Capítulo 28

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Un par de días después la lluvia había aminorado, pero la humedad era tan densa que nos encharcaba silenciosamente la ropa, pegándonos las pesadas telas a la piel. En el cielo, las nubes se desplazaban al ritmo frenético del viento, ocultando constantemente el sol frío y tornando la luz gris.

– ¿Hablas en serio? – Shiloh arrugó la frente en un gesto de inconsciente incredulidad y miró a un coche oxidado y medio oculto por la maraña de plantas que crecían a su alrededor. Los arbustos se habían afianzado con sus fuertes raíces en la carrocería y las hojas putrefactas formaban una pasta marrón en el suelo del vehículo. El parabrisas y las luces delanteras eran ahora un conjunto de brechas profundas que semejaban complejas telarañas, no tenía espejos laterales ni parachoques y la parte frontal estaba llena de abolladuras. – ¿Esa cosa puede moverse?

Rona, aparentemente tan convencida como él, se acercó y trató de abrir una de la puertas. Luego de varios minutos de forcejeo, las bisagras cedieron y la placa de metal se desplomó en el suelo. El impacto contra las rocas hizo que el cristal se fragmentara con gran estrépito.

Apenas pude contener la risa, miré de reojo a Zay y cuando me devolvió el gesto descubrí que también parecía estar luchando por mantenerse serio, pues él ya estaba al tanto de cada detalle de mis ideas. Shiloh y Rona se ojearon furtivamente, compartiendo pensamientos.

– Bueno... – Habló la chica por fin, frotándose las manos enguantadas para deshacerse del polvo anaranjado que se le había quedado en los dedos. – Si ella dice que puede arreglarlo, será cierto.

– No, ese no. – Dije, y casi los escuché liberar un acompasado suspiro de alivio. – Aquel. – Di un giro de ciento ochenta grados y señalé el Jeep rojo medio enterrado en el barro. Tenía un par de ruedas pinchadas debido a las zarzas que se habían aferrado a los neumáticos, las enredaderas se encaramaban por el maletero hasta alcanzar el techo y una de las ventanillas laterales había quedado inservible. Sin embargo, era uno de los vehículos en mejor estado que había visto por las cercanías de la comunidad. – No está tan mal.

– ¿De verdad vamos a necesitar dos de esos? – Preguntó Shiloh, todavía algo reacio al plan que habíamos estado desarrollando. Apunté con el índice a la enorme ranchera negra varada pocos metros más allá y él se frotó la frente con las yemas de los dedos, pensativo.

– ¿Tú no estás un poco negativo hoy? – Lo reprendió la chica.

– Vale. – Se resignó. – ¿Y cómo los movemos?

–¿Para qué te creías que eran las cuerdas? – Riendo, Rona se descolgó la mochila del hombro y buscó en su interior lo que necesitábamos, nos dio una a cada uno y se encaminó hacia el primero de los vehículos. Estaba ya a punto de atarlo cuando un desnivel oculto por el follaje hizo que resbalara y quedara enterrada en el fango hasta la altura de las rodillas. – Esto nos va a llevar tiempo.

***

Muchas horas después, luego de que se nos abrieran yagas en los dedos debido a la fricción de las hebras ásperas contra la piel, conseguimos arrastrar el par de coches hasta el garaje.

Rona y Shiloh se dispersaron en la noche, dispuestos a seguir ejerciendo lo que Zay les había encomendado a pesar de que ya era bien entrada la madrugada.

Caminé por la habitación dando puntapiés a latas aplastas y a pequeñas piedras, ya que si permanecía quieta me quedaría dormida en cuestión de segundos. Los músculos me pesaban como si estuvieran hechos de hormigón, y era casi doloroso mantener los ojos abiertos mientras Peter terminaba de cambiar la última rueda pinchada de la camioneta oscura.

Se había remangado el jersey hasta dejar a la vista los tatuajes y se había quitado la tela de la cara, pero continuaba con la capucha colgando en el extremo de la coronilla.

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