El Líder de las Lechuzas

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Hubo un tiempo que vague en los bosques, medio muerto de hambre, con los huesos helados, y tan enfermo que los animales que se cruzaban conmigo solían evitarme. En esos días mi única compañía era la de una cotorra azul, a quien había conocido mientras cazaba gusanos entre las briznas de hierba. A diferencia mía que me siento cómodo en el silencio, mi amigo disfrutaba cacareando cada mañana sobre lo brillante que era el sol, lo verde que era el pasto y el dulce aroma de la tierra húmeda.

Todo para él era una maravilla, aún si no teníamos suficiente pan para alimentarnos o incluso si pasábamos frío en las noches de tormenta; pero fue él quien nos condujo hasta el hogar de las lechuzas tenebrosas, quienes nos acogieron, alimentaron y educaron. Fue un lujo dormir en un nicho caliente, comer tres veces al día, y no temer de los cielos grises. Fue un lujo no tener que permanecer despierto durante noches enteras vigilando que ningún cazador nos retorciera el pescuezo. Las lechuzas salvaron mi vida, y yo acepté convertirme en una de ellas porque era muchísimo mejor que la cáscara que me trajera a este mundo.

Así que nos instalamos en el tejado de la inmensa casa que se erige en el centro de una tierra vasta, una casa que se dice ha crecido a lo largo de los años, añadiendo habitaciones y salas, graneros y cercas, y en sus tejados la familia de las lechuzas prospera. Por las noches, cuando salen a cazar, el ulular de mis hermanas se eleva en un eco dulcísimo, y todos los animales que viven en este hogar duermen tranquilos sabiendo que las lechuzas vigilan. Sin embargo, pese a vivir en el hogar, no formamos parte de las actividades de la casa, el dueño y su familia hacen su vida junto al resto de los animales que los visitan, indiferentes a las aves que se balancean en las vigas sobre sus cabezas.

Aquellas criaturas que vienen de lejos suelen sorprenderse al cruzar el umbral de la casa pues alzan la vista hacia los techos altos donde contemplan a las incontables guardianas que agitan sus plumas oscuras en una advertencia muda. Hay otros que expresan recelo en lugar de asombro, y no debemos olvidar a quienes nos miran con la envidia destellando en sus ojos. Ellos son la razón de que nuestros juramentos sean tan estrictos, no podemos tolerar la traición, el abandono del deber, las indulgencias vanas, ni la debilidad de la carne. De hacerlo arriesgamos el regalo que nos entregó el primer gran dueño de esta casa, y para evitarlo las lechuzas se guían por códigos precisos y reglas inquebrantables que nos enseñan lo que necesitamos saber.

Todos los aprendices formamos parte de un mismo grupo, todos aprendemos a cazar y volar, y a todos nos cuentan las mismas historias, cuentos que pasan de una generación a otra, repitiéndose una y otra vez hasta que quedan grabadas en nosotros. Algunas combinan valor y tragedia de forma magistral, otras son un recordatorio constante de los peligros que acechan a quienes se alejan del credo bajo el que nos educaban, y hay más que nos recuerdan la importancia del regalo y nuestro deber, pero cada una de ellas es importante. Conforme crecemos las historias cambian, dependen del grupo en el que nos educamos pues, aunque todos somos lechuzas, no todos aprendemos lo mismo.

Compendio de Cuentos [Hanami]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora