Pasado

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  "Mate aquí a la piedad el alma pía:
¿quién es más criminal que aquel que siente
el castigo que al malo Dios envía?"

Dante ALIGHIERI. Divina Comedia. Inferno. CANTO XX.





         El embotamiento cerebral me obligó a abrir los ojos despacio. Parpadeé varias veces con el objetivo de eliminar la sensación de turbación y poder ubicar el lugar exacto en el que me encontraba. Cuando alcé lentamente la cabeza, un dolor punzante se extendió desde mi sien hasta el punto exacto en el que mi mandíbula y mi cuello se unían. Este venía acompañado de una sensación de tirantez que abarcaba todo el lateral de mi cara.

        Traté de llevarme una de las manos al rostro para conocer a qué se debía esa extraña percepción cuando fui consciente de no podía moverlas, ya que estaban inmovilizadas a mi espalda.

        Estaba maniatada.

        Los recuerdos de todo lo ocurrido llegaron a mi mente a tropel. El pueblo. Los perros salvajes. El coche. Aquellos tipos. No necesité indagar mucho más para saber qué era lo que causaba aquella sensación extraña en mi mejilla. Era sangre. Posiblemente de mi ceja izquierda.

        Supe lo que había ocurrido: me habían dejado inconsciente y arrastrado a donde quiera que se refugiasen.

         —Mierda.

        Mi primer pensamiento fue para las cuatro personas que me esperaban en una desvencijada cabaña. Una sensación amarga me recorrió al imaginarme a Carl mirando a través de los tablones que tapiaban cualquiera de las ventanas, a la espera de mi regreso.

        Deseché esa idea tan pronto como llegó a mi cabeza, ya que debía concentrarme en salir de allí. Inspeccioné el lugar en busca de alguna vía de escape. Se trataba de un espacio cerrado, cuya única iluminación provenía de una maltrecha bombilla que colgaba de un cable medio pelado del techo. Las paredes de chapa burda y gris no hacían sino aumentar la sensación de suciedad y descuido. El habitáculo estaba completamente vacío, a excepción de dos sillas, una de ellas ocupada por mí y otra al otro lado de la mesa de madera que coronaba la sala. No me pasó por el alto el hecho de que no había ni una sola mota de polvo sobre su superficie, lo que significaba que la utilizaban a menudo.

        Antes de hacer cualquier movimiento, agudicé el oído a la espera de percibir cualquier ruido, pero lo único que obtuve fue un silencio sepulcral. Si no había indicios de vida a mi alrededor significaba que no había nadie vigilando el perímetro, lo que inmediatamente se traducía en un aumento de mis posibilidades de libertad.

        Había un detalle crucial: mis piernas no habían sido amordazadas.

        Interpreté este hecho como una ausencia de interés por su parte. Fueran quienes fuesen aquellos tipos, no se habían tomado muchas molestias en garantizar mi cautiverio. La pregunta del millón era por qué. ¿Por qué no me habían atado las piernas? ¿Acaso querían que escapase? No tenía ninguna lógica.

        «Un momento».

        Tenían electricidad. ¿Una cámara de vigilancia, a lo mejor? Deseché la idea al segundo. Lo más probable es que la energía proviniese de algún tipo de generador, ya que la luz parpadeaba cada cierto tiempo, como si su fuente de alimentación no tuviese potencia suficiente. Y si esto era así, no malgastarían recursos en vigilar si escapaba.

        O quizás...

        Quizás estaban convencidos de que no lo haría.

        Me habían encontrado escondida bajo un coche y me habían traído hasta aquí sin esfuerzo. Había sido una presa fácil y eso era lo único que era para ellos. Una pobre chica debilucha y asustada.

É S T I G E [LIMOS #1]| The Walking DeadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora