—Si no logro satisfacerlo —añadió Yuji—, siempre puede contratar a otro.
Gojo a pesar de ser muy complejo, era conocido por ser un hombre extremadamente juicioso. No hubiera sido propio de él contratar a éste muchacho. Pero, hacía mucho tiempo que no se sentía tan atraído por alguien. Deseaba tenerlo allí, disfrutar de su encanto y su ingenio y descubrir si el interés era mutuo. Sospesó los inconvenientes de tomar tal decisión, pero sus pensamientos estaban eclipsados por urgencias masculinas que rehusaban ser reprimidas.
Y por primera vez a lo largo de su carrera como principal experto en educación en la rígida jerarquía de la corte, abandonó la razón en favor del deseo.
Gojo, con el entrecejo fruncido tras las tela, cogió un montón de papeles desordenados y se los entregó a Yuji.
—¿Te resulta familiar el nombre de Kōtō Senmon? —le dijo.
—¿No es una escuela de noticias policiales? —contestó él, recogiendo los papeles con cautela.
Gojo asintió.
—Contiene descripciones de criminales a los que se está buscando y los crímenes que han cometido. Es una de las herramientas más efectivas que tiene la Metropolitana para capturar delincuentes, sobre todo aquellos que provienen de distritos que no alcanzo en controlar. Éstos tienen avisos de magistrados de todo Japón.
Yuji echó un vistazo a los avisos de la primera página y comenzó a leer en voz alta.
—«Jogo, de profesión herrero, estatura baja y de piel grisáceos, sus orejas están tapadas con corchos, tiene una postura jorobada, acusado de quemar y asesinar personas en fundición para katanas. Hanami, alias Rosa, alias Selva, mujer alta y de piel blanca, alrededor de todo su cuerpo posee una serie de líneas negras, acusada de asesinato en el bosque...»
—Estos avisos deben ser transcritos y recopilados todas las semanas —dijo Gojo con suavidad—. Es un trabajo tedioso y tengo asuntos mucho más importantes a los que atender. A partir de ahora, ésta será una de tus responsabilidades —declaró, y señaló una pequeña mesa que había en un rincón, cuya gastada superficie estaba cubierta de libros y cartas—. Tendrás que trabajar ahí. Tendremos que compartir mi despacho, ya que no hay lugar para ti en ninguna otra parte. A pesar de todo, estoy fuera la mayor parte del tiempo, haciendo investigaciones.
—Entonces, ¿me va a contratar? —dijo Yuji con súbito agrado—. Muchas gracias, Gojo-sensei.
Gojo le dirigió una mirada con ceño, sin apreciar por el contrario.
—Si compruebo que no estás capacitado para el puesto, aceptarás mi decisión sin protestar, ¿de acuerdo?
—Sí, señor.
—Otra cosa más. No será necesario que vayas al furgón de los reclusos todas las mañanas. Ijichi se encargará de ello.
—Pero usted dijo que formaba parte de las tareas de su ayudante y yo...
—¿Estás discutiendo conmigo, Yuji-kun?
Yuji calló de golpe.
—No, señor.
Gojo asintió brevemente.
—Lo de Kōtō Senmon debe estar listo para las dos de la tarde. Cuando hayas terminado, ve al número cuatro de la Metropolitana y dirígete a un joven alto de pelo oscuro y puntiagudo llamado Megumi. Dile donde tienes tus pertenencias y él irá a buscarlos después de entregar lo de Kōtō Senmon a la imprenta.
—No hay necesidad de hacerle ir a buscar mis cosas —protestó Yuji—. Iré a la pensión yo mismo cuando tenga tiempo.
—No caminarás por la ciudad de Tokio solo. A partir de ahora estás bajo mi protección. Si deseas ir a algún sitio, irás acompañado de Ijichi o de algún agente.
Por la forma de su pestañeo, Gojo se dio cuenta de que esa última indicación no le gustó, aunque el muchacho no dijo nada. Él siguió hablando con tono formal.
—Tienes el resto del día para familiarizarte con las dependencias y con la residencia del castillo. Más tarde te presentaré a mis colegas, cuando vengan a sus sesiones en el tribunal.
—¿Me presentará también a los agentes de la Metropolitana?
—Dudo que pueda evitarlos demasiado tiempo —dijo Goyo escuetamente—. Por cierto, no apruebo líos amorosos en la Metropolitana —apuntó—. Los agentes, los guardias y los empleados no están disponibles para ti. Naturalmente, no pondré objeciones si deseas intimar con alguien fuera de las dependencias, con prudencia y en clandestinidad.
—¿Y usted? —repuso tranquilamete Yuji, y Gojo se quedó perplejo—. ¿Tampoco está disponible?
Atónico, se preguntó a qué clase de juego estaba intentando jugar aquél muchacho.
—Naturalmente —contestó, sin expresión alguna en el rostro.
Él esbozó una sonrisa y se dirigió a su pequeña y sobrecargada mesa.
En menos de una hora, había ordenado y transcrito los avisos con una caligrafía clara y limpia que haría las delicias del impresor. Era tan tranquilo y discreto en sus movimientos. Cada tanto echaba un vistazo a su expuesto perfil y se quedaba fascinado por la forma en que la luz se reflejaba en su cabello. Tenía las orejas menuda, una barbilla bien definida, una delicada naricilla y unas pestañas que le formaban pequeñas sombras sobre sus media luna y mejilla.
Yuji, absorbido por su tarea, se inclinaba sobre una página y escribía con esmero. Gojo no podía evitar imaginarse cómo sería tener esas hábiles manos sobre su cuerpo, si serían frías o calientes. ¿Tocaría a un hombre con inseguridad o con atrevimiento? Por fuera era delicado y discreto, pero había indicios de algo provocativo en su interior; algo que le decía a Gojo que si un hombre se introdujera en lo más profundo de él, el sexo lo haría desatarse.
Esa conjetura le hacía hervir la sangre. Se maldijo de nueva cuenta por haber sido arisco con Yuji; la fuerza de ese deseo reprimido parecía llenar la habitación. Era muy extraño que los últimos meses de celibato hubieran sido tan tolerables justo hasta ese momento. Ahora se había convertido en algo insoportable; la acumulación de su deseo inesperado por el suave cuerpo del joven, la necesidad de sentir su agujero estrecho y caliente alrededor de su verga, su boca dulce que respondiese a sus besos...
Justo cuando su deseo alcanzaba el punto álgico, Yuji se acercó hasta su escritorio en las transcripciones en la mano.
—¿Es así como le gusta que lo haga? —le preguntó.
Gojo les echó un vistazo, casi sin ver las pulcras escrituras. Asintió con rapidez y se los devolvió.
—En ese caso, iré a dárselas a Megumi —añadió Yuji antes de marcharse con una leve inclinación.
La puerta lateral del shoji se cerró con un tenue clic, lo cual le proporcionó a Gojo una privacidad que le era muy necesaria en aquel momento.
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Un amante discreto
FanficTokio, mediados del periodo Meiji. La ciudad es escenario de una cruenta lucha contra el crimen. Desde la muerte de su hermano mayor, Itadori Yuji tiene un solo objetivo: vengarse del juez que lo encarceló y destruirlo política y personalmente. Gojo...