Reyes y reinas

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Pump, pump, pump, Elaine podía sentir el inquieto latido de su corazón golpeando dentro de su pecho, pump, pump, pump, era un incesante tamborileo que parecía marcar el paso del tiempo mientras esperaba para encontrarse por primera vez con los reyes de Narnia.

Cair Paravel era aún más hermoso de lo que Elaine había soñado.  Era todo un mundo, rodeado por una pequeña ciudad costera, abarrotada de criaturas y unos pocos humanos, los cuales parecían ir de un lado otro sin detenerse jamás. En cierta forma le recordaba a la algarabía cotidiana de Londres. Un lugar dónde todo parecía estar lleno de vida y vigor, una ciudad que parecía no estar lista para descansar.

Por otro lado el castillo era magnifico. Una construcción completamente de mármol ubicada sobre una colina a orilla del mar y  que parecía precipitarse hacia el cielo como si quisiera unirse a él, las altas torres estaban adornadas por estandartes color sangre y en los frondosos jardines la brisa soplaba delicadamente.

Desde luego que Narnia y Cair Paravel eran como un sueño hecho realidad,  y seguramente sí no hubiera estado tan nerviosa, Elaine habría disfrutado con toda su alma encontrarse allí. Pero en ese momento aún se sentía desorientada, totalmente aturdida y alerta ante el nuevo mundo que se presentaba frente a ella.

En el instante que llegaron al castillo Kaled se había marchado en busca de los reyes, siendo Odell el responsable de guiarla hasta una el salón principal de Cair Paravel. En ese momento ambos se encontraban en una habitación monumental, con delgados pilares que formaban hileras a los costados, dos gigantescas puertas de madera con vista al Este se encontraban abiertas de par en par permitiendo ver por completo el paisaje del mar extendiendo hasta el horizonte.

Elaine podía escuchar desde su lugar, de pie al centro del salón, como las olas chocaban violentamente contra las rocas de la costa, y por debajo de ese sonido una especie de canto, ¿sirenas? tal vez, la verdad no le importaba demasiado de dónde provenía porque ciertamente era tan dulce y embriagador que sentía que podía escuchar ese canto por el resto de su vida.

Un candelabro de plata colgabas sobre su cabeza, y en el fondo, como un par de solemnes espectros, se hallaban cuatro tronos esperando a sus dueños.

¿Cómo serían realmente los Pevensie?  Pensó ella, fijando su atención en los tronos ¿Qué tan cerca a la realidad eran las historias que había leído sobre ellos? ¿Y sí no le creían, qué iba a hacer, cómo regresaría a su mundo?

—No temas —Odell interrumpió sus pensamientos como si supiera lo que la inquietaba—. Los reyes son compasivos, no te harán daño —aseguró mirándola de reojo

—No tengo miedo —mintió Elaine alzando el rostro y enderezando su postura—. Solamente es un poco de... curiosidad.

Pasaron los minutos y de pronto la puerta latera se abrió permitiendo que cinco personas entraran a la habitación. El corazón de Elaine dio un brinco brusco y su estómago se encogió en un nudo que le producía nauseas.

 Los primeros en entrar fueron dos hombres y dos mujeres, a los que de inmediato reconoció como los Pevensie.

Todos ellos traían sobre sus cabezas una corona y tenían rasgos parecidos que los delataban como hermanos; sin embargo, si observaba con más atención, Elaine podía detectar pequeños detalles que los diferenciaban, como el hecho de que todos eran castaños a excepción del mayor que lucía una corta cabellera rubia, y aunque tres de los hermanos compartían los ojos azules, los del menor de los chicos eran profundamente oscuros.

 Los cuatro tenían un aire de majestuosidad que inquietaba a Elaine.

Al final entró Kaled con el rostro serio y pensativo, mientras los reyes tomaban sus respectivos lugares en los tronos de piedra, examinándola de pies a cabeza.

Las Crónicas de Narnia: Los hijos del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora