¿Alguna vez se han preguntado quién es ese ser que se encarga del orden en el mundo?
¿Quién controla cuánta maldad puede llegar a haber?
¿Quién se encarga de limpiar todo tipo de desastres causados por la naturaleza?
Marinette es aquel ser mágico...
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El arcángel le había arruinado su plan inicial, pero eso no significaba que se iba a rendir ni mucho menos. De hecho, ahora tenía un plan mucho mejor y arriesgado.
Con la protección de los arcángeles sobre la Guardiana, y teniendo a su hijo posiblemente de su lado, tenía que tomar medidas más extremas para acabar con ellos.
Claro, no sabía con exactitud si los arcángeles cuidarían y protegerían también a Adrien, pero ya no podía importarle menos. Él le había dado la espalda, después de su última conversación dudaba sobremanera que su hijo quisiera seguir con el plan inicial. Así que también iba a eliminarlo. Y el punto más débil de todos aquellos que tenían sentimientos, era eso mismo.
El sentir te hacía débil. Y en esta situación, aquello estaba a su favor. En realidad, ese punto siempre estuvo a su favor.
Gabriel caminó con cautela por el pasto, examinando con la mirada todo aquel lugar de destrucción. Todo lo contrario al lugar en el que vivía la Guardiana del equilibrio.
Ella era vida, ellos eran muerte.
Ella creaba, y ellos destruían.
Así siempre había sido, y se encargaría que así siga siendo.
Sus labios se curvaron hacia arriba, dibujando una sonrisa burlesca al ver una botella de licor tirada al lado de un arbusto marchito, y sus ojos grises brillaron cuando enfocaron lo que en verdad quería.
—¿Gabriel? —preguntó una sorprendida voz a sus espaldas —No me la creo. ¿En verdad eres tú?
—¿Pensaste que me tendrían encerrado para siempre? —contraatacó dándose media vuelta para verla —Me ofendes, Lila.
La hada carcajeó por sus palabras, y voló de espaldas hasta sentarse en la débil rama de un árbol.
—¿La Guardiana les tuvo compasión? —se burló, disfrutando ver el ceño fruncido en la cara del demonio —Tengo una idea de la razón de tu visita. No es como si pasaras a saber cómo estoy y cómo me ha tratado la vida.
—Tienes razón —aceptó tratando de ignorar su burla anterior —Quiero que me la des. —ordenó fríamente —No acepto un no como respuesta y tampoco me moveré de aquí hasta tenerla bajo mi poder.
—Dame una buena razón para darte la espada —dijo cruzándose de brazos y adquiriendo un tono más serio y firme —Una que en verdad valga la pena. Porque no me la he pasado aquí cuidándola para que alguien como tú termine perdiéndola.
Gabriel cerró sus ojos para suspirar, recordando que Lila no podía decir una oración sin un insulto de por medio.
—¡Por cierto! —exclamó ella con emoción —Antes de pasar a los negocios... Me gustaría saber cómo está Adrien, cuéntame de él.
