Era bastante bueno en lo que hacía, eso involucrando que era un chico algo loco y muchos decían que le hacía falta un tornillo. Adoraba mirar las estrellas y desestresarse mientras jugaba algo de baloncesto, su altura lo ayudaba.
Esa mañana sacó el brazo por la cobija y la volvió a meter al darse cuenta de que hacía un frío maldito, se hizo bolita en la cama pero el despertador no dejaba de taladrar su cabeza, motivándolo y obligándolo a levantarse de la caliente, hermosa y suave cama que tenía.
— Maldita sea – susurró por debajo de las cobijas — ¡¡Yaa, ya me desperté ¿si?!!
Sacó primero los brazos, vibrando como un pequeño al sentir el frío recorrer sus hombros y su cabello despeinado. “me lleva la mierda” susurró de nuevo. Ahora fue sacando el largo torso que tenía, y fue peor, ya que tenía toda la camiseta enroscada hasta el pecho y el aire acarició su abdomen haciendo que este se sentara por fin en la orilla de su cama. Hizo que el roce de sus dedos en la alfombra fuera contemplando el frío inmenso que había en el piso si llega a poner los pies sobre la duela. Sacó el aire por la boca, el reloj apenas marcaba las 5:45, maldita hora del diablo, decía él.
Por fin encontró los calcetines y se los puso como pantuflas, deslizó cada adormido músculo de su cuerpo para dirigirse al cuarto de baño y al menos despertar con un hermoso chapuzón a la ducha, su momento favorito…era sarcasmo.
El agua tibia salió por suerte, y su cuerpo desnudo yacía bajo esta al dejar ir el frío, el sueño y el estrés de todo un fin de semana lleno de emociones fuertes. Salió envuelto como un tamal en las toallas para correr a su habitación y ponerse la ropa interior, calcetas, pantalones, camiseta, corbata, zapatos, saco y…otro saco encima. Debía ir siempre formal a su trabajo que era de medio turno por suerte.
Llegó a la cocina luego del ritual, a veces se ponía crema corporal…a veces no que era casi siempre esa opción, dirigió su mirada al refrigerador y solo había un chorro de leche, un par de huevos y tocino. Algo era algo. A pesar de que había que desayunar, prefirió tomarse solo el trago de leche y un par de galletas, por lo general desayunaba en su trabajo, así que no había que molestarse mucho por eso.
Llaves, otro saco, bufanda, maletín y unos anteojos que a veces eran inservibles lo acompañaron en su viaje rumbo a esa institución en la que llevaba ya más de 5 años trabajando. Comenzó muy joven y algunos envidaban su potencial por la corta edad laboral y, por supuesto, por lo cortos que eran sus años. Apenas pisaba los 32 y era todo un profesional en su área, no cualquiera podría hacer lo que hace él, incluyendo que a tiene varias Maestrías y estaba estudiando en Línea un Doctorado. Manejaba con cuidado y es que muchos estúpidos salían despavoridos porque ya iban tarde a sus trabajos, por lo que ocasionaban muchos accidentes.
James Owen Sullivan era un reconocido profesor en la Universidad de Ingeniería, escuela que se encontraba en Los Angeles, California. Él solía dar clases de matemáticas avanzadas, algunas clases eran realmente difíciles y es que él no se dejaba sobornar por ningún alumno, no había nada que lo hiciera vulnerable, y si llegaban a hacerlo…se arrepentirían el resto de sus carreras. Los exámenes eran el infierno con este profesor, pero durante la clases hacía bromas y chistes haciendo que sus alumnos se sientan más confiados…más no por eso iba a dejar que abusaran de él o se pensaran que era un idiota. James era uno de los mejores maestros de la Universidad de Ingeniería, por su capacidad de observación, de evaluación y explicación de la materia.
No tardó mucho en llegar, apenas unos 20 minutos después de haber salido de su casa. Estacionó el auto, apretó el volante suspirando al frente, caía una fina lluvia que calaba hasta los huesos de tan fría que estaba esa pequeña brisa. Tomó su maletín lleno de exámenes que había calificado la semana pasada, apenas eran unos 28 pero habían sido suficientes para ocasionar ese impresionante dolor de cabeza que no lo había dejado desde hace más de 3 días.