La luz dorada de sol daba directa en el parabrisas, ocasionando que tuviera que entrecerrar los ojos para no quedarse ciego. No sabía cuánto tiempo llevaba conduciendo, pero estaba seguro de que el tanque de gasolina se acabaría antes de llegar a aquel recóndito pueblo. Aquella página web de alquileres de vehículos no le daba muy buena espina, pero por suerte el sentido de conducción era el mismo. Aún así, el coche que le habían otorgado no tenía buena pinta, y Viktor temía que le dejara tirado en medio de la carretera. Según Google Maps, no quedaba mucho para ver el cartel de bienvenida.
La radio tornaba el interior en un ambiente pesado, casi decaído. La cadena local era francesa, y no entendía demasiado. Aún así, había canciones que le gustaba, pero no había pillado ni un título aún. Tenía mucho calor, pues el clima mediterráneo de Francia era muy diferente al helado de Rusia. Llevaba aquella camisa blanca arremangada por los codos, y con un par de botones quitados. Su pelo grisáceo, de nacimiento, estaba completamente despeinado desde que bajó del avión. No sabía cuánto tiempo llevaba de viaje, pero solo quería dormir. La tarde estaba cayendo, pero aún se notaba el calor.
Frunce el ceño cuando nota cómo el coche empieza a dar tirones, fallando. Maldice en su lengua materna, observando cómo la flecha de la gasolina baja, avisándole de que ya no queda. Finalmente, el vehículo antiguo se detiene de golpe, aunque por suerte ha podido desviarse a un lado para no detener el tráfico (que no era mucho). Da un golpe al volante, resoplando y quitándose el cinturón de seguridad. Luego, sale.
Echa un vistazo a su alrededor, viendo solo campo pintados de amarillo y verde. Pone sus brazos en jarra, pensando en qué hacer. Saca el teléfono del bolsillo de su pantalón de vestir.
—Правда? Да. (¿En serio?) —Pregunta molesto cuando ve que no tiene cobertura.
Mueve la mano en su altura, en busca de señal. Pero no hay manera. Debía llamar a Conway para avisar de que se había quedado tirado. Jack era quien llevaría el estudio con él, y le haría el favor de brindarle su casa en aquel tiempo. Aquel oceanógrafo era de los mejores de su generación, y como Viktor, había viajado para observar los mares de Europa. Y las mejores vistas se daban desde pequeños pueblos de costa, donde las aguas estaban en su máxima naturaleza.
Analiza de nuevo lo que le rodea, decidiendo caminar hacia un lado. Salta el arcén, introduciéndose al completo en el campo. Sus zapatos negros de vestir se llenan de polvo, hierba y humedad al instante, pero no le da importancia. Sigue el estrecho camino de tierra, haciéndole subir una empinada cuesta. Con suerte en el punto más alto habría cobertura.
Desde los dieciocho, había estudiado biología, y luego se había especializado en la rama marítima. Con apenas veinticinco años, era uno de los mejores biólogos marinos, pero eso le sabía a poco. Y, cuando dio con la carrera de oceanografía, supo que había encontrado su aliento. Ahora, con los veintinueve recién cumplidos, había decidió huir de Rusia para admirar nuevos océanos y nuevas culturas, pues el dinero no le faltaba y su necesidad de un aire fresco cada vez era mayor.
Largos minutos después, donde ya se encontraba con la frente sudada por el esfuerzo y el clima, llega a la cima. No se detiene en mirar nada, solo saca de nuevo su teléfono y revisa. Sonríe al ver una línea. Rápidamente, busca el contacto de Conway en su lista, y aprieta en este cuando lo encuentra.
—¿Sí? —La línea de entrecorta cuando el hombre descuelga.
—¿Conway? Soy Volkov. Me he quedado tirado en la carretera y no creo que esté muy lejos del pueblo—intenta informar con rapidez.
—¿Qué? Se te corta mucho—a él también.
—Que estoy en medio de la carretera-
La llamada finaliza y el ruso frunce el ceño. Luego, ve de nuevo la cruz sobre el icono de la cobertura. Resopla, era inútil. Con el teléfono en la mano, mira a su derecha. Entrecierra los ojos cuando ve algo a lo lejos. ¿Qué era? ¿Unas ruinas? ¿Una casa?
«Tal vez allí viva alguien», piensa, comenzando a descender por el pequeño monte, siguiendo de nuevo el camino. No sabe por cuánto tiempo camina, pero si puede ver que el horizonte guarda al sol con delicadeza. Aquello ocasiona que pinceladas de colores cálidos y rosados tiñan poco a poco el cielo azul, trayendo consigo uno más oscuro. Acelera el paso, que la noche cayera ahora solo podría causarle problema.
Largos minutos después, suspira cuando llega a la llanura, y un camino decorado con piedras bien puestas le dan la bienvenida. Lo sigue con curiosidad, eso no podría estar abandonado y a la vez mantenerse tan cuidado. No sabía porque, pero una calma invasora ahora le rodeaba. Cuando menos lo espera, tiene en frente una casa de campo, casi en ruinas y a la vez en perfectas condiciones. Guiado por sus impulsos, empuja lo que parece ser una puerta trasera de madera. Casi no suena cuando entra, cosa que agradece. Se baja las mangas de su camisa al notar el repentino frío. No le daba buena espina, pero no podía dejar de avanzar.
—¿Hola? —Interroga en voz alta, pero no obtiene respuesta.
Sus zapatos suenan contra los azulejos del suelo, que parecían tener musgo y hojas aún vivas. Cruza el hueco de una puerta, entrando al que parece ser el salón principal. Su mirada se clava en el piano de cola que hay a un lado, y luego a las grandes ventanas sin cristales que dejaban ver el atardecer. Se acerca con cuidado al primero. Sus manos rozan las teclas. De adolescente solía tocar el piano en un conservatorio por pura diversión. Aprieta una tecla negra, observando cómo está llena de polvo.
Un golpe seco suena a sus espaldas, y se gira sobre saltado, colocando una de sus manos justo en su pecho. Agranda los ojos cuando ve a un hombre con una cresta castaña, con un mono de agricultor, y una cesta en su mano. Luego, mira al suelo, y ve que es una manzana lo que ha caído.
—P-perdón yo pensaba que estaba abandonado y...
Detiene su explicación, nervioso, cuando el otro da un paso hacia atrás, asustado.
—Perdón—vuelve a disculparse, poniéndose recto.
Se percata de cómo el joven abre la boca para hablar.
—¿Puedes verme? —Interroga en un hilo de voz, ajustando su agarre en la cesta llena de vegetales.
Aquello asusta en sobremanera al ruso, y se le forma un nudo en la garganta.
—¿Qué?
De pronto, el sonido de su móvil le anuncia de que tiene una llamada entrante. Baja la vista para ver de quién se trata, y lee que es Conway. Luego, sube de nuevo la mirada, pero ya no hay nadie. Su corazón va a explotar de lo rápido que va.
De nuevo siente aquel frío, que sin darse cuenta había desaparecido con la llegada del chico. Aunque, tal vez, solo había sido resultado de su imaginación y del cansancio.
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Take Me Back On The Way. ||AU Volkacio||
Teen FictionUn motor estropeado en medio de la carretera, una caminata larga y una casa de campo al fondo. N.A: ¡Pueden leer esta historia aunque no sepan del ship! Es una ficticia, no sigue lo canon.