La tarde era cálida. De nuevo estaba sobre su escritorio de roble, esperando para cerrar el pequeño expositor que tenía fuera. Aquella casa había sido una buena inversión, aún más cada vez que pensaba de quién había sido hacía tiempo. Suspira cuando escucha el tintineo de la puerta, avisando de una nueva visita. Había estado trabajando todo el año en un diario sobre el mar y sus conocimientos, y este había sido un éxito. Tanto, que a la gente no le importaba ir hasta aquel pueblo para ver a su autor. Había reservado una parte de la cabaña de campo para ellos.
Rodea la cocina, empujando la puerta corredera para saludar a quien observa los libros de una estantería. Está de espaldas y tiene la cabeza gacha.
—Buenos días—saluda Viktor, acercándose a él.
Pero su respiración se atasca en su garganta cuando el joven levanta la cabeza, y le deja ver una cresta. Un peinado que le recordaba alguien que no quería rememorar. El desconocido se voltea, y la situación empeora. Volkov sabe que está pálido, puede notar cómo se ha quedado frío en un segundo. «No puede ser», dice.
—¡Hola! ¿Es usted Viktor Volkov? —Interroga con una sonrisa, tendiéndole la mano en un cordial saludo.
El ruso identificaba su voz, su rostro, su figura, su presencia. Aquello no podía estar pasando. Seguramente se había quedado dormido en el despacho y estaba soñando con él, como solía hacer. Pero todo parecía tan real...
—¿Está usted bien? —La preocupación tiñe el tono del chico con cresta, que frunce el ceño al verle estático en su lugar.
«No es él. Él murió. Solo es un sueño», se repite. Entonces, intenta seguir la corriente de lo que cree que es una pesadilla, y esboza una sonrisa muy forzada.
—Sí, sí. Perdona, soy yo.
Acepta su saludo, y en el momento en el que lo hace se arrepiente. La expresión del contrario ahora es seria, y no aparta sus ojos de las manos, que aún siguen entrelazadas. Viktor le observa extrañado.
—¿O-ocurre algo? —Quería que aquel sueño acabará. Pero todo parecía real, pero no podía serlo, ¿no?
Este, parpadea un par de veces. ¿Qué había sido aquel repentino tacto cálido? Le era familiar, mucho. Pero nunca había visto a este oceanógrafo, al menso no en persona. ¿Entonces por qué le parecía cercano? Incluso su corazón ahora iba más rápido.
—No, no—niega, soltando su agarre como si quemara.
Entonces, sus miradas chocan. Chocan sin quererlo, sin buscarlo, pero la permanecen unida. El pecho del ruso se contrae con fuerza, las ganas de llorar le invadían. Todo era tan cruel que dolía. Y dolía aún más porque sabía que no se trataba de una pesadilla de una mala noche, sino de algo real. El de cresta en cambio sentía su cabeza doler, como intentando recordar algo que exactamente no sabía qué era, ni porqué tan de repente.
El biólogo decide terminar con aquella tortura y va a la pequeña mesa donde había un montón de ejemplares de su libro. Atrapa uno con el pulso tembloroso, junto a un bolígrafo para firmarlo.
—¿C-cómo se llama? —No podía relajarse.
El joven traga con fuerza, parpadeando con fuerza e intentando despejarse.
—Horacio.
Aquello fue como una chispa para el soviético. «Tal vez en otra vida», recuerda las palabras de ese ángel. ¿Esa era la otra vida?
—¿Horacio? —Interroga consternado.
El nombrado le mira de golpe. ¿De qué le sonaba aquel acento? ¿Por qué todo era tan familiar? ¿Por qué sentía unas inmensas ganas de llorar al mirar a aquellos azules ojos apagados?
—Me duele la cabeza—se soba la frente, sin poder aguantar el dolor.
La preocupación de Volkov sale a relucir, no podía pensar en otra cosa. Rodea la mesa y va a su lado. Levanta la mano para posarla sobre la suya, pero entonces una luz aparece. Y, cómo un flashback, Horacio entiende todo. Sus ojos se agolpan en lágrimas, y comienza a temblar, alertando al de pelo plateado.
—¿Qué ocurre señor? —No sabía qué hacer, su mira estaba rompiéndose.
Sus propios ojos se cristalizan cuando el chico sube la vista y ve las lágrimas correr por sus mejillas.
—Viktor—acaricia su mejilla, sin rastro de luz y con un amor desbordante.
—¿Horacio? —Cuestiona en un hilo de voz.
—Por fin volvemos a vernos, mon ange—limpia la lágrima que cae desde su ojo.
El ruso no tarda en fundirse en un profundo abrazado con él, comenzando a sollozar como un niño. La calma es tal, que caen de rodillas, aún unidos en el suelo. El oceanógrafo tira de él hasta sentarle en sus piernas, escondiendo su rostro en el hueco de cuello sin poder para de llorar.
—Shh—calma el chico, acariciando su gris pelo mientras que de sus ojos también se deslizan gotas saladas.
—Por fin—solloza como un niño en un susurro, seguía prendado de él. Aunque ahora era real.
Horacio pone una mano en su mentó, haciendo que le mire. Esboza una pequeña sonrisa al verle con la cara roja de llorar, antes de tirar de su nuca y besarle con ganas y delicadeza. Disfruta sabiendo que esta vez no va a irse. Que por fin se ha reencontrado en aquella vida con su ángel, y que ahora no le iba a dejar ir.
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Take Me Back On The Way. ||AU Volkacio||
JugendliteraturUn motor estropeado en medio de la carretera, una caminata larga y una casa de campo al fondo. N.A: ¡Pueden leer esta historia aunque no sepan del ship! Es una ficticia, no sigue lo canon.