[Prólogo]

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El viento entraba por girones a través de las rendijas de la madera del puerto. El paso era acelerado, apurado y nervioso. La cota de malla se retorcía entre la humedad, como si unos camarones escapasen de una red de pesca. De pronto, el paso se detuvo frente a una puerta. Una mujer alzó la mano, y justo antes de tocar, se mordió el labio, mientras inhala profunda y unísonamente con la orden de entrada a aquella habitación oscura y retorcida.

—¡Señor comandante, traigo noticias desde el otro lado del mar! — dijo la mujer armada detrás del marco de la puerta.

—Adelante, General Dimaia... cuéntame. — susurró exhalante una sombra al final de la habitación, con una túnica negra y una voz que hacía temblar de terror cada centímetro de la piel. La túnica negra estaba desgastada, mal cocida y deformada. Colgaba como una capa sobre la espalda de aquella figura. —¿Qué noticias me traes?

—Mis hombres ya están en posición, han logrado entrar en la guardia. ¿Esperamos ordenes? — Dimaia estaba algo nerviosa, titubeante y expectante a las palabras de aquella sombra que se mantenía observando fijamente el soleado y caluroso día a través del vidrio desgastado de una pequeña ventana. Estaba de espaldas y apenas se le podía ver el rostro. Por el lado derecho, un mentón alfombrado de una espesa manta de pelos que le cubría gran parte de la barbilla asomaba tímidamente de la capucha de tela mal trenzada. Por el lado contrario, una espada estrecha y larga, que brillaba como una estrella brilla en la noche sobre el agua de un arroyo, rasgaba el aire como si tuviese vida propia.

—Si. Haz que la mitad del resto de los hombres se dirijan a los barcos. El resto quédense aquí y esperen a mi señal. Yo les abriré el paso. — ordenó entre las sombras de aquella habitación sobre el húmedo puerto.

—¡Entendido, señor! — La puerta se cerró, al tiempo que aquella sombría y fantasmagórica silueta negra, en una habitación tímidamente iluminada por la luz que entraba por las rendijas de la madera, volvía a su concentración.

El silencio invadió el habitáculo con un fuerte y pesado sentimiento de frialdad y pavor. La silueta permaneció allí, quieta. Era como una llama espectral, incluso parecía desvanecerse por segundos. La brisa del viento, que entraba por las rendijas de la madera húmeda que suponían ser las paredes, agitaba suavemente la capa del trajeado de tela negra como un estandarte frente a un prado de trigo solitario.

La sombra, que estaba sentada sobre una mesa grande de madera, se puso de pie; observando el pequeño ventanal del que colgaba un trozo de una fina sabana desgarrada. Tomó la empuñadura de su espada y la esgrimió firmemente hasta trocear con una perfección casi maestra a un trozo de madera que estaba a su costado, mientras que, con su voz, relampagueaba un grito tan fuerte que hizo temblar la madera del suelo sobre el agua del puerto.

—Kumandra...— susurró levemente con algunos gargajos en su voz. Parecía como si estuviese dialogando con sus recuerdos, pues su pasado le perseguía como la estela de una antorcha en llamas, y aquella historia, era representada por el blasón del fuego y el dolor que se escondía bajo su piel, y que se desprendía de su cuerpo como un sudor supurado de molestia, agobio e ira. Había prometido que, si algún día volviese a Kumandra, era para verla sumida bajo sus pies.

Raya y los Dragones (RATLD Fan Fiction Secuela) [ En desarrollo ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora