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El hecho de que Yuji lo hubiese perdonado no le proporcionaba alivio alguno. El conocimiento de los hechos pasados siempre estaría presente entre ellos dos. Satoru suspiró profundamente y siguió caminando sin rumbo, reflexionando sobre los acontecimientos de las últimas veinticuatro horas. Sus sentimientos por Yuji se habían intensificado tanto que no podía más que desear poseerlo por completo; deseaba estar con él para siempre y de forma irrevocable. Si Yuji lo aceptaba, él trataría de hacerlo tan feliz que el recuerdo de su hermano no interferiría en lo que sintiese el uno por el otro.

Satoru llegó hasta la puerta de Yuji. Levantó la mano por dos veces para llamar a la puerta, pero en ambas acabó por bajarlas. Sabía que debía volver a su propia habitación y esperar hasta descubrir la verdad. A penas había pasado un día de decirle que le daría su tiempo, pensando en las necesidades de Yuji antes de las suyas propias; pero lo deseaba tanto que la conciencia y los escrúpulos ya no importaba. Debatiéndose entre el deber y el deseo, se quedó de pie frente a la puerta con los puños cerrados y con el cuerpo rezumando energía sexual.

Justo cuando su reacia conciencia le indicaba que debía marcharse de allí, la puerta se abrió y los grandes ojos marrones de Yuji se fijaron en él. Llevaba un Jinbei de kimono informal de mangas cortas. Satoru deseó desatárselo y pasar la lengua por cada centímetro de su piel expuesta.

     —¿Se quedará allí toda la noche, sensei? —le preguntó Yuji con suavidad.

Sin dejar de mirarlo, Satoru se sintió estallar de deseo, lo que le hacía difícil pensar con lucidez.

     —Quería ver si estabas bien.

     —Pues no lo estoy —respondió Yuji, cogiéndolo del chaleco y atrayéndolo hacia si—. Me siento solo.

Respirando con fuerza, Satoru dejó que él lo hiciera entrar a la habitación. Una vez dentro, cerró la puerta y observó la expresión seria de Yuji.

     —Hay algunas razones por las que deberíamos esperar —alegó Satoru, dándole una última oportunidad para echarse atrás.

Sin embargo, se le atascaron las palabras en la garganta en cuanto Yuji apretó su pelvis contra el de él, friccionando hasta acoplarse perfectamente.

     —Por una vez, no haga lo correcto —susurró Yuji, enlazando sus manos en el cuello de Satoru, que sintió la delicada presión de los dientes de Yuji en el mentón, justo antes de que él le dijera con ternura—: Lo deseo, Gojo-sensei.

La poca cordura que Yuji tenía se esfumaron tan pronto fue consumido por las caricias de Satoru, que los desnudó a ambos sin prisas, deteniéndose a menudo a poseer la boca de Yuji con besos lentos. Él, desconcertado, se preguntaba cómo un hombre que llevaba una vida tan frenética podía hacer el amor tan despacio, como si el tiempo hubiera perdido significado. Cuando finalmente quedó desnudo, Yuji se aferró a su cuerpo y suspiró. La piel de Gojo-sensei era cálida y suave como la seda. Sintió su sólida erección contra su ombligo, y lo tocó con cuidado; todavía era un novato en el arte del amor.

La verga estaba surcada por venas a diferencia de la suya, y la fina y sedosa piel que lo cubría se deslizaba ligeramente sobre la hinchada carne. Yuji, indeciso, lo tomó con los dedos, y la tiesa vara se agitó como si tuviera vida propia. Yuji contuvo la respiración. Era de nuevo su primera vez tocando el miembro de alguien más que no sea el suyo.

     —No tengas miedo —le dijo Satoru, cuya voz denotaba deseo y algo que sonaba sospechosamente a risa—. Es lo mismo que tienes tú; aunque claramente es un tanto diferente— le informó, guiando los dedos de él hacia su glande.

Yuji comenzó a juguetear con la cabeza y con el pequeño orificio que había en el centro, hasta que vio emerger una gota de líquido. Aquella secreción humedeció el miembro viril, y se dio cuenta que le sucedía lo mismo, a diferencia de que Gojo-sensei aún no lo había tocado.

Un amante discretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora