17

1.6K 286 59
                                    

Yuji corrió a su habitación y trató de calmarse. Se lavó la cara con agua fría hasta dejarlo enrojecido. Después de cepillarse el cabello con los dedos y cerciorarse de sus prendas, volvió a sus tareas, sintiéndose nervioso y confuso.

Faltaba poco para las dos de la madrugada, era la primera vez que se excedía con sus labores en la Metropolitana. Yuji, exhausto, finalmente se dirigió a su habitación, llevando consigo una linterna de hojalata con agujeros.

Cuando llegó a su cuarto, cerró la puerta y colocó la linterna sobre la mesilla que había en un rincón. Solo entonces, se permitió dar salida a sus tensas y reprimidas emociones. Se sentó al borde de la cama, agachó la cabeza y suspiró de forma temblorosa. 

     —Gojo-sensei —murmuró—, ¿cómo puedo dejarlo?

     —Nunca dejaré que eso suceda —respondió una voz entre la penumbra.

Yuji se volvió y casi pega un grito. La intermitente luz de la linterna de hojalata jugaba con el marcado contorno de Satoru, que estaba apoyado hacia el otro extremo de la cama, tan quieto que al entrar en la habitación él no lo había visto.

     —¡Me ha dado un susto Gojo-sensei! —exclamó.

Él esbozó una sonrisa y se incorporó.

    —Lo siento —se disculpó, yendo hacia él. Sus dedos recorrieron las húmedas mejillas del muchacho—. ¿Por qué hablabas de dejarme? Antes no tenía intención de hacerte sentir incómodo. Era demasiado pronto; no debería haberme acercado a ti de esa manera.

Aquel comentario hizo que nuevas e hirientes lágrimas brotaran de los ojos de Yuji.

     —No es eso.

Gojo le pasó la mano por detrás de la cabeza, causándole un cosquilleo a Yuji.

     —Entonces, ¿qué es? Puedes decírmelo. —Le acarició llegando a la nuca, apretándolo ligeramente—. Debes entender de una vez por todas que decírmelo será lo mejor para ambos.

     —No me toque, por favor —dijo entre suspiros.

Satoru hizo caso omiso y lo rodeó con los brazos, apoyándolo contra su pecho.

     —Ya sabes lo testarudo que soy, Yuji —le dijo, colocándole una mano en la espalda—: Ahórranos tiempo y dímelo ahora.

Yuji se aferró a sus sólidos brazos y respiró entrecortadamente; había llegado la hora de confesar. Tenía que contarle todo y afrontar las consecuencias. Hizo un esfuerzo por librarse de su abrazo.

     —No te lo puedo decir si me tocas —dijo él, tuteándolo; con voz ronca—. Quédate ahí.

Gojo se quedó inmóvil y en silencio.

     —Ya sabes lo ocurrido los meses posteriores a la muerte de mi abuelo —dijo Yuji entre suspiros—, cuando a Ryōmen y a mí nos pillaron robando y a mí me acogió mi primo Yoshino.

     —Sí.

     —Bueno, pues Ryōmen no fue con él. En lugar de eso, se escapó a Tokio. Allí siguió robando y haciendo cosas malas, y... se juntó con una banda de ladronzuelos. Fue arrestado y lo acusaron de robo menor. —Cerró los ojos, pero no pudo evitar que las lágrimas siguieran resbalando por sus mejillas—. Lo llevaron ante un juez que lo condenó a pasar un año en la prisión de piedra. Era una condena inusualmente dura para un delito nimio; cuando supe lo que había pasado, decidí ir a Tokio y visitar al juez para rogarle que redujese la pena, pero para cuando llegué a la ciudad ya se habían llevado a Ryōmen.

Un amante discretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora