Vino, tequila o nostalgia

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El hombre embarraba la mirada en los cuadros de boda. Los odiaba, pero no
tenía las agallas para retirarlos.
Su pequeña hija vagaba en la cocina, comiendo cualquier cosa que estuviera a
su alcance. Él sólo bebía. El alcohol no modificaba el pasado, simplemente hacía
del presente un lugar más tolerable. Su esposa se fue. Con alguien más divertido,
más interesante, con alguien mucho mejor que él. Al menos eso dijo ella.
La melancolía bailaba desnuda por toda la casa. Aquel hombre se había
oxidado, un trozo de corazón le fue arrancado en cuanto su esposa cruzó la
puerta. Al menos eso sintió él. La mujer a la que amó subió al auto de un tipo, al
cual ni siquiera alcanzó a verle la cara. El sol secó los rastros de neumático,
negándole la oportunidad de seguirla.
«No tengo ganas de jugar», dijo el hombre, y la niña se fue con sus muñecas a
otra parte. Él sólo quería matarse con vino, tequila o nostalgia, lo que funcionara
más rápido. Viajaba por el tiempo al cerrar los ojos, el pasado le lanzaba
recuerdos que su memoria mordisqueaba como si fueran huesos. ¿Cómo pudo
ella cambiar tanto?
Una noche llovió como si el cielo desahogara sus penas. La tormenta disparaba
truenos y la piscina se llenó a tope. El hombre salió de la casa a paso indiferente,
tan apático que apenas sintió los disparos de lluvia. Se paró al borde de la
piscina, imaginó que la había llenado a puro llanto, y luego se lanzó.
El agua lo recibió como una víctima voluntaria, la muerte lo abrazó
tiernamente por la espalda, y entonces el hombre se relajó dispuesto a disfrutar
del viaje. Sin embargo, un sonido tosco lo distrajo...
La caída de un pequeño cuerpo dejó un rastro de burbujas. En un intento
inocente y mal premeditado, su hija se había lanzado a salvarlo y ahora se veía
suspendida en medio del agua. El hombre reaccionó y trató de nadar hacia ella,
pero la muerte lo sujetó del cuello, y en un desplante cruel, le levantó la cabeza
obligándolo a mirar. Se dio cuenta de lo banal de su dolor, de la insignificante
desventura que representa un abandono. Quiso seguir luchando, quiso que la
rabia viniera para devorarse su tristeza. Entonces la muerte sonrió
maliciosamente, pues había aclarado su punto. Así que lo soltó.
El hombre alcanzó el menudo cuerpo de la niña y ambos salieron del agua.

Fuera de la piscina, el hombre le lloró a su hija. Le rogó desesperado que abriera
los ojos, que volviera, que le reprochara todo, pero que no se fuera. Después de
presionarle el pecho durante segundos eternos, la niña escupió agua y lo miró
angustiada... pero viva.
Se abrazaron, y sus lágrimas se confundieron con la lluvia. Más tarde, todo el
alcohol de la casa sería lanzado al drenaje.
La muerte se revolcaba divertida, le gustaba hacer cosas como ésta de vez en
cuando, aunque no se llevara nada.

Cuentos para monstruos- Santiago PedrazaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora