palabras Cair Paravel. Conocía ese nombre, se trataba un lugar dentro de los libros que su madre solía leerle de pequeña, era el nombre de un castillo de un mundo que no debía existir.

Las Crónicas de Narnia: Los hijos del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora