Cap 3 ♪

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“El contrato”

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Si es verdad que los ojos son las ventanas del alma, entonces; su alma es un huracán de caos y destructiva tentación.

Rhysand Jhonson es una tormenta, y no de ésas que dejan un arcoiris después de su paso. Éso fué lo que me dejó claro la ola de noticias que aturdió el ordenador al colocar su nombre en el buscador, la controversia lo arropa y el misterio lo acompaña. Y ahora está aquí, frente a mí; haciendo gala de su traje oscuro que le queda jodidamente bien, su cabello peinado perfectamente hacía atrás y una carpeta negra entre sus dedos.

Sus labios tensos se curvan para dibujar una media sonrisa, no de las que causan un sentimiento agradable sino de ésas que desprenden advertencia y peligro. Joder... ¿por qué me atrae tanto éste tipo de peligro?

El silencio, su mirada en la mía y la mía en la suya, mi corazón desbocados y el suyo tan sereno, sus labios curvados y lo míos tan tensos; él es mi discordia y también mi errado deseo.

—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunto, poniéndome a la delantera. Sinceramente estoy enojada y confundida—. ¿Qué es lo que quieres?

—Quiero mucho —me mira con profundidad, acercando con malicia su rostro al mío—. ¿Estás dispuesta a dármelo todo?

Lo miro en silencio, conteniendo la respiración mientras la suya rebota sobre la comisura de mis labios, ardiente y arrogante. Se acerca aún más, como si fuese a besarme y no le detengo, porque no tengo respuesta a su pregunta y mis labios masoquistas también desean los suyos, lo han deseado desde el primer día en la cafetería, y ése deseo se ha convertido en un feroz incendio dentro de mí.

No puedo evitar alternar miradas entre su sexi boca y su lujuriosa mirada, temiendo que llegue a devorarme o quizás ansiando que suceda.

—No te preocupes, hoy solo quiero dialogar —susurra en tono burlón a un centímetro de mi boca, se aleja haciéndome a un lado para pasar a la casa.

Apreto los labios, decepcionada e irritada, con él me siento tan inestable. Ahora que su ancho dorso no se encuentra en mi campo visual puedo observar el auto negro aparcado frente a la acera, un hombre de traje y lentes oscuro está sobre su regazo, activo a cualquier movimiento, cuidando a su amo como un fiel perro.

Lanzo una bocanada de aire y cierro la puerta de un portazo para seguir a Rhysand. Éste se encuentra sentado en el sofá de la acogedora sala, con la jarra de agua en sus manos sirviéndose un vaso de agua.

¿Cómo supo dónde estaba la cocina? Ajá, lo pregunto como si ésta fuera una mansión.

Me mantengo en el margen de la entrada, mirándole con impaciencia, deja la jarra de cristal sobre la mesa centrada entre los tres desgastados muebles, la mesa que solo tiene como adorno una pequeña pecera de cristal llena de rocas bonitas que Ari ha seleccionado.

—Yo no sé que pretendes —mis labios tiemblan pero trato de mantenerlos firmes—, pero te exijo que dejes mi agua allí, salgas de mi casa, de mi vida... de todo. Sí, fué un abuso besarte pero ya perdí mi empleo por ello ¿acaso éso no es suficiente para tí? ¡Déjame en paz! Y no te preocupes por tu dinero, te lo devolveré cuando pueda.

—¿Enserio no tienen agua potable? —cuestiona, dejando el vaso de agua sobre la mesita de noche. Lo miro frustrada, es segunda vez que me destaco con mi dicción y él simplemente me ignora—. Ya que dejaste tu histeria puedes tomar asiento, hay asuntos que debemos tratar.

Accedo de mala gana, tomo asiento y algo pincha uno de mis muslos haciéndome sobresaltar mientras lanzo un pequeño chillido de dolor. Maldigo, recordando el resorte dañado que tiene el sofá, las carcajadas de Rhysand me ofenden de manera sobrenatural y no dudo en lanzarle una mirada asesina mientras me acomodo en mi asiento de manera que el resorte no me haga daño.

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