Compañía

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Mini maratón 2/2, algo es mejor que nada, lo siento :D y muchas gracias por tenerme tanta paciencia :'D



Senku estaba solo.

Había estado un buen rato con la mirada fija en el horizonte, donde el océano se convertía en el cielo casi indistinguibles por la oscuridad presente de la madrugada; solo pensando en todo lo que había sucedido. Era un buen sitio y un agradable silencio pero aun así estaba congelándose, aunque tampoco es que le importara mucho dado que no era suficiente frio como para enfermarse y la comida de Francoise ayudaba bastante.

Aunque estaba cansado y había sido un largo día reconocía que estaba feliz de haber encontrado algo más por parte de su padre, definitivamente era emocionante, estaba diez billones por ciento seguro de que aún le faltaba un camino aún más largo que recorrer, más difícil...

Exhaló el aire y vio el vaho salir de su boca. ¿Tal vez si debía taparse después de todo? No debía subestimar su capacidad para enfermarse, con la suerte de mierda que tenía no le sorprendería ni un milímetro...

Ya se había dado la vuelta cuando se encontró con el árbol en el que Byakuya había dejado lo que quedó del Soyuz e inevitablemente se quedó contemplando el árbol... tres mil setecientos dieciocho años, e inevitablemente varios sentimientos lo inundaron. Realmente habían pasado todos esos años, todo ese tiempo había sido real, de verdad ya no vería a su padre nunca más, no vería a Byakuya hacer sus malos chistes, ya no iría a comer ramen con él, ni tampoco lo vería trabajar en sus propios inventos científicos... no volvería a probar el desayuno mañanero que siempre le hacía cuando podía, ni tampoco lo vería sonreír nunca más.

Ya no volvería a ver a su papá.

Tanto por tan poco, aunque así se sentía a veces él sabía que no era así... la ciencia era un proceso complejo que al final siempre te daba grandes recompensas según tu dedicación y esfuerzo, eso la hacía emocionante, y siempre había sido así... aunque a veces el precio parecía ser demasiado alto.

¿Verdad, viejo?

—¿Qué te trae aquí?

—Solo estoy dando un paseo madrugador —le respondió una voz que conocía a la perfección, pero aun así no miró a Kohaku una vez se puso a su lado—, ¿tú también, Senku?

El árbol era verdaderamente grande, pero era lógico teniendo en cuenta que ya habían pasado unos cuantos miles de años... Tiempo en el que su padre había estado esforzándose al máximo por él.

—Hace unos miles de años... Byakuya y el resto de los astronautas bajaron a este mundo nuevo y vacío y empezaron de nuevo —dijo sin apartar la mirada del frente—. Justo en este sitio. Obviamente todo se a deteriorado, ya no queda ningún rastro de ellos... salvo algunos rastros de piedra. —Senku seguía sin apartar la mirada del gran árbol cuando vio a Kohaku salir disparada y trepar como si fuese un juego de niños... aunque tal vez si lo era para ella.

—¡Ja! —exclamó una vez llego a la cima—. No podrías estar más equivocado. Tú, yo y todos estamos destinados a convertirnos en polvo, pero nuestros sueños y esperanzas serán pulidas y transmitidas... conectándonos con el futuro. —Kohaku alcanzó a ver los primeros rayos del sol asomarse por el horizonte—. Eso es a lo que la humanidad llama ciencia, ¿no? —Le dirigió una mirada desde la cima del árbol antes de seguir contemplando el comienzo del amanecer—. Tú me lo enseñaste, Senku.

Sintieron la brisa correr contra ellos. Senku dirigió su mirada al mar, sintió unas repentinas ganas de reírse de sí mismo por olvidar algo tan simple y sencillo, era verdad, su padre había dejado muchas cosas para él en muchas formas y maneras distintas, creyó y confió en él, y por su puesto que no le iba a fallar, ni a él ni a sí mismo. Rio entre dientes.

—Tienes razón... —Ablando la mirada viendo el horizonte, el punto donde el mar se convertía en el cielo ahora distinguible por los agradables y cálidos tonos que el amanecer pintaba en él—. Porque nosotros vamos a volar más lejos de lo que ellos lo hicieron, para ir hasta la luna.

Alzó la mirada hacia Kohaku y no se sorprendió cuando vio que ella igual lo miraba a él.

Entonces Senku recordó que ya no estaba solo.

Kohaku le sonrió.

—Dices que no queda nada de ellos pero Byakuya y sus amigos nos dejaron el mundo para que lo heredáramos —dijo y saltó cayendo a su lado sin mucho esfuerzo—. ¡Está es una verdadera isla del tesoro!

Diez billones de puntos para ti, leona.

—Algún día alguien más heredará lo que nosotros hagamos del mundo —murmuró viendo por el rabillo del ojo que el colgante de ámbar que le había dado a Kohaku hace algún tiempo ya, colgaba de su cuello y brillaba ligeramente reflejando los rayos del sol al igual que sus ojos, luego volvió la vista hacía el océano.

Abrió la boca para decirle que quería que ella estuviese con él para construir el mundo aun cuando derrotaran al Why-Man, pero se contuvo, se calló.

Aún no. Todavía no es el momento.

—Asegurémonos de dejarles un buen mundo y transmitirles nuestros sueños —exclamó Kohaku de la nada, sonriendo y sacándolo de sus pensamientos—. ¡Aun quiero ser de las primeras en ver las maravillas de la era moderna!

Senku sonrió ligeramente sintiendo que no había nadie más en el mundo con quien quisiera estar ahora para compartir ese momento. Tal vez no pudiera decirle directamente lo que quería, pero sí de otra manera.

—Serás de las primeras.

ÁmbarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora