Juntos

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"Y aquí no espero
que me creáis. Yo lo vi y mi mente
aún vacila."

Dante ALIGHIERI. Divina Comedia. Inferno. CANTO XXV.






Daryl respiraba con fuerza, como si fuese incapaz de hacer que el aire llegase a sus pulmones. Sus ojos recorrían la muchedumbre con conmoción y las lágrimas bañaban sus mejillas. Su piel se encontraba perlada por el sudor y un corte cubría uno de sus pómulos, dotándole de un aspecto realmente desolador.

​ —¿Qué hacemos con ellos? —preguntó el Gobernador a voz de grito.

​ Sentía las extremidades entumecidas y la boca completamente seca. La sangre parecía haberse estancado en mis arterias, impidiéndome actuar y pensar con claridad.

​ —¡Matarlos! —gritó la gente en respuesta.

​ Aquella petición fue la que me hizo salir de mi estupor. Aparté la vista de Daryl para concentrarla en las personas que pedían su muerte como si no estuviesen hablando de un completo desconocido. Entre la multitud localicé a la mujer a la que habíamos visitado antes de que el caos estallase. Cuando habíamos estado en su casa, sus ojos habían reflejado un pánico indescriptible. Aún era capaz de recordar cómo me había conmovido el hecho de que abrazase a su hija con fuerza, como si tratase de protegerla de cualquier mal. En ese momento no había ni rastro de aquel miedo; sus ojos solo reflejaban sed de venganza. La bilis ascendió por mi garganta al ver que Lucy, su hija, dormía entre sus brazos.

​ ¿A que punto de decadencia habíamos llegado para que una madre pida a voces la muerte de un hombre mientras acuna a su bebé? ¿Era esa la clase de mundo a la que debíamos enfrentarnos en adelante? Ojo por ojo, diente por diente. Ese era el único lema que importaba en este nuevo mundo. Cuando todo comenzó creímos que los caminantes serían el mayor de nuestros problemas, pero eso no era cierto. Nuestro mayor y único problema siempre habíamos sido nosotros mismos.

​ La multitud vitoreó, completamente enardecida. En ese momento comprendí qué era lo que me había hecho sentir incómoda durante el discurso del Gobernador. No habían sido sus palabras, sino la intencionalidad de estas. En un principio había pensado que se trataba de una disculpa, pero no era así. Había apelado al sentimentalismo y al dolor con un fin político y su objetivo era precisamente el que había conseguido.

​ Que la gente clamase sangre.

​ El Gobernador se acercó a ellos despacio y le dijo algo a Merle para luego alejarse de nuevo. Varios hombres, entre los que reconocí a algunos miembros de Aether, rodearon a ambos hermanos y les apuntaron con sus armas.

​ Antes de llegar a procesar lo que estaba ocurriendo, eché a correr hacia la arena. Estaba al borde de esta cuando unos brazos me interceptaron, impidiéndome llegar hasta Daryl, que, al parecer, seguía completamente ajeno a mi presencia.

​—¡Suéltame! —grité—. ¡Que me sueltes, joder! —Me revolví para tratar de librarme de mi captor cuando le vi la cara.

​ Tyler.

​—Es suficiente, Ava.

​ Sus brazos sostenían los míos con fuerza, inmovilizándome.

​ —¡¿Qué estás haciendo?! —rugí, completamente fuera de mí. Tyler miró a mi madre y le dedicó un asentimiento, haciéndole saber que tenía la situación controlada. La mujer que me dio la vida se apartó de la arena, dejando espacio suficiente para lo que iba a ocurrir—. ¡Es Daryl, Tyler! ¡El Daryl del que te hablé!

É S T I G E [LIMOS #1]| The Walking DeadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora