La princesa del corazón de estrella

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La Ley de Propiedad Intelectual, regulada por real Decreto Legislativo 1\1996, de 12 de abril (modificada por la Ley 5\1998 de 12 de abril) dispone en su Art.1 que " la propiedad intelectual de una obra literaria, artística o científica corresponde al autor por el solo hecho de su creacion".
Por tanto se prohíbe la copia de la trama de esta historia, sus personajes, nombres o lugares inventados.
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Hacía muchos años existió un reino próspero y hermoso, gobernado por unos reyes nobles y justos, los cuales tuvieron una única hija: Adelein.

Adelein era hermosa: Su pelo era del color del trigo, y le caía en cascada sobre los hombros. Su tez era blanca como la nieve y sus ojos azules como el mar profundo. Era una chica de sonrisa dulce y bondadosa, y cada curva de su cuerpo parecía esculpida en porcelana. Cuando andaba, lo hacía con gracia y elegancia, y cuando bailaba, con vida y alegría. Su canto era como el gorjeo de un ruiseñor, y su voz, dulce y fluida como el río. Muchos juglares y trovadores habían compuesto preciosas rimas sobre ella, pero ninguna se comparaba en belleza con la princesa. La fama de la dulce muchacha se extendió por todo el reino, y muchos intentaron cautivar a la bella dama sin éxito, pues la princesa, además de guapa, era astuta y lista, y sabía que debía tener cuidado, pues muchos la querían solamente por su aspecto, y no por su corazón. Ella esperaba a alguien que la amase de verdad, y sabía que en cuanto le conociese, lo sabría.

La rima más famosa era La Princesa del Corazón de Estrella, que además de una verdadera joya del arte, estaba escrita por el hijo de un rey.

Una vez, un juglar la interpretó en palacio, y la princesa, cautivada, le preguntó quién la había escrito. Aquel hombre no lo sabía, pero le escribió en un papel amarillento la letra. Cada noche, Adelein la leía, soñando con encontrar a quien había escrito tal obra de arte.

Pero pasaron los años, y Adelein seguía esperando, rechazando otras peticiones de matrimonio. Pasaron dos inviernos y dos primaveras, y los reyes le dijeron que, como no encontrase marido, ellos serían los que lo elegirían. Adelein empezó una búsqueda desenfrenada intentando encontrar al misterioso autor de La Princesa del Corazón de Estrella.

Una tarde, al fin, un joven príncipe se presentó en palacio. Tenía el pelo castaño como las almendras y los ojos oscuros. Era de piel pálida y sonrisa amable.

En cuanto le vieron, todas las muchachas se pusieron a murmurar que si venía para enamorar a la princesa, jamás lo conseguiría, que no hacían buena pareja, que sólo quería tener fama y poder. Y todas callaron de súbito cuando Adelein entró en el salón con su mejor vestido, plateado como las estrellas. Toda ella irradiaba luz. El joven saludó.

-Mis respetos, majestades.- Y, volviéndose a la princesa, añadió- Princesa Adelein. Un honor conocerla. Me dijeron que usted se maravilló con el poema que escribí, La Princesa del Corazón de Estrella. Hablaba de usted- Luego, ambos se sonrieron mutuamente.

<<No durarán nada>> Repitieron las doncellas una y otra vez, a partir de ese día. Pero para sorpresa de todos, y encanto de sus padres, los dos jóvenes se enamoraron, y todos los días fueron un cuento de hadas a partir de entonces. Nadie en el palacio había visto jamás a la princesa tan sonriente, tan feliz, tan brillante, en que se había convertido Adelein. Si antes ya era hermosa, no era casi nada comparado con el ahora. Todos la comparaban con una bellísima flor que se abría en un amanecer dorado.

El joven del que Adelein se había enamorado se llamaba Bran, y era sincero y dulce como una gota de agua. Todas las noches, ambos corrían por los jardines de palacio entre risas, y Bran le enseñaba el lenguaje de las estrellas. Adelein lo aprendía todo maravillada, y a cambio ella le enseñaba los significados inescrutables de las flores, las formas de sus pétalos, la dulzura de su miel.

Pero la alegría sólo duró hasta el invierno, pues el reino vecino les había declarado la guerra, y Bran, junto con su padre y un ejército imponente tuvieron que partir para luchar por su causa.

El reino se convirtió en un hervidero de ansiedad y temor, pero ningún ataque hubo mientras los guerreros estaban fuera de las murallas, protegiendo su patria. En cambio, Adelein intentaba tranquilizar a todos y asegurarles de que todo iría bien, aunque en su rostro, cubierto por un velo de miedo, desvelaba que la princesa pasaba las noches en vela, leyendo las estrellas, rezando porque su amado regresara a su hogar sano y salvo.

Apenas unos meses después, se celebró una noticia maravillosa: Habían vencido. Adelein no lo celebró. Bran había perecido en la guerra.

Todo el reino lloró por la suerte del joven príncipe y de los seres queridos que también habían fallecido. Adelein jamás volvió a ser la misma. Sus ojos se apagaron, solamente reflejaban un mar de tristeza. Adelgazó y empalideció todavía más, y la joven princesa terminó siendo como un fantasma: Siempre en silencio, deambulando por el palacio como un alma en pena. Sus padres vieron como su hija se marchitaba cada día un poco más.

Adelein no volvió a cantar, ni bailar, ni volvió a leer el lenguaje de las estrellas. Los hermosos versos que los juglares compusieron para ella dejaron de escucharse, y la pena se abalanzó sobre el palacio como una bestia devorando a su presa.

Una noche, sentada junto a la ventana, Adelein vio una brillante estrella de plata, que asemejaba un corazón. Poco a poco, comenzó a descifrar el mensaje que traían las estrellas para ella, y su corazón latió más fuerte. Porque Bran le estaba hablando desde el cielo.

La dulce princesa lloró de pura alegría, y a la mañana siguiente se despertó llena de felicidad, una felicidad de la que nadie en el palacio adivinó la causa. Porque la princesa sabía que Bran estaría siempre a su lado, y que nunca más la volvería a dejar.

Poco a poco, día tras día, Adelein volvió a ser la que era, aunque jamás se casó. Cuando se hizo reina, fue amada en todo el reino por su justicia, dulzura y sabiduría. Incluso los reyes de otros reinos cercanos la apreciaban. Cada noche, la reina leía a las estrellas y hablaba con Bran. Así, vivió una vida tan bella y justa como ni siquiera un hada sería capaz de imaginar. Cuando llegó su hora, dejó el reino en manos de otra dama de la nobleza, que gobernaría con su misma sabiduría.

Aquella noche, Adelein volvió a rejuvenecer, y cogiéndose de la mano de Bran, volaron ambos hasta el cielo, y desde allí gobernaron juntos las estrellas.

Adelein fue extraordinariamente poderosa, aunque nadie ha sabido descifrar en qué sentido. Los Magiólogos dicen que Adelein no fue la maga, sino que fue su amado quien le traspasó parte de su don. Pero muchos creen que la excepcional belleza de la princesa se debía a que era una maga Dalliett, magas con la capacidad de reflejar en su cuerpo el aspecto de su alma. Las únicas capaces de obtener un don mágico, siempre que se esté dispuesto a entregárselo. Oficialmente, las Dalliett no son exactamente magas del todo, ya que se dice que su origen reside en las estrellas, lo que explica también el final de la historia.

Lo único que se sabe, es que muy posiblemente Adelein fue la última Dalliett conocida y registrada en la larguísima historia de la magia.


Ruda, testaruda y valerosa... La bailarina de la arena es como una leyenda, que debes leer más de una vez para poder creer. 

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