Cuarenta y dos

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Stella

Me miro en el espejo nerviosa, llevo un vestido de color negro corto y me he colocado un labial rojo a juego con mis tacones. Mi cabello tiene hondas que caen sobre mis descubiertos hombros y unos largos zarcillos dorados resaltan.

Ha sido difícil convencer a Bernard que me deje verle sin decirle algo, pero luego de dos días de pedirle que por favor lo haga, ha aceptado. Se que Sebástian no se encuentra en buen estado, las noticias no han cambiado de tema, cada día la situación es aún peor.

Tomo una gran respiración mirándome por última vez al espejo, convenciéndome que todo estará bien cuando le vea. Me coloco perfume y tomo mi bolso para bajar las escaleras, encontrándome con mi hermano quien por supuesto no ha estado de acuerdo.

—Luces bien.—dice mirándome y sonrío. —Suerte.

Le agradezco besando su mejilla y salgo de la casa para conducir al apartamento en donde se está quedando. Bernard me ha advertido que habrá mucha gente al rededor.

Aparco fuera del edificio y bajo del auto. No tengo idea de que decirle. Le doy mi nombre al chico de seguridad, quien me deja pasar de inmediato y una vez que estoy fuera de la puerta siento que me podré desmayar en algún momento por lo nerviosa que estoy. Tomo otra gran respiración y decido tocar.

Froto mis manos sobre mi vestido, siento que estoy sudando de los nervios, o puede que en verdad lo este.

Una chica castaña con lentes, abre la puerta luego de unos minutos. Me mira sin ninguna expresión, luce cansada.

—Debes ser Stella.—dice luego de unos cuantos segundos esbozando una leve sonrisa—Pasa.

Al mirar a la espaciosa sala me encuentro con varias personas en sus computadoras.

—Soy Luna, la asistente del señor Delavoure.—dice la chica extendiendo su mano, se la estrecho.

—Un gusto.—murmuro y luego coloco mis labios en una fina línea, insegura por lo que debo decir. Cálmate, Stel.

La chica no dice algo, simplemente se da la vuelta y camina hacia uno de los chicos. Me quedo parada en medio de la habitación insegura si debo ir a su oficina y observo a los chicos trabajando, todos llevan un café a su lado y una pila de libros.

—Stella.—Bernard aparece, va vestido con unos simples jeans y una franela blanca, se acerca a mi y me examina de pies a cabeza—Solo te quiero advertir que aunque el siempre esté dispuesto para ti, ahora no es un buen momento, ¿vale?

—Lo sé, por eso estoy aquí.—murmuro incómoda.

—Gracias por venir.—dice con sinceridad—Esta en su oficina, solo ha salido para preguntar cómo van las cosas, nunca le he visto así, pero no podía negarme a que vinieras, puede que seas nuestra única opción en hacerle creer qué hay alguna esperanza.

—¿Han conseguido algo que puede ayudar?

—Tenemos a veinte personas trabajando y nada luce bien. Si la prensa no hubiese jodido todo y no hubiese involucrado a otras personas puede que tuviéramos mejores probabilidades. Pero no es así, le quieren dar mínimo 10 años y tienen pruebas. —suspira—Sígueme.

Trago saliva asintiendo y contengo mis ganas de estallar en un llanto debido a lo que me dice, mi francesito.

—Distráelo, por favor. No ha hablado con nadie. —dice una vez que estamos fuera de la oficina . Toca a la puerta pero no hay respuesta—Soy yo.—grita y posa su mano sobre mi hombro para agradecerme antes de dejarme allí.

Abro la puerta insegura, encontrándome con la oficina en completa oscuridad, a excepción de la pequeña luz en el escritorio. Entonces le veo allí, no se ha percatado que me encuentro allí, está mirando a unos papeles sobre su escritorio. Un vaso de whisky está a un lado, un habano se encuentra entre sus dedos y una suave canción en francés suena al fondo.

Desheredada. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora