Vodka

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Flavio conoció a una pelirroja en la fiesta. Era joven, como diez años menor
que él. Su cintura inquieta lo invitaba constantemente a acercar las manos.
Estaba borracha, y gritaba como si celebrara su propia fiesta. Flavio debía
aprovechar su oportunidad.
(Una mujer y su hija pequeña llegaron a la ciudad, huyendo de un hombre que
las maltrataba. Venían de un pueblo cuyo nombre era desconocido para las
personas; no conocían a nadie, no tenían refugio, se encontraban indefensas,
pero al menos estaban juntas. Aquel hombre no volvería a lastimarlas).
Flavio, después de su rutina de palabras bien acomodadas, convenció a la
pelirroja de ir a un lugar más privado. Abrió la puerta del departamento y la
chica entró llenando el espacio con sus risitas coquetas. Flavio admiró sus
piernas y la luna que se asomaba por su escote. Todo eso sería para él aquella
noche.
(La mujer y la pequeña no tenían a donde ir. La niña le preguntó a su madre si
estaba triste, y ella le respondió un tímido «No» acompañado de una sonrisa
forzada. Al caer la noche, se refugiaron en un autobús fuera de servicio. Sin
embargo, tres jóvenes en busca de aventura las siguieron cautelosamente).
La pelirroja se quitó las zapatillas con gesto grácil. No dejaba de gritar
entusiasmada y de elogiar el departamento de Flavio. Encendida por la
borrachera, la chica hacía comentarios divertidos sobre los cuadros colgados en
las paredes, los palos de golf acomodados en una esquina, y el pequeño, pero
muy completo minibar. Entretanto, Flavio le besaba el cuello, estiraba la mano
hasta alcanzar la superficie acolchonada de sus piernas y se reía de cada
comentario. Cuando sus dedos casi llegaban a los senos, ella le pidió un trago.
(La mujer acurrucaba a su hija en uno de los asientos del autobús, cuando se
percató de que tres chicos se acercaban. Levantó a su hija en brazos y la llevó al
fondo del vehículo. Le ordenó esconderse y no hacer ningún ruido, ella
arreglaría el problema. Los tres chicos subieron para imponer el caos, llevaban
una botella de alcohol que se pasaban el uno al otro, comenzaron un concierto de
obscenidades y disparates, a los cuales sólo ellos encontraban gracia. La mujer
intentó apaciguarlos sin darse cuenta de que ella era exactamente lo que
buscaban: una mujer frágil, indefensa y sola. Seis manos desgarraron su ropa

mientras su hija, oculta detrás de uno de los asientos del autobús, se tapaba los
oídos).
Flavio saboreó nuevamente el cuello de la pelirroja y le murmuró una promesa
erótica. Ella soltó una risita debido a la loca ocurrencia de Flavio, le acarició los
hombros y le contó al oído una fantasía propia. Él sintió la sangre borbotear de
excitación, apretó uno de los muslos de la chica y se levantó a servirle el trago
que ella le había pedido.
(La mujer murió en el hospital a causa de una severa golpiza. Presentaba una
contusión en el cráneo y hematomas por todo el cuerpo. Los oficiales recogieron
a la niña sin hacer esfuerzo alguno por consolarla. La pequeña pisó infinidad de
orfanatos, pasando de tragedia en tragedia, sin soltar nunca de su memoria el
rostro de tres jóvenes).
Flavio vaciaba vodka en un vaso mientras la emoción dibujaba sonrisas en su
rostro. Tapó la botella, se acomodó el pelo, se secó la frente y dio media vuelta
con el trago servido.
En ese momento, su cabeza fue impactada por un objeto desconocido. El golpe
aterrizó muy cerca de sus ojos, nublándole la vista con un intenso color rojo.
Una vez en el suelo, el objeto siguió estampándose en sus piernas, pecho,
brazos... en cada parte de su cuerpo que estuviera descubierta.
En medio de la vorágine, sólo alcanzó a distinguir la luz de la lámpara, una
melena pelirroja y uno de sus palos de golf estampándose frenético contra él.
La muerte llegó pateando la puerta del departamento.
Después de largo rato, la pelirroja soltó el palo de golf. Su mano temblorosa
extrajo de su bolso una pequeña lista de papel. Con un bolígrafo, tachó uno de
los nombres escritos.
Le quedaban dos...

Cuentos para monstruos- Santiago PedrazaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora