El sonido de la tormenta quedó mitigado por la gran cantidad de rocas que nos mantenían encerrados en aquel lugar oscuro como lo más hondo de un pozo. Había desaparecido la corriente de aire que antes había hecho que mis huesos temblaran dentro de la carne, sin embargo mi espalda estaba cubierta por una capa de sudor frío, fruto del pánico, que se mezclaba con los restos de lluvia que todavía me hacían estar empapada.
– ¡Rona! – Zay gritó el nombre de la chica que se había separado de nosotros justo antes de que la casa se viniera abajo, por lo que desconocíamos si había conseguido salir antes de quedar sepultada. Yo también la llamé, esperando, no muy convencida, que el eco de ambas voces llegara al exterior.
Me moví a lo largo de aquella cueva intentando hallar un simple resquicio entre las piedras, con los brazos extendidos para evitar golpearme con algún saliente, pero aquella negrura absoluta indicaba que no existía ni un simple hueco por el que pudiera colarse la luz o el aire.
– ¡Shiloh! – el chico pronunció el nombre varias veces sin llegar a obtener respuesta en ninguna de las ocasiones.
– Si apenas podemos apreciar los truenos, dudo que podamos escuchar sus voces. – Murmuré, siendo de repente sacudida por una oleada de escalofríos que me obligaron a abrazarme. Mis pies tropezaron con grandes fragmentos de hormigón desperdigados por el suelo y supe que me había abierto cortes en los tobillos.
– Espero que no intenten mover el muro, tiene pinta de que es tan inestable que toda la estructura podría acabar por derrumbarse del todo. – Escuché sus pasos moviéndose en círculos, probablemente tratando de delimitar el perímetro de aquella caverna. – ¿Tenía Shiloh todas las provisiones?
– No, yo le ayudé a mover una de las mochilas. Espera. – Palpé la zona a mi alrededor y me arrodillé en el suelo cuando estuve segura de que no iba a abrirme la cabeza. – Debería tener aquí algo con lo que encender un fuego.
– Tenemos que ser rápidos, sino las llamas consumirán el poco oxígeno que tenemos aquí dentro. Encendemos una hoguera un rato, vemos si hay algún hueco por el que podamos pasar a otra zona más abierta y luego lo apagamos. – Su actitud de liderazgo hizo que parte de la ansiedad que me oprimía el cuerpo se disipara. ¿Cómo era capaz de mantener la calma en una situación como aquella? ¿Cómo podía mantener la cabeza fría y actuar con raciocinio?
–Si conseguimos salir de aquí puede que el otro lado de la casa no esté en tan malas condiciones. – Susurré, intentando que la voz no temblara al ritmo de mis dientes castañeteando. Él se quedó callado, como si realmente estuviera barajando las posible veracidad de mis palabras, pero ni yo misma estaba convencida de que fueran ciertas. Busqué a tientas la cremallera del cargamento y rebusqué en su interior esperando que quien hubiera preparado el equipaje pensara que tener algo con lo que encender un fuego era bastante importante. ¿Pero qué esperaba encontrarme? ¿un mechero, cerillas quizás? – ¿Sabes usar el pedernal? – Escuché un suspiro, como si él también se hubiera esperado algo más sencillo y estuviera luchando por seguir manteniéndose tranquilo.
– Hace tiempo que no lo hago. ¿Dónde estás? Ni siquiera puedo verme los pies. – Lo escuché trastabillar, como si al igual que yo también se hubiera topado de mala manera con un montículo de rocas.
– Creo que a tu derecha, ten cuidado, estoy en el suelo. – Extendí los brazos en su supuesta dirección, orientándome por el sonido de su voz y de sus pasos. Le toqué la pierna, él me palpó la espalda para asegurarse de mi posición y se acuclilló a mi lado. Le pasé el hierro y el pedernal, luego rebusqué con el objetivo de dar con algún material inflamable en el que prendieran las chispas. – Creo que aquí hay algo de tela.
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Mainland.
Science FictionLa tercera guerra mundial causó destrozos a nivel global, dejando a la Tierra tan llena de radiactividad que las pocas especies que consiguieron sobrevivir han sufrido graves mutaciones. Ahora la población humana permanece en ciudades protegidas por...