Prólogo: Un mal presentimiento

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Una intensa luz plateada estalló sobre el cielo, tan intensa que pareció cubrir al mundo entero con su brillo, y tras ella la tierra se estremeció en un estruendo que anunciaba la llegada de una fuerte tormenta.

Peter Pevensie alzó el rostro, sólo para comprobar que algunas nubes oscuras se habían posado sobre Narnia, listas para soltar en cualquier momento su carga en el reino.

—Deberíamos apresurarnos, majestad —llamó su atención el señor Tumnus, quien cabalgaba visiblemente nervioso a su lado. Era bastante peculiar la imagen que ofrecía el anciano fauno montado sobre un caballo, con sus peludas patas de cabra colgando a los costados del animal y sus manos aferradas con fuerza a las riendas, como si de eso dependiera su vida. —Hay algo en esta tormenta que no me agrada —declaró.

No era común encontrar a un fauno montando a caballo, ni siquiera en Narnia, pero como miembro del consejo real se había visto en la necesidad de realizar un largo viaje junto a los reyes desde las tierras de Anvard hasta Cair Paravel, y el anciano fauno había llegado a una edad en la que le era imposible realizar el viaje a pie.

—¿Qué le preocupa, maestre Tumnus? —preguntó el rey observando de reojo a su compañero de viaje.

—Magia —respondió el fauno sin dudarlo, provocando un gesto de incredulidad en el rostro del joven. En sus veintidós años de vida, Peter, había visto y vivido demasiadas cosas, las cuales más de una vez lo habían hecho dudar sobre su propia cordura, y sin embargo, aunque estaba seguro de la existencia de la magia, no alcanzaba a comprender como se relacionaba una típica lluvia de verano con el uso de magia.

—Me tendrá que perdonar maestre Tumnus, pero yo no veo más que un fuerte diluvio —aseveró Peter.

—¿No lo puede sentir? Hay magia oscura en esta tormenta —afirmó Tumnus—. Prestar atención a su alrededor, majestad. Escuchar al bosque, los arboles nos están hablando.

Inmediatamente los ojos del sumo monarca recorrieron alertas el bosque que los rodeaba. Podía escuchar varios sonidos, desde los cascos de los caballos repicando sobre el camino terroso y las voces potentes de sus hombres cabalgando algunos metros por detrás de él, pero había algo más que hasta ese momento había pasado por alto.

Un viento frío soplaba con fuerza agitando los arboles de forma violenta, pero sobre el sonido de las hojas, bailando al ritmo del viento había algo más, era un sonido casi inaudible, al menos hasta que alguien se dedicara a buscarlo; era un susurró incomprensible, compuesto por las cientos de voces del bosque hablando alarmadas entre ellas, todas al mismo tiempo. Guardaban un secreto, terrible y sofocante.

Peter lanzó una mirada sorprendida al señor Tumnus e inmediatamente giró el rostro buscando a su hermana menor entre el grupo de soldados que los acompañaban. El grupo estaba conformado cerca de quince caballeros narnianos, todos ellos montados sobre imponentes corceles y cargando sobre sus espaldas gruesas capas rojas, bordadas con detalles dorados, las cuales cubrían las pesadas cotas de malla que protegían sus cuerpos.

Finalmente entre todos aquellos hombres la localiza. Una chica de dieciséis años, ataviada con un elegante vestido violeta y con una delgada corona de plata adornando su cabello castaño. Sus ojos azules brillaban llenos de vida y una sonrisa radiante escapaba de sus labios mientras hablaba con el fauno que marchaba a su lado. Odell era su nombre, se trataba  del nuevo aprendiz bajo la tutela del señor Tumnus, un joven fauno que desde el primer día que había llegado a Cair Paravel había forjado una gran amistad con la reina Lucy, no era extraño encontrarlos en compañía del otro.

—Daré la orden de apremiar el paso —dijo Peter, logrando por un breve instante que el anciano fauno se tranquilizara.

Repentinamente un tejón salió corriendo a toda prisa de entre la maleza del bosque, interponiéndose en el camino de los nobles narnianos y provocando que más de un caballo se encabritara.

— ¡Majestad, majestad! ¡Por Aslan! Es un alivio encontrarlos ¡Tiene que venir inmediatamente, majestad... lo atacaron! —tartamudeó nervioso el tejón sin dejar saltar y señalar con sus patas delanteras en dirección al bosque—. Creo que está muerto... alguien tiene que ayudarlo

—Muerto —repitió Tumnus, palideciendo al instante—. ¿Qué dices?

—Herido, muerto, no lo sé —gimoteó el tejón dirigiéndose directamente al Sumo Monarca—. Necesita ayuda. Ayudarlo majestad.

—Muéstrame —declaró al instante Peter provocando que el tejón saliera disparada de regreso al bosque.

—¿Qué ocurre? —preguntó preocupada Lucy, quien había trotado hasta su lado.

—Problemas —respondió cortante, bajando con un movimiento veloz de su caballo para correr tras el tejón.

No muy lejos del camino principal lo encontraron. Al principio lo único que Peter alcanzó a distinguir fue un bulto oscuro tirado a mitad del bosque, pero conforme se acercaba este iba tomando la forma de un fauno.

Peter se arrodilló a su lado sólo para comprobar que no había rastro de sangre, ni heridas en su cuerpo, cualquiera podría haber pensado que se encontraba dormido, si no fuera el peculiar tono azulado que estaba adquiriendo su rostro. Colocó su mano sobre el cuello del fauno, buscando su pulso y al hacerlo notó su piel fría como el hielo.

—Está... ¿Está vivo? —tartamudeó el tejón manteniendo la distancia justo cuando Lucy y el señor Tumnus llegaron corriendo hasta el lugar. Sin perder tiempo la menor de los Pevensie se acercó al cuerpo.

—Déjame ver, Peter —pidió la reina indicándole a su hermano que necesitaba espació. A pesar de su corta edad, Lucy se había ganado entre el pueblo narniano el reconocimiento por ser una gran curandera, definitivamente era la indicada para esa situación, aún y cuando parecía que ya no quedaba nada por hacer.

—¿Viste a alguien o escuchaste algo fuera de lo normal? —Interrogó Peter al tejón antes de incorporase, mientras buscaba al señor Tumnus, que había quedado paralizado.

—Hubo un gritó, fue lo que me hizo venir hasta aquí —reconoció el tejón sin poder apartar su vista del cuerpo—. Y cuando me acercaba escuché unas voces. Era dos personas, una mujer y un hombre, pero no pude comprender nada de lo que decían, creo que hablaban en otro dialecto. —Tragó saliva y tras dudarlo volvió a hacer la pregunta—. ¿Él está vivo?

—¿Lucy? —inquirió Peter guardando la distancia, aunque en el fondo ya sabía cuál sería la respuesta.

Tras lanzar un pesado suspiró, Lucy giró lentamente el rostro negando con la cabeza. Era demasiado tarde, estaba muerto.

Los árboles comenzaron a susurrar con más fuerza y una luz verdosa estalló, iluminando cada rincón de Narnia, desde el Mar de Cristal hasta el Erial del Farol, y tras ella un nuevo estruendo vibró, tan potente que fue capaz de colarse en el pecho de cada uno de los habitante de Narnia. Un estruendo angustiante que anunciaba algo más que un fuerte diluvio.

Peter no pudo evitar alzar de nuevo su rostro hacia el cielo cuando las primeras gotas de lluvia cayeron sobre su piel.

"Magia", las palabras del señor Tumnus resonaron claras dentro de su cabeza. "Hay magia oscura en esta tormenta".

Las Crónicas de Narnia: Los hijos del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora