"Casi espero que los árboles inclinen sus ramas al pasar, que las estrellas nos entreguen parte de su luz. [...] Saboreo la dulzura del aire estival en mi lengua y solo quiero engullirlo y engullirlo y engullirlo dentro de mi cuerpo... de este cuerpo mío que vive, que respira, que tiene un corazón que late."
"El cielo está en cualquier lugar" Jandy Nelson.
***
Dos golpes secos contra la madera me despertaron del sueño poco profundo en el que por fin me había conseguido sumergir después de largas horas observando la negrura absoluta de mi habitación. Me quedé inmóvil entre las mantas ásperas, en tensión por cualquier suceso que pudiera tener lugar a continuación. Un silencio gélido inundó el lugar durante unos segundos y luego dos nuevos impactos resonaron como una gran alarma en mi cabeza. Me deslicé entre las sábanas notando cómo cada hilo me raspaba la piel de la cara. El suelo frío me agujereó los pies y tuve que apretar la mandíbula para que mis dientes no empezaran a castañetear. El corazón me palpitaba desbocado y mi cuerpo acortaba los pocos centímetros que me separaban de la entrada de manera pesada y sin ritmo.
- Lizzé, soy yo. - La voz de Shiloh fue un susurro que me llegó desde el exterior. Abrí la puerta unos centímetros, aún temerosa de lo que pudiera aguardar en el pasillo tenebroso, y por la estrecha rendija distinguí una cara conocida iluminada de manera espectral. - Déjame entrar. - Tardé un segundo más de la cuenta en reaccionar, lo que al chico no pareció gustarle, pero al final me hice a un lado y él se abrió paso sujetando entre sus manos un caja de madera sin tapa y una vela de llama temblorosa. - El desayuno. Échate esto por todo el cuerpo. - Señaló con cierta indiferencia un tarro de cristal que dejaba ver una sustancia transparente en su interior. - Ah, e intenta abrigarte todo lo que puedas. Diez minutos.
- ¿Por qué? ¿Qué pasa? - Unas sirenas imaginarias comenzaron a aullar, poniéndome alerta de nuevo.
- Órdenes de Zay, vas a salir al exterior.
- ¿Qué? - La voz me salió como un grito ahogado y agudo que no fui capaz de moderar.
- Si haces lo que te digo no te va a pasar nada. - Antes de que pudiera ser consciente de lo que estaba sucediendo y cuestionar sus palabras, Shiloh depositó la vela en un saliente de la pared y me dejó sola de nuevo. Un millar de dudas se me arremolinaron en el pensamiento, pero no pude hacer otra cosa a parte de obedecer.
El hambre me carcomía por dentro, por lo que no tardé demasiado en ingerir los alimentos: había un extraño pan, todavía tibio por haber sido hecho recientemente, con forma irregular y en el que se podían apreciar las semillas de un cereal que no supe distinguir. Había también un recipiente de lata con un líquido humeante en su interior, de aspecto aceitoso, denso y blanquecino. Me lo llevé a los labios de manera insegura y al principio el calor me abrasó los labios y la lengua, pero al acostumbrarme a la alta temperatura descubrí que el potente sabor no resultada desagradable del todo.
Luego tuve que enfrentarme al momento de extender por todo mi cuerpo la sustancia pringosa y transparente que tenía un olor similar al líquido que me acababa de beber, lo que me hizo desconfiar aún más. Creí que la ropa se quedaría adherida a mi piel, pero el pigmento se secó rápidamente, y a parte de cierta rigidez, casi resultaba como si no me hubiera aplicado nada.
Finalmente rebusqué en el interior de mi destartalado armario las prendas más calientes posibles. Encontré unos vaqueros que al sacudir levantaron una nube de polvo y que se me ceñían demasiado al cuerpo por ser un par de tallas más pequeños de lo debido. Había también un jersey ancho, grueso y pesado, que probablemente en un pasado hubiera sido blanco pero que por la acumulación de polvo a lo largo de los años se había vuelto gris. Cogí además un chubasquero oscuro y traté de ocultar la maraña de pelo sin peinar bajo la capucha. Embutí mis pies en varios pares de calcetines para evitar que las deportivas, demasiado grandes para mí, se me cayeran al caminar.
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Mainland.
Ficção CientíficaLa tercera guerra mundial causó destrozos a nivel global, dejando a la Tierra tan llena de radiactividad que las pocas especies que consiguieron sobrevivir han sufrido graves mutaciones. Ahora la población humana permanece en ciudades protegidas por...