IX: Tosca.

93 4 1
                                    

Cuando pregunté a Gwen dónde estaba As, señaló la ventana sobre ella, sin siquiera mirarme.  Murmuré un “gracias” mientras sacaba la traba de la puerta y salía.
El aire estaba frío, y los colores en el cielo comenzaban a aparecer.
Justo al salir por la puerta me encontré con una larga escalera muy empinada con cortos escalones de piedra.

Bajé con cuidado y subí el cierre a la chaqueta gris que había encontrado junto con una muda de ropa en una silla de la habitación en la que desperté.

Suspiré. A lo lejos vi la figura de As, con las manos en los bolsillos, observando el cielo.
La casa de Laia y Gwen estaba en un gran terreno circular, con un polvoriento suelo de tosca.
En el límite del terreno se encontraban varias casas similares entre sí, sin escaleras como la de las chicas. En el espacio vacío del borde del área había un portón de metal verde. “Un conjunto de viviendas”, pensé.
Me acerqué a As y me quedé a su lado. Lo imité y miré el cielo también, en silencio.
Aún se veía la luna, ahora fantasmal.

-Hola, tú –me dijo As-. Supongo que aún te quedan preguntas.
Asentí. No nos mirábamos, los dos estábamos concentrados en el cielo.
-Ajá. Pero de momento te voy a dejar tranquilo –giré la cabeza y lo observé: tenía unos jeans gastados negros y una remera negra con un As blanco estampado en el centro-. Qué ropa tan personalizada.
-Jé –no fue una risa, fue como un “sí”-. Me gusta despertarme temprano. Tengo más tiempo para planificar el siguiente movimiento.
Pateé el pedregullo del suelo.
-¿Qué planeas hacer una vez que completemos los “quehaceres”?
Me sonrió con malicia y comenzó a caminar por el perímetro de la cooperativa.

Decidí dejarlo tranquilo. Supuse que ya me enteraría de sus planes (de todas formas mi vida estaba arruinada).
Di la vuelta y me dispuse a regresar a la casa, cuando un pequeño gato gris se cruzó en mi camino. Tenía los ojos verdes y tres anillos negtos al final de la cola.
Los gatos siempre fueron una debilidad para mí. De pequeña tenía un gato llamado Cairo. Un día Cairo se fue de casa y no volvió.

-Hola, gatito –me le acerqué lentamente y le acaricié el cuello-. ¿Cómo estás?
El gato ronroneó. Luego escuché un ruido brusco y el gato se escondió entre unos arbustos, desapareciendo.
As tenía un palo en la mano, y parecía recién arrancado de un gran árbol.
Eso debió ser lo que causara el ruido.
Comenzó a dibujar círculos en la tosca con la madera, hasta formar una elipse.
Pensé que podría estar haciendo algo importante, pero entonces lo vi dibujando una carita feliz. Uf.
Subí las escaleras y entré a la casa.
Laia y Gwen estaban sentadas en el sofá mirando un reality de aquellos en los que hacen preguntas aleatorias y quien no las responde cae por una plataforma.
Laia ocupaba solo uno de los cuatro almohadones, y Gwen, que ocupaba el resto, descansaba con la cabeza sobre las piernas de su novia.
Al parecer dejaban abierta la puerta.

Me senté en una silla y me quedé viendo el televisor con ellas.
Nadie habló. Laia acariciaba la cabeza de Gwen, y Gwen bostezaba cada dos minutos.
Al rato entró As, que se sentó en la mesa y tomó el recipiente con papas. Las tomaba de a puñados, llenándose las manos de aceite.
-Y… ¿Cómo se conocieron ustedes? Ustedes y As, quiero decir –pregunté repentinamente.
-Ah, eso. Bueno, cuando conocí a As aún no estaba con Gwen. Fue en el Infierno, la única vez que estuve ahí. As trató de seducirme –se rió-. Fue divertido decirle que soy gay.
As bufó y soltó una risa sarcástica.
-Ya veo… ¡Tienes un muy buen ojo, As! –bromeé-. Seguro que eres el mejor conquistando chicas.
-Tu sarcasmo es más doloroso de lo que crees –se acercó a tan solo dos centímetros de mi cara-, preciosa –luego me dio la vuelta y me susurró  al oído con su tibio aliento-. Hueles muy bien.
Me estremecí y di un salto.
-Bueno, bueno, ya entendí –dije nerviosa-. Eres todo un galán –intenté sonar sarcástica, pero en realidad me había dejado pasmada.

As abrió la heladera y comenzó a mover cosas dentro de ella.
-¡Gwen! ¿Dónde guardas la cerveza?
-¡Como si fuera a decírtelo, As!-
-¡Púdrete, ya la encontré! –hablaban como si se encontraran separados por grandes distancias.

As me lanzó una lata que atajé con la mano. Pregunté por sorbetes, a lo que el chico contestó:
-No seas tan delicada, Claire.
Laia suspiró, se levantó y sacó de la alacena una lata decorada con papel de regalo con muchos sorbetes de colores. Tomó varios y me alcanzó dos.
-Somos médicas. Sabemos que tomar directo de la lata puede dar enfermedades. Ratas orinan en ellas.
Miró a As esperando que él escupiera la cerveza, o se mostrara sorprendido.
En cambio, alzó la lata como si fuese un brindis, y dijo “Gracias, ratas. Le dan un toque muy particular”.
-Me voy a reír cuando te mueras –dijo tomando una lata y un sorbete Gwen.
-Soy invencible, idiota –respondió con el dedo del medio levantado.

El día pasó muy rápido. Laia se dedicó a limpiar la casa, pasar la aspiradora por el cuarto en el que yo dormía, etcétera.
Gwen se ocupó de cambiarnos los vendajes a mí y a As cada determinado lapso de tiempo.
As pasó el día fuera, escuchando música de su teléfono en un muro.
Mi teléfono seguía sin señal. Me había percatado de ello en el momento en el que As me habló del intervalo. En cierto momento, le pregunté qué era exactamente el fenómeno.
Comenzó su explicación.

Como un juego de Poker [En pausa].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora