2. Hora de la verdad

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Una mañana tranquila y hermosa, un rico baño con música a todo volumen bajo la regadera, lo que todo el mundo desea; relajarse, no preocuparse de absolutamente nada.

Una linda chica se encontraba dando un concierto a su querido público imaginario, con el jabón en la mano usándolo como micrófono y un loco peinado hecho con la espuma del shampoo; estaba terminando una fantástica canción que sonaba en la.bogina que había metido con ella al baño.

La llave cerrada para no desperdiciar agua y no arruinar su costoso y trabajoso peinado. Para el gran final, se lanzó al público cayendo de rodillas y estirando sus brazos hacia atrás, cuando de pronto...

—¡AHHHHHHHHH! —gritó horrorizada. Lo que parecían ser unas grandes alas, habían salido de su espalda como por arte de magia. La chica estaba asustada. No había nadie en esa casa más que ella y no sabía cómo lidiar con eso. No es algo de todos los días.

Estaba en pánico, quieta, trataba de meditarlo cuando le entró shampoo en los ojos, aún no terminaba de enjuagarse y la espuma se estaba cayendo.

—¡Diablos! Mis ojos —le abrió a la llave y enjuagaba y tallaba sus ojos para quitar el shampoo que le había entrado.

Una vez que ya no tenía nada de shampoo en el pelo, en el cuerpo ni en los ojos, le cerró a la llave y salió rompiendo el cristal —con las alas— que evitaba que salpicara el agua al baño.

Fue hacia el espejo, con la intención de que las alas ya no estuvieran —lo cuál es un poco ilógico ya que acaba de romper el cristal con ellas— en su espalda. Sorpresa la ya que se llevó cuando las vio nuevamente.

—Okey, tranquila, todo está en tu imaginación —trataba de consolarse.

Cerró sus ojos y respiró profundamente, estaba más calmada, con la intención de que, al abrir los ojos, las alas ya no estarían en su espalda. Luego de un tiempo con los ojos cerrados, decidió abrirlos.

—Aún siguen ahí, tal vez sea una mala pasada de tu imaginación. —se decía a si misma

Pensó que tocándolas desaparecerían, como si de una ilusión se tratase, pero no.

—Que suaves y blancas —seguía tocándolas, la estaban hipnotizando con su resplandor y suavidad.

—Yyy suficiente —dejó de tocarlas.

Trató de cambiarse porque seguía desnuda y mojada. Se secó el cuerpo con una toalla e iba a hacer lo mismo con las alas pero se sacudieron y secaron por si solas, como si fuera un perro región mojado y bañado.

—Bueno, menos trabajo.

Estaba poniéndose la ropa interior. Se puso el calzón y un short sin problemas, el problema estuvo al momento de ponerse el sostén, era de broche pero las alas estaban justo donde se abrocha.

—Genial. —dijo sarcástica. La única opción que tenía en ese momento, era quedarse desnuda, estaba sola y no había nadie que fuera a visitarla además de su padre.

No eligió esa opción. Se puso la toalla en la parte de su pecho y salió del baño hacia su closet buscando alguna blusa que le ayudara. Tenía una que se amarraba del cuello y por la parte baja de la espalda, cubría la parte delantera y no molestaba a las alas, tampoco necesitaba de sostén.

Caminaba por la casa destruyendo todo lo que estaba a su paso, fue a la biblioteca de la casa por información...

—Debe haber algo sobre alas por aquí —buscó en libros y agarró los que le podrían servir. 

Leía y leía pero no le decían nada, ni un solo caso hasta que...

—¿Una maldición? No conozco a nadie para que me haga esto, literalmente no conozco a nadie. —no entiendo cómo es que en esa casa hay libros de todo tipo.

La hija de Lucifer & TUADonde viven las historias. Descúbrelo ahora