El colegio

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Ya caminando por las afueras de la ciudad, mi corazón se acelera por la emoción de estar, al fin, en un lugar como este. Siempre he querido visitar esta ciudad, es como un sueño para mí, un sueño que al final se convierte en realidad. Los primeros edificios construidos se dejan ver entre la vegetación, pero conozco y tengo en mente los puntos que quiero visitar. Son puntos concretos, puntos interesantes donde ver cosas interesantes.

Uno de ellos es el colegio. El centro de educación donde los jóvenes iban a estudiar. Chernobyl no se diferencia mucho de Pripyat. Desde el aire, la distribución de los edificios y las calles es diferente, pero no es algo que sea visible a nivel de suelo. Dejo la carretera para adentrarme más directamente a la ciudad. Al dejar el asfalto, entro a un camino de tierra medio embarrada. Tierra sólida, pero con charcos visibles y de apariencia medio profunda. El colegio debería estar cerca de donde estoy. Alzo la mirada en busca del edificio. Miro a los lados, y al frente. Creo que deberé caminar un poco más, por lo menos hasta el próximo cruce de caminos y, efectivamente, el colegio es visible al lado izquierdo del cruce.

No es un edificio alto, ni llamativo, pero se reconoce por el cartel que hay en la puerta principal. Puerta que, por cierto, está cerrada a cal y canto. Ahora toca buscar una entrada. Tampoco voy a perder el tiempo, una ventana que ya esté rota me bastará para poder acceder al interior. Es de esa forma de la que consigo entrar al edificio. Escalo hasta la ventana sin dificultad, no está a mucha altura y llego con un salto. Después, bajo cayendo sobre las baldosas del comedor. Miro y observo.

El comedor es amplio y no tiene puertas que lo separen del pasillo. Las mesas, perfectamente colocadas pero degradadas, como era de esperar. Al fondo, en la parte abierta que da acceso al pasillo, los muebles tirados hacen una especie de barricada. Las paredes, con esa pintura saltada de color azul verdoso, muy feo, y el techo blanco, con lámparas colgando. Sobre algunas mesas se posan libros abiertos y platos con dinero. No voy a coger el dinero, tal vez la persona dueña de esa economía quiera recuperarlo en algún momento. Y no seré yo quien le robe, suficiente habrá sufrido ya esa persona como para que encima le quiten su economía.

La zona de la cocina, con tecnología arcaica, aunque no sé qué es lo que me esperaba. Estamos hablando de una cocina de hace 33 años. Hornos, cocinas de gas, microondas, campanas sobre los hornos, fregaderos y todo tipo de utensilios útiles para la cocina diaria. Todo sucio, lleno de polvo y desordenado.

El ambiente gris que se respira y se ve, es cargado y triste. Aquí, las personas encargadas de alimentar a los alumnos, realizaban su trabajo. Un trabajo tan digno y tan mal valorado a la vez. El trabajo enfocado en dar de comer a las personas, una gran labor que no se tiene nunca en cuenta. Cuida la mano que te da de comer, eso dicen. Me parece la frase más acertada que se pueda encontrar en cualquier lugar.

Salgo del colegio por la misma ventana por la que he entrado. Lo hago sin problemas. Vuelvo al exterior y reanudo mi marcha en dirección al centro de la ciudad.

Chernobyl. Un viaje en el tiempo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora