Garras del horror.

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Harald el ciego, a la llegada de su mensajero infiltrado de Tettenhall, decidió también su viaje a Clontarf, pese a salir después de las fuerzas de Sigurd, el grupo de bandidos llegaría más rápido debido al tamaño de sus fuerzas, que giraba en torno a 25 hombres incluyendo al ciego.


Empezó la marcha de ambos grupos, los cuales no se encontrarían por el camino, ya que el grupo de bandidos siguió los caminos montañosos por los cuales el ejército de Jarl Sigurd no podría transitar debido al número de sus tropas. Así mismo, al ser pocos hombres, podían organizarse con mayor facilidad, destacando labores para cada uno, dividiendo en subgrupos de caza, recolectar leña y preparar los campamentos.


A todo esto, Alastair e Ingrid eran llevados atados de manos y caminando al ras del suelo, ya que sus piernas no estaban acostumbradas a caminar tales distancias con mínimo descanso, ya que, a diferencia de ellos, todos los bandidos poseían su propio caballo, por lo que solo descansaban cuando los caballos así lo necesitasen, irónicamente, a los caballos los trataban como a sus propios hijos.


Debido a esto, los dos niños raptados cada vez estaban más y más perdidos entre la fatiga, el hambre y la desesperación que los azotaba como las olas chocantes ante un pico. Apareciendo moretones en su blanca piel manchada por el barro, las cuales evidenciaban su sufrimiento y sacrificio por seguirle el paso a los caballos.


Entre todo, pocas fueron las conversaciones entre Alastair e Ingrid, que se reducían a lo siguiente:


-¿Estás bien? Le preguntaba recurrentemente Alastair a Ingrid, pues pensaba que era su responsabilidad mantenerla a salvo.


-Sí... eso creo. Respondía Ingrid cada vez a su pregunta, sin aflojar su voz, aguantando como una verdadera valkiria.


Eran constantes estos cortos y fríos intercambios de palabras, pues ninguno de los dos tenía fuerzas de sobra para hablar y aún mantenían en su pensamiento la imagen de Axe, lo que les cortaba de inmediato la motivación para decir nada.


Mientras el futuro de los niños cada vez se hacía más nublo, las antorchas de la ciudad se hacían menos visibles, manteniendo su única luz en las estrellas, que representaban una única cosa para ellos - los dioses los observaban – era la única esperanza que poseían en ese momento, la graciosa, pero real imagen en la cual el mismo Thor descendía del cielo para salvarlos y protegerlos, así como lo hacía con Asgard.


-Mira Ingrid, los dioses nos observan, tenemos que ser fuertes. Le decía Alastair a Ingrid con la intención de que recobrara ánimos.


-¡Sí! Nos están mirando, debemos de aguantar por ellos. Asentía Ingrid con complacencia.


Esta vaga esperanza le dibujaba una sonrisa a Ingrid en la cara, la cual, Alastair llevaba tiempo sin ver, ya que, desde el fallecimiento de su hermano mayor en una guerra entre reyes normandos, no habría vuelto a sonreír hasta ese momento.


Paseando por la montaña, los bandidos que se encaminaban a Clontarf no parecían tener ningún inconveniente, hasta que se dieron cuenta de la razón por la que nadie pasaba por aquél camino.


-¿Escucharon eso? Preguntaba Gerd con inquietud.


Sangre y gloria.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora