Epílogo

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Cuando Sam Winchester abrió los ojos no lo hizo con la sensación de quien acaba de despertar, sino de quien no ha dormido en años. De todas las veces que Sam visualizó el infierno nunca fue siquiera parecido a la realidad. Sus sueños siempre se veían plagados de llamaradas tan intensas que con cada lamida desprendían pedazos de su piel.

¿Quién hubiese pensado que el infierno era un lugar frío? El frío de ese lugar era tan atroz que el menor de los Winchester sentía como si metiesen miles de alfileres en su cuerpo; y eso que la tortura aún no empezaba.

Se encontraba sentado en una sucia celda con sus manos siendo sostenidas por encima de su cabeza por unos grilletes soldados a la pared. Casi daba la impresión de que una cacería había salido mal y se encontraba capturado por un monstruo a la espera de que llegase su familia a cortar cabezas y salvar el día. Pero la tierra de las posibilidades estaba muy lejos de su alcance.

Infinidad de gritos retumbaban por los largos pasillos del infierno, llantos de dolor, risas de locura. Mentiría si dijese que no estaba asustado, no, la palabra se le quedaba corta, él estaba aterrorizado, mucho más que cuando sintió su cuerpo arder en llamas mientras los perro del infierno rasgaban todo a su paso.

El sonido de una cerradura abriéndose lo sacó de sus sueños de vuelta a su infernal realidad. Dos  demonios entraron en su reducida celda y soltaron sus manos de los grilletes y sin tiempo de asimilar lo que estaba ocurriendo lo arrastraron por los largos pasillos llenos de gritos. Se habían detenido frente a una puerta oxidada. Uno de los demonios empujó con brusquedad la puerta y juntó con su acompañante lo condujeron hacia una silla, donde lo ataron de las muñecas y los tobillos.

Una vez amarradas sus extremidades, Sam fue dejado solo en esa otra celda. Quizás ese había sido el inicio de su tortura. Tratar de averiguar si sus pensamientos del qué vendría le hacían justicia a la realidad que pronto experimentaría.

Hasta el momento, Sam se había mantenido callado, sabiendo que sin importar cuanto suplicase el resultado sería el mismo. Solamente le quedaba conservar un poco de su resistencia, hasta que irremediable se convirtiese en un eco de los miles de gritos del lugar.

La silla en la que se encontraba atado estaba de espaldas a la entrada de esa poco iluminada y maloliente habitación, dejando una gran incertidumbre de quien entraría por la puerta. Quizás otra parte de la tortura, el no tener control de lo que se aproximaba.

La puerta chirrió tétricamente, anunciando la llegada de dos demonios. Sam se mantuvo quieto, tratando de no mostrar su miedo ante la posición en la que se encontraba.

—¿Este es el nuevo? —dijo el demonio número uno, dirigiéndose al demonio que estaba cerca de una mesa con herramientas—. Dale algún paquete de bienvenida, Brenton.

—¿Alguna petición en particular, Cron? —inquirió el nombrado, pasando sus dedos juguetonamente por las cuchillas.

—No, usa tu imaginación —dijo Cron con cierto aburrimiento. Después de unos segundos salió tirando la puerta, gozando del amplio retumbar de su acción.

Sam se tensó al escuchar la charla casual de esos demonios, seguramente el dar la “bienvenida” era algo tan común allí como el respirar en la tierra. La piel se le puso de gallina cuando el demonio caminó en círculos, analizándole lentamente.

—Bienvenido al infierno, chico —expresó con una sonrisa siniestra. Caminando hacia la mesita de herramientas volvió con una aguja ya hilada—. No te preocupes que lo que yo te haré será una caricia en comparación con lo que te espera aquí por siglos.

Sam se odió por derramar unas cuantas lágrimas, pero cuando la aguja se hundió una y otra vez en su boca le fue imposible. Su boca se encontraba completamente cosida, podía sentir como su sangre caliente se resbalaba por su barbilla y mojaba su camisa. Era un desastre, y era solo el comienzo.

Yo seré tu héroe Donde viven las historias. Descúbrelo ahora