CAPÍTULO III - Conocer(nos)

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Armando:

Durante mi separación con Beatriz y mi "reconciliación" con Marcela, me di cuenta que experimenté por primera vez la soledad. Al principio me pareció necesario y que lo merecía, pero después me entró un terror profundo a respirar, comer y despertar solo. Necesitaba que alguien me sostuviera la mano.
Esta soledad no era la misma que cuando salí del país para estudiar o de cuando me despedí de mi hermana y se fue a Suiza, no. Esta soledad era grande y específica. Requería la cierta presencia de alguien. Me asustaban sus exigencias tan explícitas y la recurrente amenaza de que si no la tranquilizaba, se iba a quedar conmigo para siempre. Me asustaba eso porque Beatriz no quería verme ni hablarme.

Necesitaba la conversación abierta de Betty, escuchar las historias de su vida. No quería escuchar la platica pretenciosa de Marcela que solo soportaba para amenizar el almuerzo y no aburrirme.
Quería a Beatriz que con sus gestos y su risa preciosa se volvieran a instalar en mí, en esos pedazos de mi vida que todos habían despreciado, incluso Marcela.
Quería a alguien que se esmerara en entender mis gestos y no sólo verlos.
Necesitaba a alguien que respetara mi espacio y que tuviera la capacidad de entender si no era bienvenido en algún momento determinado.
Quería a una mujer que ya tenía nombre y apellido: Beatriz Aurora Pinzón Solano.
La quería a ella, que a diferencia de las demás; no le importaba mi apellido, mi extracto bancario o la posición social.
Mi soledad en complot con mi corazón, me demandaban su presencia, su cariño y su amor.

-Doctor, me alegra mucho estar aquí... con usted- escuché que me dijo mientras me veía muy detenidamente con la mano derecha apoyada en su barbilla para poder mantenerse en la misma posición cómodamente.

Yo tampoco puedo creerlo. Ella también piensa que estamos soñando, pero ahora sus sueños, que son los mismos que los míos; son mi meta en la vida, cumplirle cada una de sus fantasías y superarlas.- pensé mientras suspiraba y detenía mi auto una cuadra antes de su casa para despedirnos.

-Vea, Betty, mi vida. Yo a usted ya le dije que la amo y usted me lo dijo a mí. Le dijimos a su padre que nos amamos y las del cuartel ya lo saben.- acerqué mis manos a las suyas para darle diez besos, uno en la punta de cada uno de sus dedos y uno en cada palma.- pero yo a usted no le he preguntado si su amor por mí alcanza para que estemos juntos, para que seamos pareja, Betty.

-Ay, Doctor, mi amor es tanto, que incluso si usted no me amara, yo podría amar por los dos.- dijo jalando nuestras manos entrelazadas para alcanzar mi boca.

BPOV:

En ese momento, quise compensar todos los besos que nos negamos por el dolor de nuestra separación. Algunas veces caíamos en el desespero y perdíamos el ritmo. Algunas otras nos separábamos porque necesitaba aire Don Armando.

Yo no necesitaba separarme para respirar, yo perfectamente podría segur días enteros besándolo y solamente alimentándome de su aliento, de su tacto y esa cercanía que tantas mujeres deseaban y yo poseía en ese momento.

El beso que nos dimos frente a Doña Marcela, Patricia y el cuartel, me hizo bien. A pesar de la pena de haberme exhibido, también me enorgullecía que vieran que Don Armando me tenía entre sus brazos y yo a él.
Una mujer poco atractiva, poco agraciada, nada elegante y con una presencia que pasaba desapercibida; había sido capaz de "atrapar" al soltero más codiciado de Bogotá. La misma mujer que Doña Marcela ni siquiera consideraba rival o mujer, había sido capaz de enamorar a Don Armando. No solo le gané varias batallas, le gané la guerra.

Locura Mía (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora