Capítulo 40

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Las llamas devoraban el cuerpo de Peter y llenaban el ambiente con el nauseabundo olor de la carne quemada. Junto a él, el cadáver de otro hombre era engullido por el infierno, cuyas lenguas naranjas y rojas, ondeantes, parecían querer hundir todavía más la empuñadura dentro del pecho para asegurarse de que estaba muerto. Ya casi apenas se distinguía quien era uno u otro, se habían convertido en manchas oscuras desdibujadas dentro de un huracán incandescente.

Quizás lo mejor fuera eso, que el muchacho quedara reducido a cenizas para que nunca nadie pudiera descubrir sus secretos: aquellos tatuajes de sus brazos, pertenecientes a una vida pasada en otro mundo. Figuras tan privadas de las que él me había hecho partícipe, siendo la primera en mucho tiempo en contemplar la tinta de trazos finos inyectada en su piel.

Aún podía sentir el tacto de los dibujos bajo mis dedos.

Xena permanecía en pie junto al feroz incendio, con las manos ágiles de este bailando cerca de la parte baja de sus faldas, pero sin llegar a tocarla de verdad, como si la temiera. El fuego parecía manar de su densa cabellera, naciendo del interior de su cuerpo, y esto la hacía semejar una reina iracunda y de cegadora belleza a pesar de que la partida ya había terminado: la sangre de sus dos lacayos manchaba mis manos y su ejército había quedado devastado por una oleada ardiente muy similar a la que ahora zumbaba en aquella habitación. Ella sonreía con arrogancia, con el tipo de petulancia no de alguien valiente, sino con la de alguien completamente desquiciado

El pañuelo de mi rostro se había perdido en algún momento que no recordaba, por lo que me coloqué el brazo sobre nariz y boca para intentar que el humo no me quemara de los pulmones. No fue útil y la oleada de tos que me agitó los huesos hizo que me doblara por la mitad de dolor.

Brett estaba helado a mi lado, con los ojos vidriosos por lo que acababa de descubrir y porque la fumarada comenzaba a ser insoportable. Tiré de su brazo, intentando que reaccionara de algún modo, porque cualquier movimiento era mejor que quedarse con los pies anclados al suelo, pero él apenas parpadeó y movió los labios débilmente en algo que no pude descifrar.

Me lancé hacia Xena con un tambaleo humillante que dejó entrever el estado de mi cuerpo y alma. Ella escuchó mis pasos por encima del crepitar y, en un intento desesperado y terco por escabullirse de un futuro inevitable, rescató de su espalda una de las espadas de Peter, blandiéndola hacia mí. Ver aquella arma apuntándome directamente dolió más que cualquier golpe físico que hubiera recibido hasta el momento. Antes de que ella pudiera lanzar la primera estocada, un nuevo puñal lanzado por Brett atravesó la habitación y se incrustó en el hombro de la mujer, haciendo que el filo cayera al suelo con un repiqueteo metálico al mismo tiempo que ella soltaba un alarido entre dientes apretados.

Me sorprendió que el chico pudiera siquiera separar la vista de su amigo inerte, pero quizás la mezcla de emociones lo mantuviera en un estado de shock en el que no creía del todo real que su líder y compañero estaba ardiendo justo frente a él. La ira, la sed de venganza y el sentimiento más puro de dolor emocional brillaban en los iris amarillentos del muchacho, enturbiados por las lágrimas que pendían de las pestañas pálidas.

Sujeté a la mujer por la cabellera, y el tacto de las hebras cobrizas fue tan suave y delicado como si nunca hubiera sufrido la precariedad del mundo que la rodeaba. Aquello me asqueó incluso más que la suciedad que me cubría a mí misma. La agarré con fuerza, sintiendo el tacto de la piel del cráneo en mis nudillos, y ella alzó los ojos muertos hacia arriba, mirándome a mí y a nadie al mismo tiempo. La saqué a rastras de aquella habitación llena de muerte y sangre, disfrutando macabramente de los gruñidos de frustración que salían del fondo de su garganta y del ruido de su cuerpo friccionando contra el cemento.

Los pasillos de aquella comunidad, muy similares a los de la nuestra, se estaban inundando lentamente por humo denso y olores nauseabundos. La peste a pelo y tela carbonizadas me revolvían las entrañas y tuve que tragar mi propio vómito cuando una arcada me apuñaló el estómago. El hollín oscuro en suspensión dejaba entrever brillos titilantes de velas que iluminaban el lugar, como una madrugada de invierno en las ciudades: las farolas abriendo un camino entre la niebla fría.

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⏰ Última actualización: Apr 03, 2021 ⏰

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